Cae la tarde un día de finales de septiembre y apenas se ve ya a nadie por el bosque húmedo de Artikutza, un espacio protegido de la provincia de Navarra. Solo queda algún vigilante, dos científicos y yo. Nos preparamos para pasar la noche de guardia y salir tras el rastro del desmán ibérico o de los Pirineos (Galemys pyrenaicus), una de las joyas de la fauna ibérica más amenazadas. Desde mayo de 2025, este topo semiacuático que solo habita en ríos de aguas limpias en zonas de montaña de la mitad septentrional de la península Ibérica y la vertiente norte de los Pirineos está en la categoría de peligro de extinción en situación crítica. Si desapareciera, se perdería un indicador biológico de la calidad de los cursos fluviales de los que bebemos y, por lo tanto, un auténtico sensor de la salud de estos ecosistemas acuáticos, cada vez más acechados.
Hoy muy poca gente puede verlo en libertad. Es nocturno y muy esquivo. Se estima que las poblaciones de desmán ibérico han caído un 70% en solo tres décadas: ha desaparecido de muchas zonas favorables como es casi todo el Pirineo aragonés, y de amplias áreas del Sistema Central y la Cordillera Ibérica en cuyas cabeceras fluviales habitó hasta hace poco tiempo, y donde se están quedando reductos aislados de viabilidad dudosa. De hecho, se afirma que “el desmán es montañero, aunque a su pesar. Ya que la montaña ha sido el único bastión donde se ha podido esconder de nosotros”.
Biólogos en turno de noche
Antes de que se haga de noche hay que colocar las trampas, unas redes que cruzan de una orilla a otra y que, a modo de barrera, interceptan el tránsito de cualquier animal que nade río arriba. También hay instalados unos efectivos refugios de goma EVA inventados por el biólogo Jorge González, el mayor especialista de este animal en el país, y que están siendo determinantes para localizar excrementos característicos de este animal. Junto al francés Jon Levy-Otheguy, un joven licenciado en Biología que elabora su tesis doctoral sobre esta especie de mamífero insectívoro, está metido en el cauce con vadeadores impermeables para colocar las nasas, sujetándolas con piedras y levantándolas con palos.
A las ocho de la tarde, mientras esperamos a que la oscuridad avance, hablamos de los problemas de conservación de este sensible animalillo: la contaminación fluvial, la construcción de presas hidroeléctricas y barreras en los ríos, las captaciones de agua sin control, la fragmentación del hábitat y, por supuesto, el cambio climático que conlleva cambios en la temperatura del agua y una pérdida paulatina de los caudales, que llegan a secarse. “¡Todo un cóctel explosivo!”, apuntilla Jorge González. A las 12 de la noche empezamos la primera revisión. Volvemos a recorrer las mismas riberas, ahora casi a tientas con ayuda de una linterna frontal. En la primera nasa no hay nada; en la segunda tampoco ha habido suerte; ni en la tercera. Sí en la cuarta. Pesa unos 50 gramos, es rechoncho, los ojos apenas se le ven, las uñas son afiladas y entre los dedos de las patas traseras dispone de membranas natatorias. Se trata de un animal icónico que he citado muchas veces, pero que nunca había podido observar en su medio natural.
Otro desmán campea 200 metros más arriba
Volvemos a la casa a la una de la madrugada. Tratamos de descansar un par de horas. A las tres nos toca revisar de nuevo. No hay sorpresa dentro del embudo de las ocho nasas instaladas salvo algunas truchas que han quedado atrapadas por un rato. Pasadas las cuatro de la madrugada regresamos al saco para tratar de dormir otra hora y media.
El tercer y último repaso se inicia a las seis de la mañana. Pronto amanecerá y los desmanes se ocultarán en sus secretas madrigueras subterráneas antes de que se salga el Sol. Vamos recorriendo de nuevo los mismos tramos fluviales, a pie, hasta cada punto de captura. En el más alejado, donde hay que vadear una poza del río, algo se mueve dentro de la red. Ha caído otro esquivo desmán. Está a punto de amanecer. “Es el segundo y el último de la noche, aunque antes en estos mismos tramos del valle del Urumea recogíamos entre 8 y 12 ejemplares”, le dice Jorge a Jon. Al pasarle el lector de microchips los dos naturalistas descubren que ya fue marcado en 2024 y que ha remontado el arroyo más de 200 metros desde donde fue capturado. En su pelo impermeable brillan tonos dorados y pequeñas iridiscencias. Lo volvemos a soltar en la misma orilla, al borde del agua cristalina. Nada, bucea bajo nuestros pies inmóviles, desaparece, se mueve un poco más allá como un torbellino, se sumerge nuevamente entre ligeras turbulencias y lo perdemos de vista corriente abajo.
El joven biólogo Jon Levy-Otheguy comenta que el desmán ibérico es “el nuevo lince de entre la fauna más amenazada de nuestro país”. Ahora que hemos dado con la tecla para lograr salvar de la inminente extinción al conocido felino en la península, quizá el nuevo reto en la conservación aquí sea revertir el alarmante declive en este animal endémico que, pese a su retroceso, es el mejor sello de calidad de nuestros ríos. “Ojalá el desmán tenga el público, la empatía y la dedicación específica que han tenido otros animales grandes y bonitos –como el lince–. Si no, muy pronto lo veremos desaparecer”, concluye Jorge González.