El apoteósico recibimiento tras el ascenso de Girona

La guagua del CD Tenerife por la TF-5 camino de Santa Cruz.

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

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“Estado de ánimo del que disfruta de lo que desea”. Si ésa es la definición de la palabra felicidad, la segunda acepción podría ser “la isla de Tenerife, el 14 de junio de 2009”. Porque ese día, Tenerife era la imagen de la felicidad. Miles, miles y miles de personas llenaron calles, plazas y avenidas de la capital. Y en los puentes de la autopista del Norte, desde Los Rodeos hasta Santa Cruz, un sinfín de banderas y de bufandas blanquiazules saludaban a 'los héroes del ascenso'. Por haber logrado el objetivo sí, pero también por haberlo hecho con el mejor fútbol visto en la Isla durante mucho tiempo. Tal vez por eso, por haber recuperado la grandeza y haberlo hecho con estilo, nunca se vio nada igual en la Isla.

Durante más de 24 horas, Tenerife fue una fiesta. En realidad, durante una semana estuvo preparada para la fiesta. En concreto, desde que el domingo anterior, cuando ya anochecía y Nino marcó el 2-0 al Xerez e hizo que temblaran los cimientos del Heliodoro. Desde ese momento se preparó Tenerife para 'la madre de todas las fiestas'. Los que pudieron, se olvidaron de la crisis que consumía al país y se fueron hasta Girona para vivirlo en Montilivi, en una tarde tórrida en la que jugaron catorce y festejaron veintitrés. Los que alineó José Luis Oltra fueron: Aragoneses; Pau Cendrós, Culebras, Luna, Pablo Sicilia; Mikel Alonso, Richi; Juanlu (Ángel, 78’), Alfaro (Cristo Marrero, 88’), Kome (Ayoze, 66’); y Nino.

Eso sí, no hay que olvidar a los que esperaron ansiosos en el banquillo o en la grada, algunos con muletas: Luis García, Marc Bertrán, Manolo Martínez, Clavero, Héctor, Ricardo, Óscar Pérez, Iriome y Saizar. El que marcó el gol de la victoria (0-1) fue Dani Kome y los que lo gritaron fueron los más de mil valientes que se gastaron sus ahorros y esperaron horas bajo la canícula en Montilivi. O los cincuenta mil que se reunieron en la plaza de España para ver el partido en pantalla gigante. O los cientos de miles que tienen la sangre blanca y azul, que quieren a su equipo desde el anonimato y que lo sienten, lo padecen o los disfrutan en silencio desde la radio o la televisión. Todos ellos gritaron aquel gol. En realidad, toda la Isla.

Al día siguiente, aquel 14 de julio, todos salieron a la calle. A decirle al mundo que siete años de espera habían acabado. Ya en el aeropuerto de Los Rodeos, quienes pudieron se acercaron a la pista para saludar allí mismo a los futbolistas. Y mientras los jugadores de la plantilla y los componentes del cuerpo técnico descendían por la autopista en una guagua descapotable, en cada puente se repetía el espectáculo de bufandas y banderas al viento. Y ya en Santa Cruz, la comitiva tenía que abrirse un hueco entre la multitud para atravesar la avenida de La Salle o la calle Méndez Núñez… Entonces, ya no cabía nadie más en la Plaza de España, teñida de blanco y azul, con miles y miles de personas bajo el sol del mediodía, los torsos desnudos, las pinturas de guerra…

Y en el rostro se dibujaba la felicidad infinita que es capaz de dar esa cosa que llamamos fútbol.

(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.

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