La mosca cojonera, las jeringuillas y la fanfarronada de Míchel
La rutina del calendario prosigue con su curso natural en la Liga Adelante y llega a un punto, este fin de semana, en el que se cruzan los caminos del Rayo Vallecano y la Unión Deportiva Las Palmas. Bajo un examen superficial, la cita aparenta ser un hábito más en la agenda de la competición. Pero un análisis minucioso, aderezado con un ejercicio de memoria reciente, destapa un buen número de desencuentros entre dos clubes tan distantes entre sí que, sin aparentemente un pique más allá de una simple victoria en juego, han alimentado últimamente cierto resquemor mutuo.
“Es peor que una mosca cojonera”. La frase la firmó, en febrero de 1998, Germán Suárez [por quel entonces presidente de la UD Las Palmas] y le sirvió para describir el comportamiento de Teresa Rivero [presidenta del Rayo Vallecano] en el palco del Estadio Insular, durante un partido que los dos equipos disputaron una mañana de domingo, en pleno Carnaval, que finalizó con victoria del equipo amarillo (2-0) y con Agostinho, autor -de penalti- del segundo tanto local, abrazado a un espontáneo disfrazado de diablo.
La cita, como no podía ser de otra forma, mosqueó [con perdón] a Teresa Rivero, metida en fregados y enredos futboleros por obra y gracia [también con perdón] de su marido, José María Ruiz Mateos, propietario del Rayo Vallecano. La dirigente franjirroja arremetió contra Germán Suárez, al que creo recordar que tachó de maleducado. Ni siquiera el despliegue de todo su ingenio diplomático [arte para el que le sobra talento al empresario grancanario, siempre lejos del fuego cruzado pero vencedor de un buen número de batallas] le sirvió para obtener e perdón de la mandataria del club madrileño.
Aquel duelo, que dio para tanto por el desliz de Germán Suárez, se disputó en Segunda división, durante una temporada que acabó con un sabor realmente amargo para la UD Las Palmas: a las puertas del ascenso a Primera división, tras caer en la promoción ante el Oviedo. Superado aquel enfrentamiento, tres años después [en enero de 2001], con ambos equipos en la máxima categoría, las relaciones entre la entidad grancanaria y el Rayo Vallecano volvieron a entrar en estado de ebullición por unas jeringuillas y la sombra de una sospecha.
Ese recelo, una desconfianza mayúscula, lo generó la incorporación de Eufemiano Fuentes, bajo recomendación de Zósimo San Román [preparador físico de Sergio Kresic], a los servicios médicos de la UD Las Palmas. En concreto, por la procedencia [el ciclismo] del galeno. Un doctor, por cierto, cuyos clientes jamás dieron positivo en un control antidopaje y que se vio salpicado por un proceso judicial que, al final y tras un revuelo mediático descomunal, ha sido archivado.
Chivatazo de un empleado del Rayo
Finalizado aquel partido con empate a uno [Pablo Lago anotó el gol amarillo, tras aprovecharse de un mal despeje de Kesey Keller], el escándalo saltó a nivel nacional cuando un empleado del estadio Teresa Rivero filtró a varias radios nacionales que, a la hora de limpiar el vestuario que ocupó la UD Las Palmas, se encontraron con un buen número de cápsulas y ampollas para inyecciones. Eso, ligado al nombre de Eufemiano Fuentes, puso contra las cuerdas a la entidad amarilla.
Tanto que Eufemiano Fuentes, junto a Sabino López, Sergio Kresic, Arturo Gómez [en aquel momento jefe de los servicios médicos] y Javier Hernández [médico] tuvieron que ofrecer una rueda de prensa, en el Estadio Insular, para explicar bien qué era un complejo vitamínico [pócima que rechazó un futbolista de aquella plantilla tras obtener una respuesta negativa a si el brebaje frenaría su alopecía] y para reiterar que los métodos utilizados estaban dentro de las leyes del deporte, afirmación que con el paso del tiempo quedó fuera de toda duda.
Superado el conflicto entre Germán Suárez y salvadas las sospechas por las jeringuillas de Eufemiano Fuentes, en 2006 saltó Michel para, con una fanfarronada múltiple, superarse y elevar los piques recientes entre UD Las Palmas y Rayo Vallecano.
Las sentencias de Míchel
Míchel, en su primera experiencia como entrenador profesional y con un caché de Primera división en Segunda B [se rumoreaba que su ficha ascendía a casi 500.000 euros (algo menos de 80 millones de pesetas)], se pasó la semana previa al partido echando balones fuera. Un ejercicio que, después de todo, entraba dentro de la lógica, ya que era la Unión Deportiva la que debía arriesgar para no descolgarse.
Pero 24 horas antes de la cita, Míchel empezó a descarrilar. Primero al asegurar, a su llegada a Gran Canaria, que el Rayo Vallecano era el mejor equipo de la categoría [palabras recogidas en el Diario As y La Provincia] y luego, al término del partido, al afirmar que no tenía duda de que la UD Las Palmas, que en la última jornada de la competición visitaría a un Lanzarote que no se jugaba nada, se metería en la fase de ascenso a Segunda división [dejando entrever que el conjunto conejero no se emplearía al máximo].
La jugada le salió tan mal al técnico madrileño que, con todo a favor, fue incapaz de meter al Rayo Vallecano entre los cuatro mejores de aquel Grupo I de Segunda B. Y sobre todo porque naufragó en el día clave. Empeñado en mantener el empate inicial, el equipo franjirrojo pagó su falta de ambición, su apuesta timorata, con una derrota en los instantes finales del partido tras anotar, de penalti, Marcos Márquez un gol que despejó el camino de la UD Las Palmas al ascenso a Segunda división, meta alcanzada cinco semanas después ante el Linares.