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Un arcoíris sobre los campos de fútbol

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Vivimos años de enormes transformaciones. Una de las más significativas es, sin duda, el avance hacia sociedades más igualitarias, siendo esta una cuestión que inunda diariamente el debate público.

Este octubre, sin ir más lejos, se iniciaba con el aprendizaje colectivo que supuso la foto de Nadal y Federer agarrados de la mano y llorando de la emoción tras anunciar el segundo su retirada como deportista. Dos hombres con vidas estructuradas en torno a la competición expresaban sin ataduras la sensibilidad y el cariño entre ambos ante las pantallas del mundo entero.

La imagen de los tenistas llegaba dos años después de que Mikel, un adolescente bilbaíno, relatara en redes el rechazo sufrido en su colegio tras decidir acudir vestido con una falda. Un relato que se viralizó con rapidez a través de las redes sociales y provocó una oleada de empatía y apoyo entre jóvenes de todos lados, que asistieron en los días siguientes a sus centros escolares vistiendo falda también en señal de reivindicación de la diversidad frente a roles y estereotipos anclados en el pasado.

En los últimos días, la lucha por convertirnos en sociedades más libres e igualitarias ha vuelto a llamar a la puerta. Esta vez, en reacción contra actitudes que no debiesen tener cabida en un una comunidad de respeto, convivencia y orgullo.

Iker Casillas, uno de los deportistas más renombrados del planeta, lanzaba un tweet el domingo bromeando con la homosexualidad: “Espero que me respeten: soy gay. #Felizdomingo”, decía el mensaje. Otro futbolista, Carles Puyol, respondía con otro mensaje también irónico: “Es el momento de contar lo nuestro, Iker”.

Sabemos que estamos en 2022 porque la condena a esta broma de mal gusto fue inmediata. Tras perder cerca de 3 millones de seguidores en la red y recibir críticas entre sus propios compañeros (como la de Josh Cavallo, primer jugador australiano abiertamente gay), el ex-jugador del Real Madrid borraba el tweet.

Lo que en otro momento hubiera pasado por anécdota se ha convertido hoy en una oportunidad para repensar en clave de igualdad el mundo del deporte, y, en concreto, el del fútbol.

Hablamos de un ámbito en el que día a día, las mujeres protagonizan avances en el camino hacia la igualdad entre equipos femeninos y masculinos. Así lo vimos el pasado junio cuando la selección femenina conquistó la igualdad salarial, cuando Alexia Putellas ganó el Balón de Oro o cuando el Barça femenino ganó por goleada la Champions el año pasado. 

Aquí en Canarias, lo vemos orgullosas cuando miramos la lista de equipos femeninos de las islas que copan las divisiones más altas, como es el caso del Granadilla Egatesa o la Unión Deportiva Tenerife, entre otros ejemplos de que el talento y la excelencia no entienden de género.

En el ámbito del fútbol masculino, sin embargo, la diversidad sigue siendo una batalla que se enfrenta con grandes dificultades en un mundo en el que ser maricón sigue siendo para muchos un insulto, y no una realidad tan válida y celebrable como cualquier otra.

En junio del año pasado, la UEFA prohibía que el estadio de Munich se iluminase con los colores de la bandera LGTBIQ+ durante el partido contra Hungría (país cuyo gobierno ha declarado la guerra a la ciudadanía sexualmente diversa). El mundial de 2022, previsto para noviembre, se celebrará en Qatar, país en el que la homosexualidad llega a castigarse con la pena de muerte. 

En este contexto de normalización de la homofobia, el tweet de Casillas supone un nuevo obstáculo para quienes por su orientación sexual lo tienen más difícil siempre, también en el fútbol. 

Lejos de ser un hecho aislado, el desafortunado gesto del deportista ocurría días antes anunciar España que la selección nacional no luciría el brazalete arcoíris durante el mundial de Qatar, renunciando con ello a participar de una iniciativa en pro de los derechos LGTBIQ que ha sido adoptada por países como Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Suiza, Gales e Inglaterra. El mensaje resultante era triste: el fútbol masculino español demostraba tener mucho por hacer en materia de compromiso.

No obstante, la realidad nos muestra también que el trabajo por la diversidad no cesa y que empieza a arrojar sus frutos.

La valentía de jugadores como el australiano Josh Cavallo o el británico Jake Daniels, quienes han visibilizado la existencia de jugadores LGTBIQ+ de primer nivel; o la del alemán Manuel Neuer, quien se expuso a una sanción de la UEFA por su activismo, suponen un motivo para la esperanza en un deporte que será plural, será inclusivo y será ejemplo de respeto a la diversidad.

La decisión de numerosos países de defender estos valores en el mundial de Qatar implica un paso más en la necesaria concienciación necesaria para hacer también del fútbol un lugar seguro y disfrutable para todas las personas, sin importar su identidad de género u orientación sexual.

Como decía el propio Consejo Superior de Deportes este domingo en sus redes: “Mucho por hacer, por avanzar, por educar y por sensibilizar. Seguiremos”. 

A estas palabras cabría añadir un elemento históricamente demandado por los movimientos por la diversidad: es necesario convertirlas en acciones e iniciativas reales que permitan librar todos los ámbitos de la lacra del machismo y la homofobia.

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