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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

El cambio de la transformación

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Vamos a salir mejores, se decía. No obstante, alguna parte siempre pensó que lo que nos íbamos a regir por el denominado “accidente de tráfico”, el cual nos hace conducir con cierta prudencia los siguientes kilómetros que hemos de recorrer. El tiempo de dicho ataque de sensatez estará correlacionado positivamente con la gravedad de los acontecimientos. Es verdad que vamos a tardar en olvidarlo, pero, al final, la memoria de pez prevalecerá porque, pese a que debemos tener en cuenta el progreso se basa en el descontento, las sociedades son animales de costumbres, tanto buenas como malas.

Está claro que la meta a conseguir en los momentos actuales debe ser la de encontrar nuevamente el sendero de desarrollo de la actividad productiva compatible con el equilibrio de los precios y el descenso inmediato de la tasa de paro, pero las masivas líneas de compensaciones unidas inseparablemente a las restricciones pueden, a corto plazo, generar cierta mejoría en las magnitudes sobre las que intenta influir, aunque a medio y largo plazo alterarán sobremanera las reglas del juego, ocasionando mayores perjuicios cuando estas desaparezcan.

A este respecto, sería conveniente que alguien pensara y reflexionara, lejos de los efectos paranoicos que genera la crisis económica, sobre el modelo social que desearíamos tener. Por ejemplo, hay algunos en que el individualismo lo es todo. En dichos sistemas, el éxito está reservado para los que mayor fortaleza manifieste. En principio, los que declaran su debilidad vivirán al margen. En este sentido, la amenaza de la dualización social exige soluciones colectivas. ¿Serán las instituciones públicas las que gestionen la conflictividad que surge de dicha estructura social? ¿O serán las organizaciones privadas quienes adquieran el liderazgo estratégico? porque la cohesión es y debe ser una prioridad.

Existen otros modelos donde el corporativismo y la jerarquía se muestran como la expresión sistémica de la sociedad, que se construye sobre los procesos de coordinación de las diferentes fuerzas que coexisten en el mercado. A partir de ahí, aparecería una estructura social fundamentada en el compromiso y en la solidaridad colectiva como garante de la cohesión social, de tal forma que cumple con determinadas funciones socioeconómicas.

Es decir, hay que compatibilizar el vínculo social con el sometimiento a la competencia de los mercados debido a que, se supone, éstos favorecerán de manera natural la armonización social a través de la redistribución. Pero ya sabemos que no siempre ha sido así. Los procesos de desregulación impulsivos fomentan de las desigualdades en forma de oportunidad que, lejos de corregirse, se acrecientan. De ahí que una eficaz forma de socializar las pérdidas se ha de hacer sobre la base de la participación en el poder. No se puede dejar al margen de determinadas decisiones a la parte de la sociedad que más asume el coste. Necesitamos repensar nuestro destino sobre un proceso de toma de decisiones creíble y socialmente compartidas porque, si todas las ruedas no giran en el mismo sentido, el vehículo no avanza, sólo gira. Y eso termina por marear.

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