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La declaración de Pucela

José H. Chela / José H. Chela

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En Valladolid, en Pucela, que dicen los comentaristas deportivos radiofónicos para no repetirse en demasía y sin saber que se están refiriendo nada menos que a Juana de Arco, se celebra desde hace años, el concurso más importante de tapas de todos los que se convocan en este país. Es ya un certamen tradicional que garantiza prestigio y fama a quienes obtienen sus principales galardones. Acuden allí cocineros y restaurantes de toda España y, puestos a contar las cosas como son, algún chef isleño se ha traído para estos peñascos su merecido galardón.

Lo curioso, y es por lo que la cita gastronómica vallisoletana merece en esta ocasión un artículo, aunque sea de levísimo contenido, es que durante la presente edición del competitivo campeonato, más de cien expertos en la materia (críticos, escritores, jefes de cocina, nutrólogos y no sé cuántos profesionales más) van a intentar definir con precisión y autoridad qué coño es una tapa, definición que quedará plasmada en lo que va a llamarse la declaración de Valladolid.

Supongo que alcanzar un consenso al respecto será prácticamente imposible. Yo intenté algo parecido con la definición de guachinche a través de consultas y cuestionarios, pidiendo la colaboración de filólogos, dietistas, borrachines del común, profesores universitarios dados al folclore tabernario, etcétera. Y uno hubo manera. El guachinche, como la tapa, es difícilmente definible. Lo que tengo claro es que en estas ínsulas el concepto de tapa se escapa de las entendederas de los restauradores, que duelen confundirla con el entullo o, como mínimo, la media ración.

Seguramente, porque la tapa es una invención antigua, muy anterior, incluso, a la conquista y colonización de este Archipiélago. Dicen que surgió de una orden de Alfonso X El Sabio, para terminar con las trifulcas y peleas en los mesones de la época. Ordenó el monarca, cuentan, que con cada vaso de vino los mesoneros ofrecieran un bocado de algo al bebedor, de forma que el alcohol no produjera tantos estragos como producía. Luego, siguen contando, se llamó tapa, porque la loncha de embutido o la lasca de queso que se ofrecía con tintorro se ponía tapando la copa, de modo que no entraran en el recipiente bichitos o polvo de los ambientes más bien sucios de aquellos establecimientos.

Digan lo que digan los expertos de Pucela, una tapa es un bocadito que se puede tomar sin necesidad de cuchara, cuchillo o tenedor y que no te quita el apetito como para estropearte, luego, un buen almuerzo o una estupenda cena.

José H. Chela

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