Si no nos quería, fiel y sinceramente, por lo menos Trasmediterránea nos mimaba. Hasta cierto punto, porque con las ínsulas no capitalinas siempre fue un poco más despegada y prefirió dejar el campo de los coqueteos y zalamerías abierto a la competencia que respondía al nombre de Fred Olsen. Pero, llegan las privatizaciones y esas vainas y lo que parecía un buen negocio, como dije antes, tal vez no lo fuese tanto, en realidad. Si no, no se explica. Acciona, la nueva propietaria de la compañía, nunca estuvo por la labor. Es más: una de sus primeras medidas fue poner a buena parte del personal isleño que curraba para la empresa anterior en la puñetera calle. Por supuesto, con prejubilaciones, indemnizaciones, posibilidades de traslado, con movilidad laboral aceptada e incluida, etcétera. La plantilla de Trasmediterránea en las Islas se redujo a los mínimos y las líneas y servicios comenzaron a recortarse, Los jet-foils fueron sustituidos por un buque grande y teóricamente rápido que tardaba más en atracar en el Chicharro o en La Luz que en realizar la travesía entre ambos puertos. Duró algo más de un mes, antes de que fuese retirado pese a que, normalmente, iba abarrotado de pasaje. Dijeron que no era rentable y nadie se lo creyó. La voluntad de la nueva Trasmediterránea de abandonar Canarias era y es evidente. No le interesa. Acciona se gasta una pasta en publicitar en todos los medios de comunicación su inversión en la defensa del medio ambiente, su apuesta por el futuro, la investigación, la solidaridad y no sé cuántas vainas estupendas más. Pero, a los isleños, que los parta un rayo. Ahora, agentes económicos de la provincia de Las Palmas –podrían haber sido de toda la región- denuncian, abiertamente, la situación creada por la política abandonista de Acciona: el tráfico de mercancías perecederas entre las Islas y la Península se hunde literalmente. La supresión de conexiones marítimas interinsulares agrava el efecto de la doble insularidad y puede llegar el momento en que se produzca, no sólo un encarecimiento tremendo de las materias primas en algunos territorios del Archipiélago, sino hasta un peligroso desabastecimiento. Del cariño de antaño hemos pasado a un desamor de consecuencias imprevisibles. El Gobierno autónomo lo sabe, no tendría que haber aguardado a esas denuncias públicas y ya está tardando en tomar medidas sobre el asunto. Curiosamente, desde hace meses, Adán Martín ha guardado un escrupuloso silencio acerca de una de sus iniciativas más cacareadas últimamente: la célebre autopista marítima que iba a unir a todos nuestros peñascos con una eficacia casi taumatúrgica y a unos precios irrisorios. ¿Qué fue de la utopía, oigan? José H. Chela