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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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En días como hoy

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Mi experiencia me ha enseñado que, ante un problema, hay que buscar una solución y de nada sirve quejarse.

No negaré que mi comportamiento me ha supuesto, a lo largo de los años, muchos y muy variados problemas, sobre todo con aquellos que viven en la queja continua o en un victimismo lacerante e impertinente.

Sin embargo, hay días ?y hoy es uno de ellos- en los que el espíritu sombrío, desasosegante y desesperanzado, que le ganó la partida a Mariano José de Larra, una fría de mañana de febrero, en el año de nuestro señor de 1837, me domina a mi también.

Larra, azote de un conservadurismo rancio, crítico con una forma de entender la justicia y la sociedad que le repugnaba casi tanto como la ignorancia de quienes se erigían como defensores de la patria, cronista de los males de un país ingobernable -el nuestro-, fue vencido por aquello que quería defender. Su cruzada por cambiar la mentalidad de la época siempre estuvo condenada al fracaso ?en nuestro país se tiene un pánico casi demencial hacia los cambios- y lo que pretendía Larra era casi una quimera.

Al final su espíritu se quebró, como un árbol que cae presa de las máquinas que, día a día asolan nuestro planeta.

En un acto de infinita libertad, y tras vestirse con sus mejores galas, Mariano José de Larra se descerrajó un tiro en la cabeza, mientras miraba su maltrecha figura en un espejo, a la edad de 27 años.

Me gustaría pensar que las cosas han cambiado, por lo menos, un poco, aunque los miserables que Larra denunció en aquellos años, continúan manejando nuestra sociedad con la saña y la avaricia que les caracteriza.

El mundo, tal y como lo conocemos, funciona gracias a un capitalismo tan insensible como voraz. Y los nobles y cortesanos de la aquella época, son los banqueros, los empresarios y los políticos de ahora. Sus métodos son los mismos aunque ahora se esconden detrás de siglas, eslóganes y/o líderes de cartón piedra que responden a sus mandatos sin rechistar.

Por ello, no es de extrañar que algunos de esos “iluminados” líderes no se corten en utilizar palabras tan sangrantes como “derrocar”, cuando hablan de ganar unas elecciones. Queda claro que son de los que piensan que “la gloriosa cruzada de liberación” de un general golpista y ávido de poder como Francisco Franco Bahamonde estaba más que justificada.

Y al igual que la sangrante y nauseabunda cruzada, la represión posterior y el oscurantismo que dominó nuestro país durante décadas, tenía una razón de peso: perpetuar en el poder a los mismos de siempre.

Imagino, y, por favor, ¡ahórrense comentarios! del tipo “qué fácil es acusar con el dedo o hacer juicios paralelos sobre las decisiones judiciales” tan del gusto de muchos anónimos lectores. Otro día los soporto con profesionalidad pero hoy ¡No!. Y si no les gusta lo que pienso, ya saben dónde está la tecla de apagar el ordenador.

Les decía que me imagino que los mismos que hablan en términos apocalípticos del futuro de nuestro país e invocan a las artes del pasado, para llegar al poder, brindarían ayer porque su justicia, No la mía, suspendió al juez que oso, entre otras cosas, remover el pasado.

Ya lo dije en mi anterior columna sobre el caso del juez Baltasar Garzón y lo digo ahora; no soy de los que defienda todas y cada una de las acciones del juez, ahora suspendido por una irracionalidad que debería ser tratada por la psiquiatría.

Sin embargo, su empeño en poner freno a lacras como el terrorismo, el narcotráfico o los crímenes contra la humanidad se ganaron mi consideración, en especial, cuando mantuvo detenido a un sátrapa como Augusto Pinochet.

En aquella ocasión, el dictador, una vez liberado, se demostró ante las cámaras como todos sus problemas médicos y anímicos eran una mezcla de cobardía y cinismo, maquinado para buscar la misma clemencia que denegó durante y después del golpe de estado que derrocó a Salvador Allende.

El viernes catorce de mayo del 2010, la justicia española, encargada de velar por el bien de todos los ciudadanos españoles, hizo tres cuartos de lo mismo, se burló cruelmente de buena parte de esos mismos ciudadanos, al suspender al juez Baltasar Garzón.

Y lo hizo gracias ?y entre otras cosas- a la querella presentada por una asociación que lo único que pretende es tapar las miserias y los atropellos de un régimen dictatorial y asesino.

Cada vez estaba más claro que la figura de Baltasar Garzón molestaba y en nuestro país, dominado por la envidia, las redecillas personales, los corre-ve-y-diles y los sumisos estómagos agradecidos, cosas así no se pueden permitir.

La puntilla fue el tratar de remover el pasado, atado y bien atado según proclamaban los voceros del régimen, justo cuando el presente ?también sobre la mesa del juez ahora suspendido- golpea la credibilidad del sistema de partidos, en especial a muchos de los líderes del partido conservador español.

Puede que piensen que ambas cosas no tienen nada ver pero, se sorprenderían de los secretos que esconde las mesas camillas de muchos hogares españoles.

Ahora, quienes han negado, sistemáticamente, cualquier ayuda a la ley de la memoria histórica ?innecesarias para muchos-, podrán descansar tranquilos. Salvo casos muy contados, ya pocos se atreverán a remover ninguna fosa común ni nada por el estilo. Y qué decir de quienes trafican, comercian con el terror o compran favores políticos, a golpe de talonario. El viernes catorce fue un día de regocijo.

Y si me quieren argumentar que, por ejemplo, ciertas escuchas no son legales, lo pueden hacer. Todavía vivimos en un país libre, mal que a muchos les pese. Sin embargo, hacerlo no significa que desaparezcan las obscenidades que todos hemos podido leer en los medios, en algunos, por lo menos.

La verdad es que, en días como hoy no siento muy orgulloso de mi nacionalidad ni de la mentalidad que parece ganar terreno en mi país, a pasos agigantados.

En días como hoy, pienso que quienes se empeñan en acabar con la poca libertad que queda en el mundo, están un paso más cerca de conseguirlo.

En días como hoy estoy más de acuerdo que nunca con las palabras escritas por el escritor Ernest Hemingway en su novela “Por quién doblan las campanas”, sobre los españoles y eso que hay veces que las he considerado excesivas. Todas y cada una de ellas, reflejan muy bien los males de nuestra tierra.

En días como hoy, trato de buscar respuestas, delante del espejo, como en su día lo hiciera Mariano José de Larra, antes de tomar la última decisión de su vida.

Lo malo es que, hoy dudo que la encuentre, por mucho que me mire al espejo.

En días como hoy, no basta con ser optimista. Ya es bastante duro ver lo que pasa a tú alrededor y no encontrar una maldita respuesta que te lo pueda explicar, como para pensar en otra cosa.

En días como hoy?

Eduardo Serradilla Sanchis

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