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Cuando lo digital perjudica la educación

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La generación de los nativos y las nativas digitales es la primera generación con un coeficiente intelectual menor que el de sus padres y sus madres. Este fenómeno se está produciendo en los países desarrollados y parece ser que nuestra convivencia constante con pantallas de todo tipo es una causa fundamental de tal retroceso. Parece que hay una brecha intelectual generada por el uso abusivo e inadecuado de los dispositivos digitales. 

Se trata de un debate que tenemos que abrir en nuestra sociedad: evaluar qué daños está causando en nuestros niños y niñas y en nuestra juventud el uso excesivo de Internet, a través de ordenadores, tabletas y teléfonos móviles. Y plantear qué medidas debemos llevar a cabo para garantizar una buena utilización de esos dispositivos. Un uso que no perjudique el desarrollo de la infancia, ni perjudique tampoco la formación y el crecimiento personal durante la adolescencia.

Nos hemos acostumbrado a hablar de otras brechas digitales que también son importantes: ese 10% de alumnado sin acceso a Internet, la brecha digital de género, o el ciberacoso… Pero el uso prolongado de los dispositivos digitales está pasando relativamente desapercibido y no estamos actuando.

Hoy la población de 5 a 11 años pasa 711 horas anuales conectada a Internet, un poco menos que el tiempo anual que pasan en el aula. Los menores y las menores de 12 a 17 años dedican 1.058 horas anuales a Internet, más horas que las que pasan en clase. Y, en el Estado, Canarias lidera la cantidad anual de horas que la juventud pasa conectada a Internet. Los datos oficiales estiman que un 20% de la población adolescente usa Internet de forma compulsiva.

En tal contexto es preocupante que el sistema educativo esté contribuyendo también a convertir el medio digital en un fin en sí mismo. Parece que casi todos los objetivos de la educación deben adaptarse a la mediación digital, en vez de, en todo caso, adaptar la digitalización a los fines de la enseñanza, independientemente de lo que es el aprendizaje  del manejo de las herramientas digitales. Herramientas que, obviamente, hoy son necesarias y beneficiosas. Lo que aquí se cuestiona es que se usen también cuando no se acredita su eficacia o, peor aún, cuando su uso pudiera ser contraproducente.  

Un informe realizado por la OCDE, en el marco del programa PISA, valora el efecto de las tecnologías de la información y la comunicación en los centros educativos de los países de la organización: “A pesar de las considerables inversiones en ordenadores, conexiones a Internet y programas informáticos educativos, existen pocas pruebas sólidas de que un mayor uso de los ordenadores por parte de los estudiantes conduzca a una mejora de las puntuaciones en matemáticas y lectura”.  Y añade: “aquellos países que han invertido menos en la introducción de ordenadores en el colegio han avanzado más rápido, de media, que los países que han invertido más”. Y, “en los países en los que los estudiantes utilizan de forma más habitual Internet en la escuela para sus tareas, de media los resultados de lectura han empeorado. De igual modo, la competencia en matemáticas suele ser inferior en los países o economías en los que la proporción de alumnos que emplean ordenadores durante las clases de esta asignatura es mayor”. En ese mismo sentido apunta el reciente estudio de la Fundación COTEC, que muestra que utilizar dispositivos tecnológicos en clase, a diario o casi a diario, hace que los estudiantes de matemáticas rindan menos en los 22 países analizados. Y esta pauta se repite en todas las comunidades autónomas españolas. 

Andreas Schleicher, responsable del programa PISA, va más allá cuando escribe en la introducción al mencionado informe de la OCDE: “Las nuevas tecnologías no son de gran ayuda a la hora de resolver la brecha de competencias entre los alumnos de entornos privilegiados y los de entornos desfavorecidos. En pocas palabras: garantizar que cada niño adquiera un nivel básico de competencias en comprensión escrita y matemáticas parece mucho más útil para aumentar la igualdad de oportunidades en nuestro mundo digital que ampliar o subvencionar el acceso a los equipos y servicios de alta tecnología”.

En realidad, hay multitud de aprendizajes en los que carece de sentido aplicar tecnologías avanzadas. Todo el mundo entiende, por ejemplo, que, en los niveles más básicos de enseñanza de las matemáticas, no deben usarse las calculadoras porque aportan el resultado de las operaciones sin haber aprendido antes cómo se hacen. O, por poner otro ejemplo, los niños y niñas que aprenden a escribir con un teclado tienen más dificultades para memorizar y reconocer las letras que quienes aprenden con lápiz y papel. Una vez que aprenden a escribir presentan un déficit de comprensión y de memorización en clase, en comparación con quienes aprendieron con lápiz y papel. Tratar de introducir la mediación digital en gran parte de los saberes no digitales no parece ser siempre una buena idea. 

El neurocientífico Michel Desmurget, que ha abierto un gran debate en Francia con su libro La fábrica de cretinos digitales, ha recopilado una gran cantidad de estudios científicos, realizados en varios países, que evidencian que cuanto mayor es la cantidad de tiempo diario que pasan los adolescentes delante de todo tipo de pantallas, menor es su rendimiento escolar. Hay estudios que muestran cómo el incremento del tiempo pasado ante pantallas por niños y niñas de primaria aumenta significativamente el riesgo de desarrollar trastornos importantes de atención durante la educación secundaria. En general, se acredita una vinculación entre el ocio proporcionado a través de pantallas y el déficit de atención. Por ejemplo, un estudio sobre individuos de 12 a 20 años mostró que disponer de smartphones multiplicaba casi por tres el riesgo de padecer déficit de atención.

La práctica de la multitarea en ordenadores y teléfonos, o sea, atender simultáneamente redes sociales, mensajes, etc., se considera que debilita la memorización y la comprensión de los contenidos. También se ha documentado que la estimulación generada por las pantallas reduce el sueño y que, por ejemplo, en niños y niñas de 10 años, el dormir menos provoca 2,7 veces más riesgos de sufrir retrasos en el lenguaje. Las disfunciones del sueño se vinculan asimismo a mayores niveles de obesidad.

Michel Desmurget resume así el efecto del mal uso de los dispositivos digitales en la infancia y la adolescencia: “disminución en la calidad y cantidad de interacciones intrafamiliares, que son fundamentales para el desarrollo del lenguaje y el desarrollo emocional; disminución del tiempo dedicado a otras actividades más enriquecedoras (tareas, música, arte, lectura, etc.); interrupción del sueño, que se acorta cuantitativamente y se degrada cualitativamente; sobreestimulación de la atención, lo que provoca trastornos de concentración, aprendizaje e impulsividad; subestimulación intelectual, que impide que el cerebro despliegue todo su potencial; y un estilo de vida sedentario excesivo que, además de en el desarrollo corporal, influye en la maduración cerebral”.

No obstante, quizá el mejor indicador de los perjuicios que puede conllevar el mal uso de la tecnología lo encontramos en el hecho de que quienes la diseñan, en Silicon Valley, alejan a sus hijos e hijas de sus creaciones tecnológicas. En el Waldorf of Península, el costoso colegio privado al que envían a su descendencia quienes dirigen Apple, Google y otros gigantes tecnológicos, no se utiliza ninguna pantalla hasta que el alumnado llega a la secundaria. Por el contrario, en el cercano colegio público Hillview se publicita un programa por el que cada estudiante cuenta con un iPad. La paradoja es que son los hijos e hijas de los sectores sociales más modestos los que pasan más tiempo diario delante de pantallas mientras que la descendencia de los sectores adinerados se halla mejor protegida de los efectos negativos de tal exposición excesiva. Todo apunta a una nueva brecha digital que consiste en carecer de los recursos necesarios para reducir el uso abusivo de dispositivos digitales. 

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