Espacio de opinión de Canarias Ahora
Drago
Si ustedes no lo han visto, lo conocerán de oídas o fotográficamente. El Drago milenario de Icod de Los Vinos es uno de los tantos símbolos populares y paisajísticos de la canariedad, como el Teide, el malogrado Dedo de Dios o el Roque Nublo. Los botánicos saben que su edad no llega al milenio, pero es una planta (de la familia de las liliáceas, o sea, de las cebollas) verdaderamente impresionante, estampa obligatoria para las cámaras de los turistas que viajaban por el norte tinerfeño y se detenían en un paraje excepcional donde se aunaba el prodigio de la flora con los detalles de una arquitectura tradicional de ascética belleza. Bueno: esto de la cámara y las fotos fue así, es decir, gratuito y libre, hasta mil novecientos noventa y tantos, cuando el ayuntamiento de la localidad, el Cabildo Insular y el Gobierno de Canarias aprobaron la construcción del llamado Parque del Drago, consistente, si resumimos, en levantar un muro de más de tres metros de altura para secuestrar el vetusto atractivo arbóreo y natural y apartarlo de las miradas de los transeúntes y viajeros. A partir de entonces, hubo que pagar por admirar el legendario drago. El proyecto, como no podía ser de otra manera, y aunque se tratase de una simple chapuza de carácter recaudatorio, fue encargado al equipo de arquitectos capitaneado Martín Menis. Para alegría y consuelo de quienes, en su día, pusimos el grito en el cielo ante la apropiación indebida e injustificable de un bien común, cultural y botánico, oye, por parte de los poderes públicos (equivocados a trío, por lo que se ve), ahora el Tribunal Supremo acaba de dictar una sentencia por la cual habrá que derribar el muro de marras y destruir el lucrativo parque. El drago quedará, de nuevo, a la vista de todos. Como debe ser. En cualquier caso ni las autoridades de entonces tendrán que devolver el dinero recaudado a los turistas incautos hasta hoy ni nadie se verá obligado a restituir a los contribuyentes el capital invertido en unas obras tan arbitrarias como impopulares.
José H. Chela
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