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Espumoso de plátano

José H. Chela / José H. Chela

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Porque vino, vino, lo que se dice vino no lo es más que aquél que se hace con el zumo de las uvas exprimidas y tras un proceso de fermentación. Lo que pasa es que los diccionarios ya admiten, por extensión, que se llame vino a otros licores extraídos de diversas frutas. Al mago, al campesino de nuestros montes y de nuestros valles, le encanta presumir de esos supuestos vinos a los que atribuye, a veces, maravillosas virtudes. El de mora, por ejemplo, contribuye a remediar más rápidamente las fracturas internas (las costillas quebradas, un suponer) y en las etiquetas caseras del vino de membrillo que se vende en algunos mesones de Tacoronte, se especifica que su consumo es “bueno para la flojetud”. En Gran Canaria, el licor –al que no se le llama vino- de guindillas, por lo común, es extraordinario y en Taganana, en los mercadillos, se ofrecen al curioso cliente mistelas y licores con los sabores más insospechados ruda, higos, batatas, cilantro… Pero, el caso es que si nos ponemos intransigentes –como los burócratas de la Unión Europea- los gomeros van a comercializar un vino que no es propiamente vino (¡y no dudo de sus cualidades ni de su bondad, oigan!) y ya comercializan una miel que tampoco lo es: la de palma. Uno, que es un defensor acérrimo de este último producto, sabe sin embargo, que las autoridades de la Isla del Cedro, ya han sido instadas por Bruselas a cambiar la denominación de la dulce materia obtenida del guarapo de la palmera a través de una paciente y laboriosa cocción. La Gomera, que aporta a la repostería canaria esa melosa sustancia, ingrediente fantástico para poner el broche definitivo en cualquier dulce, como la leche asada, flanes de todo tipo o quesillos, también legaron a nuestros paladares y cocinas otra delicia gastronómica: el caviar gomero, un invento de cuando la isla contaba nada menos que con tres factorías conserveras de las que ya no quedan rastro (donde quedaba el último, en La Rajita, se está construyendo un magnífico hotel, según me cuentan). Pero, en fin. Que bienvenida sea esa iniciativa del espumoso de plátano, por raro que nos suene a quienes no hemos tenido la oportunidad de catarlo. Al fin y al cabo, la fruta que más nos identifica en el exterior no ha sido aquí demasiado explotada como materia prima de otros productos trasformados y reelaborados. Y cuando nos tomamos, en cualquier bareto o restaurante, un licor de banana, suele estar fabricado en unas latitudes que, paradójicamente, nos quedan muy lejos y en las que jamás se plantó una platanera. Si, además, el proyecto crea, como aseguran desde el Cabildo que preside Casimiro Curbelo, unos cuantos puestos de trabajo, pues mejor que mejor, claro, incluso aunque después, y pese a las alabanzas de los enólogos, algunos le hagamos fo al resultado final. Que quizás se lo hagamos, vayan ustedes a saber.

José H. Chela

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