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Falsificaciones y trucos discográficos

Carmelo Dávila Nieto / Carmelo Dávila Nieto

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Entre ellas hay que citar necesariamente a nuestro conspicuo coterráneo, el inmenso tenor Alfredo Kraus, máximo belcantista del siglo XX -así definido por mi inolvidable amigo el grandísimo tenor Giacomo Lauri-Volpi. Alfredo, lamentablemente finado a los 71 años de edad el 10 de septiembre de 1999, cuando aún le quedaban facultades más que suficientes para seguir deleitándonos con su sublime e incomparable arte canoro, portentoso caso de longevidad vocal que, seguramente, si la enfermedad no hubiera truncado su vida, se habría prolongado varios años más y quien nunca consintió que sus interpretaciones para el disco fueran “trucadas” pues quiso que tuviesen la misma autenticidad que las realizadas en teatros, auditorios y salas de conciertos.

Por ello no se prodigó mucho en grabaciones de estudio. También el rumano Sergiu Selevidache, considerado por algunos tratadistas musicales extraordinario director -calificativo que no comparto porque su “personal” versión de los tiempos prolongaba la duración de las partituras varios minutos más de lo indicado por el compositor haciéndolas irreconocibles y eso se agravaba con Beethoven, que utilizó el metrónomo para señalar, con exactitud, la extensión del tiempo- se negó a grabar en estudio a consecuencia de los “trucos”.

Las grabaciones que han aparecido en el mercado, después de su óbito, son tomadas en directo. Hay que recordar el caso del tenor Mario Lanza, intérprete pésimo, producto de las películas y los discos, que jamás pisó un escenario operístico. Varios son los “cantantes” a los que se les coloca una nota aguda que no poseen por naturaleza y que nunca han emitido en escena, como es el caso de Plácido Domingo en La Travista y El Trovador y de Luciano Pavarotti en Los Puritanos, que luego comentaré, por citar algunos ejemplos conocidos.

Escuchamos obras orquestales con efectos sonoros que el compositor no imaginó que fueran posibles y que encandilan al cándido auditor, pero que no se escuchan en una interpretación en directo porque es totalmente imposible lograrlos con las orquestas convencionales. Cuartetos de cuerda y óperas en los que cada instrumento y cantante se graban independientemente y luego se ensamblan en laboratorio.

Arias operísticas que son el resultado de varias interpretaciones de las que seleccionan los momentos más acertados, que luego se empatan para formar una unidad, etc. Y lo más lamentable y censurable, es que directores de renombre mundial como Wilhelm Furtwängler, Herbert von Karajan, Carlos Kleiber, Giuseppe Sinopoli, James Levine, entre otros que podría referir, colaboran a estos fraudes.

En su descargo podría alegarse que, excepto Furtwängler, la “mejora” ha sido realizada con posterioridad a la grabación y que solo tendrían conocimiento de ella al aparecer el disco en el mercado con lo que su buena fe habría sido sorprendida pero esto es una simple hipótesis pues en tal caso, si son honestos, debieron denunciar la falsificación en los medios de comunicación para salvaguardar su honradez profesional y evitar que su prestigio quedase malparado.

Como prueba de lo expuesto voy a reseñar algunas grabaciones falseadas y trucadas, con sobresalientes directores que las consintieron, hasta que no se demuestre lo contrario y famosos intérpretes vocales, de alguno de los cuales no se sabe el por que de su fama, pues son de segunda línea, pero que la publicidad, la “condescendencia” de algunos mal llamados críticos y comentaristas musicales de prensa, radio y televisión, el papanatismo e ignorancia de los públicos nacionales y extranjeros, en teatros con tradición de “exigentes”, como he comprobado personalmente asombrándome de cálidas ovaciones y aclamaciones a interpretaciones mediocres o francamente malas y la alarmante crisis de primerísimos cantantes, que no de voces, que han encumbrado desproporcionadamente su real valía.

Entre ellos he de citar a los tres tenores: Carreras, Domingo y Pavarotti. El primero, que tiene graves dificultades no solo con el si, que fue su máxima nota, sino con el la, está fatal en su “ejecución” del himno catalán “Els Segadors, en la Diada de 2005. Fue penosa. El segundo, que también tiene muchos problemas con el emisión del si -cuando era joven ya que ahora debe estar sobre los 78 años- e incluso con el si bemol, llega con esfuerzos al la.

Como ya no puede con los repertorios italiano y francés -el barroco y el clasicismo (Mozart, Cherubini, etcétera) ni de lejos los ha “olido”- se ha refugiado en Wagner -aunque su voz no es wagneriana ni por casualidad- que no tiene los agudos, el fraseo ligado, la belleza melódica y el virtuosismo de las arias de los compositores italianos y franceses, pues su canto es muy duro y árido, con larguísimos monólogos que superan en duración al de Segismundo en La vida es sueño, de Calderón de la Barca, y muchos diálogos; es declamación con música, con una gran orquestación, poderosa, casi sinfónica, impresionante, aunque no se puede ni debe omitir y olvidar que arrebató sin escrúpulos a Liszt sus descubrimientos e innovaciones, por lo que no es gratuito y erróneo afirmar que si no llega a existir el húngaro probablemente no hubiese surgido el alemán, al menos con esa dimensión colosalista con la que ha pasado a la Historia de la Música; hay algunas excepciones en su estilo: la ópera Rienzi, un híbrido franco-italiano y la hermosa aria del barítono La estrella de Tanhäuser, que no parece wagneriana por su belleza y melodía. Domingo, en su desmesurado afán de abarcarlo todo -el Superhombre de Nietsche- también actúa como barítono: Vidal Hernando, en Luisa Fernanda, en el Teatro Real de Madrid; su paradoja es que cuando interviene como tenor parece un barítono y cuando lo hace en esta tesitura resulta un tenor; así en la citada Luisa Fernanda intervinieron dos tenores, hecho insólito.

Cuando cantó, también en el Real, La dama de picas, de Tchaikowski, como tenor, en la primera función estuvo aceptable, de no ser exigentes, en la segunda tuvo problemas vocales en el segundo acto, que le impidieron terminar la representación y canceló la tercera; presume de haber encarnado más de cien personajes, lo que está bien para el libro Guinnes de records pero ¡como habrán sido interpretados! Porque no debe deslumbrar la cantidad sino la calidad, que en él deja bastante que desear.

También dirige conciertos orquestales, óperas y recitales, pero aunque se jacta de haber sido alumno del eximio Igor Markevitch, la realidad es que recibió unas breves e insuficientes lecciones. Es bastante peor con la batuta que con la voz pero, como es “muy simpático”, un estupendo relaciones públicas y gasta mucho dinero en publicidad, se le consiente todo y se le festejan sus “gracias”. Así, una de sus actuaciones como director de orquesta, fue calificada por un “generoso crítico” vienés como “una broma de Plácido Domingo”. Nunca ha caído tan bajo el arte musical.

Carmelo Dávila Nieto

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