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La formación y la capacitación

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El otro día en el Congreso, una diputada insultó con ensañamiento a una ministra. Su infame intervención incorporó una justificación que merece ser analizada. La diputada expuso la falta de preparación de la ministra que la incapacitaba para cuestionar la valía de un gremio, pues dichos profesionales habían aprobado unas oposiciones y ella no.

Pues bien, pongamos en primer lugar todos los que hemos pasado por el trance de preparar unas oposiciones nuestro agradecimiento a ese grupo parlamentario que ahora sí reconoce este mérito como garantía de nuestra profesionalidad, esperamos que a partir de este momento, los fieles servidores de las instituciones del Estado, que somos los funcionarios de la sanidad, la justicia, la educación, la administración, la seguridad y demás ramas del funcionariado, encontremos ese mismo respaldo en forma de mejoras salariares y respeto a nuestra labor.

Dicho esto, y entrando ya en la materia de la admonición de la diputada, la superación de una oposición por muy dura que esta sea no es garantía, para nuestro pesar, de dominio absoluto ni infalible en el ejercicio de nuestro desempeño. Ya nos gustaría. A veces es cuestión de memoria extraordinaria, de suerte en aquella convocatoria en la que se compitió con menor número de oponentes o de, no nos engañemos, en algunos casos, pertenencia a una estirpe familiar en la que de toda la vida del Señor se ha desempeñado ese cargo, circunstancia que facilita la dureza del estudio. Son muchos los factores que a veces no coinciden con la maravillosa e ideal objetividad.

La formación, por otro lado, es un asunto especialmente complejo, como lo es el conocimiento en general. El hecho de dominar un asunto no tiene por qué implicar una especial sensibilidad a la hora de aplicar en la vida de manera justa dicho saber, de ahí la necesidad de interpretar multitud de factores para lo que es preciso un ejercicio de limpieza mental que consiga aislar el caso con el objetivo de centrar la evaluación y el juicio en su auténtica naturaleza, al margen de sesgos ideológicos y de prejuicios que contaminarían las conclusiones finales. Los que nos dedicamos a la enseñanza estamos habituados a esta práctica pues es un punto clave en toda evaluación académica. El contexto, señoría, es indispensable: purgar creencias adulteradas, inferencias y sobre todo emociones que desgobiernan ese trabajo que precisa de un tacto fino. De no hacerlo, como ustedes ya han señalado en multitud de ocasiones, estaríamos invalidando nuestro trabajo por ponerlo al servicio de nuestra particular ideología.

Es en este punto de su alocución en el que, disculpe la osadía, erró usted el tino: por supuesto que a los sacrosantos jueces se les puede criticar, y a los catedráticos de secundaria por muy doctores en su materia que sean, entre los que me encuentro, y a los médicos, y a los policías y a los periodistas e incluso a los ministros, siempre y cuando dicha crítica se ajuste al hecho cuestionado y vaya acompañada de un razonamiento; siempre y cuando sea, en definitiva, una argumentación que incorpore junto con la refutación del argumento cuestionado, la alternativa argumental en forma de propuesta. Como en su caso es usted representante de una parte de la soberanía popular se esperaba de su intervención un juicio de mayor altura, centrado, repetimos, en el caso concreto con el objetivo de plantear una solución a las muchas muertes que se producen en nuestro país por la violencia de unos contra otras y a la disparidad de sentencias en unos juicios y otros ante delitos de igual alcance. Los datos son objetivos y están al alcance de los ciudadanos, no son inventadas las cifras que recogen esta violencia.Nada en sus palabras incidió en esta causa general, ni en el fondo, ni en la forma.

Por el contrario, su intervención expuso de forma nítida una emoción sentida que, lamentablemente puede ser compartida por su grupo y sus votantes pero ni sirve para ser diputada ni puede ser tenida como mérito en su formación y capacitación a la hora de ocupar un escaño en el parlamento. No le pagamos con nuestros impuestos por odiar a la ministra ni, por supuesto, evidentemente, tampoco por quererla. El rencor de su grupo a una persona concreta por el hecho de estar emparejada con otra o demás cuestiones de su ámbito personal nada tienen que ver con el ejercicio de la política, con las virtudes o fallos de una ley ni con el debate de los presupuestos generales. Este rencor, por otra parte, parece extenderse a todo un ministerio. Niegan ustedes su valor y de ahí el escamoteo en su discurso de la necesidad de trabajar en ese campo. No obstante, olvidan que al ningunear dicha labor están obviando su obligación de respeto al marco constitucional. La defensa de la igualdad y su protección no es un capricho de un grupo de izquierdosos peligrosos. Es esa constitución que nombran cuando les conviene la que fija el marco de su reconocimiento. Son los Derechos Humanos internacionalmente reconocidos el cauce en el que los demócratas hemos de movernos y es la finura, el decoro, la formación, la preparación y el saber cuál es nuestro cometido lo que nos insta a construir nuestra patria.

Los que desprecian las instituciones, los que no protegen con su trabajo a aquellos que les eligieron para defenderlos, los que no utilizan su formación con diligencia para cumplir honesta y decentemente con el trabajo para el que fueron elegidos, los que se aprovechan de su acceso a los distintos foros para mentir, para insultar, para poner las instituciones al servicio de sus particulares emociones e intereses ellos son los destructores y desmembrándoles de las patrias y los contaminadores del avance en la mejora de la Humanidad.

Ojalá y hubiera en todos los desempeños un cuerpo de cuestionadores justos, sagaces y eficaces que nos señalaran el fallo y contribuyeran a la excelencia de todos los ejercicios desde el respeto y desde la certeza de que nuestro objetivo es común y solidario. Cuando el insulto personal y el vituperio ponzoñoso es el centro de la intervención en el parlamento la formación de la insultadora es más que cuestionable y desde luego la incapacita para ocupar tan ilustre púlpito de representación ciudadana pues desconoce el cometido de su importantísima labor.

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