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El fútbol y la patria

Juan García Luján / Juan García Luján

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El fútbol se parece cada vez más a una religión, tiene sus ritos, sus dioses y unos monaguillos que pasan la bandeja porque todo esto hay que pagarlo. Con dinero público los ayuntamientos ponen pantallas gigantes en las plazas, la gente se reúne para llorar o aplaudir. Y después deja la basura que recogerán los barrenderos municipales, que también pagamos usted y yo, aunque no me guste el fútbol. Dicen que hace años fue un deporte. Ahora es una mezcla de religión y nacionalismo.

Recuerdo hace doce o trece años, cuando trabajaba en Canal 28 Onda Cero, estaba comentando un partido de la UD Las Palmas con Francis Mata, y se me ocurrió decir que no entendía que la gente hubiera despedido al equipo de pie, aplaudiendo, después de perder un partido por una tupida tremenda (creo Las Palmas perdió 1 a 4). Y yo me preguntaba: si me cobran la entrada por ir al cine, para ver al director que más me gusta, a mis actores predilectos, y veo una porquería de película, lo mínimo es marcharme enfadado, soltar algún silbido al final o pedirle al taquillero que me devuelvan mi dinero, lo que tengo claro que no haría sería ponerme a aplaudir. Para qué fue aquello. Se colapsó la centralita de la radio, me acusaron de ser un mal grancanario, que no entendía el amor a los colores y a la isla. Fitetú que forma de hacer un adn de patriotismo, que aplaudas o no a unos hombres que corren en calzoncillos.

El periodista Kapuscinski contó en su libro La guerra del fútbol los enfrentamientos armados durante 5 días entre Honduras y El Salvador. Después de un partido de fútbol entre sus dos equipos, los enfrentamientos entre aficionados acabaron con la muerte de una seguidora que convirtieron en mártir. La aviación de el Salvador bombardeó varias ciudades hondureñas, y Honduras respondió con bombas sobres zonas industriales de El Salvador. Hubo muertos.

El uso político del fútbol se da en todas partes. En Gran Canaria José Carlos Mauricio se agarró a la Unión Deportiva Las Palmas cuando no tenía casas sociales que ofrecer a los pobres. Le fue bien a Mauricio y a sus empresarios amigos. Dicen que hubo un tiempo en que el dinero negro podía lavarse con detergente amarillo. Y el pueblo lo sabía y lo aceptaba, porque lo importante sentir los colores, acudir cada quince días al estadio para aplaudir las gestas de nuestros héroes, aunque fueran héroes importados, aunque el equipo se formara a golpe de chequera, había que aplaudir a la Unión Deportiva Las Palmas para ser un buen grancanario.

Con la selección española pasa lo mismo. El nacionalismo español está saliendo del armario. Las banderas españolas se cuelgan en los balcones y en las puertas de los bares. Nacionalismo y negocio. Los mismos que desprecian a los catalanes por querer ser una nación, aplauden como locos a Pujol. También pasa al revés, muchos que ven la rojigualda como la bandera del enemigo, quieren que España gane todos los partidos.

El mundial también está sirviendo para comprobar que nacionalismo más fundamentalista en España es el nacionalismo español. Los discursos patrióticos de los locutores deportivos, que desprecian a los equipos rivales, qué sólo ven los fallos en los otros, que recurren constantemente al “somos los mejores”, son discursos cargados de política. Los mismos que han despreciado el independentismo de Laporta, que decían que el expresidentes del Barcelona estaba politizando el fútbol, que ponían a parir a los aficionados que llevaban banderas catalanas al estadio, ahora se envuelven en banderas españolas y se visten de toreros. En Canarias algunos quieren hacer patria pidiendo que Pedrito o Silva sean los que metan los goles. Otros se han apuntado al insularismo y sólo quieren que meta goles el tinerfeño o el grancanario.

La última tontería patriótica que utiliza el fútbol la protagoniza el PP de las islas. La portavoz parlamentaria del partido de Soria, Australia Navarro, pidió ayer que la bandera española vuelva a ser izada en la fuente luminosa para homenajear a la selección española. Da igual que el trapo gigante sea un peligro para el tráfico en la zona, da igual que estemos en crisis y cueste una pasta tener una bandera gigante en esa zona. Lo importante es este patriotismo futbolero que también promueve el partido que más criticas los nacionalismos periféricos.

Nicolás Estévanez escribió: “Mi patria no es el mundo, mi patria no es Europa, mi patria es de un almendro la dulce, fresca, inolvidable sombra”. Pues ¿qué quieren que les diga?, prefiero la sombra del almendro que el balón de reglamento.

Juan García Luján

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