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Galdós en su 176 aniversario

Teo Mesa

El ilustre y mundialmente afamado escritor don Benito Pérez Galdós cumple el día 10 de mayo del presenta año, el 176 aniversario de haber nacido en el vetusto barrio trianero (calle Cano, 6) de la también histórica capital de Las Palmas de Gran Canaria (El Real de Las Palmas). Y en esta ciudad atlántica vio y despertó a las primeras luces, para la que prontamente y desde su juventud tomara la iniciativa como neófito de la escritura, con sus artículos en la prensa urbana El Ómnibus, con sus ideados artículos de absoluta fantasía literaria y social, Mi criado Bartolo y yo. Esta primigenia escritura imaginativa fue secundada por una fecunda e ininterrumpida vida literaria durante toda su existencia.

Destacó el egregio novelista y dramaturgo, como todos saben, a nivel internacional, quien por su magna labor ha sido estudiado por lingüistas e investigadores literarios en el ingente número de obras por él concebidas y escritas durante sus fértiles mieses en su etapa de creación escritural, con un total de 127 (al margen de los artículos de prensa, que también cuentan como obras literarias funcionales de una veraz información). Desde sus primeras novelas La Fontana de Oro y La Sombra, ambas del año 1870; hasta la última, Santa Juana de Arco (1918, aún en vida), y la póstuma Antón Caballero, en 1922. Falleció Galdós el 4 de enero de 1920.

Todas esas obras salidas del talento y técnica novedosa del escritor grancanario, fueron un catón para muchos de sus directos e indirectos discípulos para la confección de la novela moderna de la época, y que aún en la actualidad sigue rigiendo sus criterios teóricos en la concepción y estructura en el formato novelístico actual.

En esta oportunidad escritural y de sincero recuerdo al insigne escritor y artista, quiero reseñar el reciente trabajo de investigación realizado por quien suscribe este artículo (pidiendo sinceras disculpas por esta intrepidez). Se trata en concreto, de valorar el otro gran talento que desde muy niño –con cuatro años y hasta el final de su vida y mientras se lo permitió su vista hasta acabar en la ceguera–, oficio artístico plástico que le acompañó, nutrió, distrajo y aquietó el pensamiento del escritor canario. Me refiero a mi obra: Galdós, artista plástico. La otra gran vocación de Galdós: el dibujo y la pintura. El objetivo de esta labor de investigación era dar a conocer esa otra labor intelectual del genio escritor canario.

En esta obligada cita anual para rememorar al personaje y obras de Galdós, a quien dedico cíclicamente un artículo conmemorativo en esta señalada fecha, lo haré en esta ocasión a la referida dualidad intelectual que siempre practicó, que tanto amó y puso en práctica: su otro arte de la plástica, que también manó de sus ávidos y sensibles adentros. Fue un distinto lenguaje de los que paralelamente puso en ejercicio sus destrezas artísticas por su talentoso acopiado en su ingénitos, si bien esta versión solo tuvo un carácter de tipología intimista, sin hacerlo público solo para su deleite personal. Y lucidez no le faltó para la captación y representación gráfica de imágenes sobre el papel o el lienzo, para consagrarse asimismo como un destacado artista de la plástica.

En el susodicho libro se hace un análisis de varias de las obras más destacadas del artista (con toda la significación del término). Se comienza con los recortables que ejecutó desde los cuatro años en su edad pueril, quien con unas tijeras en su delicada mano trazaba las formas de las figuras de personas conocidas de su entorno vecinal, como fueron: el perfil del roncote Pepe Chirino (novio de la empleada de la casa, Teresa), soldados, curas haciendo sus necesidades en una bacinilla, procesiones religiosas, etc. O trazaba dibujos imaginados que ilustraban fechas conmemorativas, como lo fue el magno Boceto de un asunto de historia de Gran Canaria, donde se recoge la entrega de dos jóvenes aborígenes, Guayarmina y Masequera para ser educadas por el capitán Francisco Mayorga, por recomendación del conquistador de la isla, Pedro de Vera.

Los dibujos y pinturas del niño y joven Benito Pérez se realizaron varios años antes que se dedicara a su vocacional creación literaria. No le faltaron al joven que pretendía ser artista, pero que nunca lo fue porque su vocación literaria tuvo para el escritor mayor arraigo emocional y comunicativo, prevaleciendo sobre la plástica que practicó como un lúdico pasatiempo. En ellos también se analizan y describen los dibujos al carboncillo de copias de otras láminas o del mismo natural visto de la realidad.

En ese apartado bibliográfico se estudian igualmente las pinturas, tanto en acuarelas como en óleos, que plasmó desde su juventud hasta la edad madura, e incluso, hasta pocos años antes de su finitud existencial. En ambos procedimientos las técnicas se pueden tildar de óptimas en una persona que desde siempre se distinguió como autodidacta en la plástica y en la escritura. Nunca tuvo maestro de arte. Los genios no necesitan ser tutelados para expresar sus dones naturales y supremo virtuosismo.

En el contenido del volumen se hace un exhaustivo análisis de cada uno de los dibujos por él plasmados en los cinco diminutos álbumes que dibujara Galdós durante sus paseos vespertinos. El primero de ellos lo dedicó a la edificación del Teatro Nuevo que se iría a construir, y que llevará a partir de 1902, su ilustre nombre de Teatro Pérez Galdós (sustituyendo el de Tirso de Molina como se denominó primeramente). Denominación y ofrecimiento que le hizo el consistorio capitalino a su encumbrada persona como escritor nacional y a partir de sus éxitos literarios, como su obra teatral Electra. Los dibujos caricaturizados o realistas, plasmaban la ridiculez y torpeza que era levantar el Teatro Nuevo junto al mar y en la desembocadura del Guiniguada.

Dos de los álbumes siguientes, los dedicó a sus paisanos canarios estudiantes en Madrid, a las andanzas y vicisitudes en la gran urbe capitalina del reino español. Y muy especialmente, a su querido amigo Fernando León y Castillo. Otro de los block lo dedicó a la mar (que tanto arraigó en su sensibilidad en la niñez y adolescencia en su isla natal), con vistas marinas y de barcos, en su nuevo hogar que construyó en Santander (cuando tuvo una economía boyante por la venta de sus obras); y el último, lo realiza bajo las visiones de la arquitectura de la citada ciudad norteña, teniendo también reminiscencias de las viejas construcciones de su añorada Vegueta y Triana.

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