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La historia de Merceditas

Lazos morados, símbolo de la lucha contra la violencia machista. EFE
25 de noviembre de 2020 20:05 h

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(Relato ficticio)

Les contaré la historia de Merceditas porque Merceditas no es la historia de una mujer cualquiera. Merceditas era una mujer preciosa. Ni muy flaca ni muy gorda; ni muy joven ni muy vieja; ni muy alegre ni muy seria. Lo que hacía preciosa a Merceditas era su libertad. Una libertad que, siendo honestos, a veces, realmente, asustaba.

Merceditas si quería bailar, bailaba. Si quería besar, besaba. Si quería trasnochar, trasnochaba. Si no quería dar explicaciones, no las daba. Si quería discutir, discutía. Entraba y salía cuando le daba la gana. En definitiva, y perdonen la redundancia, vivía como le daba la gana. Y eso, la verdad es que asustaba un poco pero, siendo honestos, la hacía una mujer preciosa ante los ojos de cualquiera. Y, según me dijo su madre una vez, así había sido Merceditas desde que era una cría.

Nunca fue demasiado presumida. Siempre llevaba el pelo recogido porque era una chica práctica aunque si se ponía coqueta, llevaba la melena al viento. Así era Merceditas, de espontánea y de libre, hasta que un día se me ocurrió llamarla «loca» cuando la vi aparecer pintada como una puerta. La verdad es que parecía un payaso pero no le dije nada para no hacerla sentir mal. Solo la llamé «loca», sin maldad, y pude ver, en sus ojos, el efecto que esto generó en ella. Y, lo cierto, es que me gustó. Sentí que Merceditas maduró de un plumazo. Sentó cabeza porque ahora, casi siempre, me daba la razón. Y, siendo honestos, era yo quien la tenía casi siempre. 

Sentí que me escuchaba más, que pensaba dos veces antes de hablar y que ya no perdía el tiempo en dar su opinión. Se acabó discutir por tonterías. Entonces, empecé a llamarla «loca de mierda» o «bipolar». Todo por su bien. Sentía que despertaba y me gustaba hacerle ver el mundo como era. Una no puede dedicarse a ser libre toda la vida y estaba haciéndolo bien porque Merceditas me besaba incluso más. Me quería mejor porque, sobre todo, luchaba por hacer cosas que no me enfadaran. Y en eso se basa el amor. En hacer sentir bien al otro ¿no? Me quería. Me quería de verdad y yo a ella porque me hacía sentir un hombre de verdad. Un hombre fuerte, importante, con los pantalones «bien puestos», especial. 

Y así me fui dando cuenta de lo perfecta que era Merceditas para mí. Ya no gastaba energía en bailar cuando le daba la gana. Solo se esforzaba en bailar para mí, aunque no tuviera ganas. Ya saben, lo bonito del sacrificio. Sabía que a Merceditas le gustaba que fuera duro con ella porque así aprendía a quererme mejor. Y cuando me enfadaba, me suplicaba, y me lloraba y me hacía todo tipo de mimos que me volvían loco. Me encantaba.

Aunque, una vez, hace algunos años, no vino tras de mí. Ni súplicas ni nada e, incluso, se enfadó ella. Se atrevió a gritarme. A cuestionarme. Supuse que había estado hablando con la arpía de su hermana, que le mete tonterías en la cabeza. Es más mala que un dolor de muelas. Así que ese día, pasé a la acción y descubrí la magia. Un sutil «boom» a mano abierta. No muy fuerte pero efectivo. No saben el gusto que me dio hacerlo porque esto cambió toda mi historia con Merceditas. Me di cuenta de lo enamorado que estaba de ella. Se volvió la mujer más perfecta que cualquiera pudiera imaginar. Aunque la primera vez que lo hice me asusté tanto como ella, luego llegaron «lunas de miel» maravillosas e íbamos chutados hasta las cejas y nos enamorábamos como niños. Así es como hice perfecta a Merceditas y nos volvimos uno porque todos los demás, especialmente su gente, eran unos traidores y desaparecieron de nuestras vidas. 

Y así han pasado dos años y Merceditas sigue loca por mí, haciendo lo que le pido y esforzándose en quererme porque reconozco que, a veces, tengo un carácter complicado. Aunque, siendo honestos, últimamente, la noto arisca. Le daré unas semanas antes de sacarme el cinturón. Supongo que sí está así es porque está cansada. No hace mucho ha nacido nuestra niña, Elenita. Una preciosidad, la verdad. Aunque con las chicas preciosas, ya se sabe: mano dura. 

**No actúes como este narrador y denuncia la violencia machista.

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