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En honor a la verdad
Tal y como suele ser habitual, tal afirmación estaba relacionada con el comportamiento de un cargo político, uno más de los que se suman a la larga de lista de servidores públicos que se creen “por encima de la ley”. Tiene gracia, la expresión “Nadie está por encima de la ley”. La empleaba mucho un presidente estadounidense ?Richard Nixon- quien ha pasado a la historia por sus prácticas ilegales y carente de toda ética.
Nixon no solamente grababa las conversaciones que se desarrollaban en su despacho de la Casa Blanca, sino que no dudó en tratar de colocar micrófonos en las oficinas del partido demócrata, para conocer todos sus movimientos. Aquellas oficinas estaban situadas en un complejo de oficinas llamada Watergate y tras la detención de un grupo de “supuestos ladrones”, dos periodistas del periódico Washintong Post ?Bob Woodward y Carl Bernstein- decidieron investigar el caso. Su trabajo desveló no sólo la implicación del presidente -y de buena parte de los miembros de su gabinete- sino los delirios paranoides de un Nixon que, tras intentar obstruir a la justicia durante los meses que siguieron a la investigación, se vio obligado a dimitir de su cargo.
Para el Washintong Post, y por ende para el resto de los medios, publicar los datos que terminaron con la carrera de uno de los presidentes más criticados de la historia contemporánea ?por lo menos hasta la llegada de George W. Bush-. Supuso la confirmación de que la prensa es, realmente, el Cuarto Poder de nuestra sociedad.
Lástima que muchos políticos confundan el trabajo riguroso ?y bien ponderado por su principal fuente- de Woodward y Bernstein con artículos publicados en medios que desconocen las más mínimas reglas del periodismo serio y veraz. De otra forma no se entienden que se dejen retratar portando ejemplares de periódicos y revistas que simbolizan el extremo contrario de lo que, en su día hicieron los dos reporteros del Washington Post. Sus sonrisas y sus miradas, las cuales transmiten la sensación de que están “encantados de conocerse” son una mezcla difícil de explicar en una sociedad democrática como la nuestra.
Y de un presidente a otro, Ronald Reagan, no tan demente como Nixon, pero sí con una peculiar forma de entender la política. Reagan -un actor de Hollywood con una carrera marcada por sus papeles secundarios- demostró, al ser elegido, que cualquiera puede llegar a ser presidente del país más poderoso del mundo. Otra cosa eran sus capacidades para desempeñar un puesto de tal responsabilidad, tareas que recayeron en miembros de su gabinete, entre ellos, George H. W. Bush, padre del presidente George W. Bush.
El mandato de Reagan estuvo marcado por los escándalos en los que se vio envuelta su administración ?especialmente el llamado Iran-Contra affair-, una militarización extrema, a costa de recortar los servicios sociales, sanitarios y los gastos en educación y un feroz y despiadado liberalismo económico.
Su visión de un mercado económico, libre de cualquier tipo de trabas, sirvió para poner las bases de la crisis económica que ahora estamos soportando. Puede que los neoliberales de mentalidad conservadora “adoren” la figura de Reagan y de quienes siguieron después con las mismas políticas, pero el efecto de todo aquello lo está padeciendo nuestra actual sociedad.
Claro que no todos ven la botella de la misma manera y no dudan en rescatar de la memoria frases y actuaciones de la administración Reagan como bálsamo para una crisis que ellos mismo propiciaron. Y encima, no dudan en unir fuerzas con quienes no son, precisamente, un garante de libertades democráticas. Lo que queda claro es que quienes tienen, no están dispuestos a perder aquello que tanto les ha costado amasar. Por tanto, y los resultados de las últimas elecciones europeas son un buen ejemplo, se trata de cerrar filas y hacer pactos con el diablo o con la sombra de quienes a punto estuvieron de destruir la vieja Europa con sus ideologías.
Poco importa si atrás quedaron las camisas negras, las azules o las runas que, con tanto orgullo, portaban las unidades de la SS-Totenkopf-Standarte 2 Brandenburg. Puede que para muchos formen parte de un legado que el mundo no debería olvidar, aunque por distintas razones. Sin embargo, vivimos en un mundo donde, cada vez más, las desigualdades son mayores y donde hay una élite empeñada en recortar cualquier gasto en las personas con tal de evitar que ellos pierdan en su cuenta de resultados.
¿Gastar en sanidad pública, en gastos sociales, en educación?? ¡Por favor! ¡Qué pérdida de tiempo! El estado no está para esas cosas y si las personas pierden sus trabajos y se ven sin un lugar a donde recurrir, que se vayan a un callejón oscuro y se mueran en silencio. El capital no es una ONG ?como declaró Condoleezza Rice “Los marines no están para repartir leche en polvo, sino para combatir”- sino el motor de nuestra sociedad y quien no aporte al PIB, debe desaparecer.
Ideologías, opiniones y pasaderos tenemos todos. Unos las tienen más prostituidas que otros, pero cada cual tiene la suya. Lo que yo no entiendo es que, si se sigue fomentando los recortes en ayudas sanitarias y/ o sociales a las clases más desfavorecidas, llegará un momento en el que no puedan ir, ni siquiera a una farmacia. Y, salvo que se demuestre lo contrario, hace falta mano de obra para que las fábricas y las industrias funcionen.
Entonces, ¿cuál es la idea? ¿explotar al trabajador hasta que éste no pueda rendir más y sustituirlo por otro, tal y como hacían los soviéticos en los Gulag o los nazis, en los campos de concentración? La idea no es nueva y buena parte de la economía del mundo civilizado se basó, durante décadas, en el trabajo de los esclavos.
Cierto es que otro presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, fue el responsable del acta de abolición de la esclavitud, firmada el 22 de julio de 1862, aunque está claro que a los Neocon no les gustaban mucho las clases de historia.
De ser así hubieran tenido otro comportamiento y se hubieran preocupado de atar más en corto a quienes pensaron que el mercado podía subir y subir, y subir y subir “hasta el infinito y más allá”. No obstante, la historia, como las mentiras, se pueden retorcer, y si se quiere “estrujar” hasta límites insospechados.
Nixon no se cansó de proclamar su inocencia, a pesar de todas las pruebas en su contra. Reagan llegó a decir, en una visita a un cementerio situado en la localidad alemana de Bitburg, en 1985, que los 49 soldados de la Waffen-SS enterrado allí eran “víctimas de guerra” comparándolos con las víctimas reales del Holocausto, orquestada, precisamente, por los miembros de la SS. Cada loco con su tema y cada mentiroso con las suyas.
Lo peor, después de escribir esta columna es que, quien dijo que a una mentira se la podía estrujar, tenía mucha, DEMASIADA RAZÓN y la realidad cotidiana no para de darnos muestras de ello, en especial cuando miramos -aunque solamente sea de reojo- a la política de nuestro país.
Eduardo Serradilla Sanchis
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