Ideas felices
Vivimos momentos de ideas felices donde un problema complejo se cree que se puede solucionar con una herramienta sencilla, cuando realmente se sabe que no es así, no tanto por no querer, sino por no poder, sabiendo que el comportamiento humano es como una montaña rusa llena de giros y vueltas inexplicables. Y en el ámbito de la economía y la política, la situación no es muy diferente. De facto, pudiera parecer que todas las decisiones se basan en principios racionales y modelos matemáticos, sabiendo que no siempre se toman de manera puramente lógica porque, a diferencia de lo que muchos modelos económicos asumen, la racionalidad es limitada al estar inundaba por las emociones. De hecho, en lugar de analizar todas las opciones posibles, se tiende a simplificar el proceso utilizando atajos, pudiendo sesgar la decisión final utilizando la manipulación como parte de la difusión, distorsionando la realidad. Por esa razón, asumamos que el comportamiento económico de las personas está fuertemente influenciado por su entorno social, de forma que imitamos de forma mayoritaria lo que más abunda en los ámbitos cercanos, ya sea por envidia o por ejercer una actitud basada en el gasto compulsivo, incluyendo el sesgo de la confirmación, que nos lleva a buscar información que respalde nuestras creencias existentes, o el de aversión, que nos hace valorar más la pérdida que la ganancia equivalente. A partir de aquí se desata una epidemia contagiosa en donde se combina el “y tú más” con el “yo lo haría mejor”.
A riesgo de pesadez mental, por los días que estamos viviendo, hay que insistir que, en el mundo de la política, las promesas electorales desempeñan un papel crucial para persuadir y ganar apoyos. Sin embargo, a lo largo de la historia, las hay increíbles e, incluso, otras que suenan demasiado bien para ser verdad, de ahí que hay que analizar su viabilidad y realismo porque la línea entre la ilusión y la realidad puede ser delgada. En la carrera electoral, no es raro escuchar promesas para conseguir un crecimiento económico acelerado junto a una reducción drástica del desempleo o incluso la eliminación de la pobreza en un corto período de tiempo, además de proporcionar beneficios y servicios gratuitos o ingresos básicos garantizados. Por ello, para que no nos den gato por liebre, es necesario analizar las propuestas bajo suposiciones realistas y que estén respaldadas por un análisis sólido o por un plan detallado de implementación, entendiendo que las mentiras terminan por tener un impacto negativo en la confianza en el sistema, incrementando el escepticismo, el desencanto y la apatía.
Las emociones, como el miedo, la tristeza, el asco, la ira o la alegría, más allá de ser formas de adaptación que han sido aprendidas y transmitidas evolutivamente que responden a un castigo o a una recompensa, pueden influir en nuestras decisiones. Por ejemplo, una recesión económica nos puede llevar a reducir el gasto y ser personas más precavidas en las aventuras inversoras. Por esa razón, comprender cómo las emociones afectan nuestras decisiones económicas puede ayudar a diseñar políticas y estrategias más efectivas para seducir, políticamente hablando, en lugar de intentar engañar porque, como se dice al principio, vivimos momentos de ideas felices donde un problema complejo se cree que se puede solucionar con una herramienta sencilla cuando realmente se sabe que no es así, no tanto por no querer, sino por no poder. Lo que ocurre es que estamos en plena campaña electoral y, claro, no hay problema complicado sin una sencilla solución ¿o era al revés?
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