(Im)Perfecciones
Vivimos en una sociedad que aspira a oler como recién salida de la ducha, con cuerpos insuperables esculpidos en gimnasios, sonrisa con su correspondiente dentadura impecable, sentido de la oportunidad en los actos en todo momento y disponer de una superioridad moral solo al alcance de la divinidad, entre otras cosas. Bueno, más que vivir, se aspira a tocar lo que se nos ha vendido como perfección con la yema de nuestros dedos un día sí y otro también. Pero mejor hay que avisar que eso de intentar ser un prototipo inmaculado genera frustraciones porque tal situación no existe.
Las personas que se encuentran en la élite (relativa, todo hay que decirlo) en sus respectivos campos profesionales, como son el mundo de los negocios, el empleo o el deporte, entre otros, también tienen que trabajar. No han llegado ahí, al menos en su mayoría, por disponer de unas cualidades sobrehumanas. Seguro que tiene tienen ciertas peculiaridades y singularidades que nadie más posee. O si se poseen, se saben poner en circulación. Es cierto que habrá otra parte oportunista que ha sabido explotar la rendija de la mediocridad. Pero, al final lo bueno de todo, es que el tiempo pone a cada cual en su sitio.
En períodos de crisis económica y social, ante la escasez de recursos, las situaciones de marginación y pobreza suelen ser presentadas como irreversibles y como signo evidente del fracaso de las medidas educativas y asistenciales existentes. Estas circunstancias constituyen el terreno abonado para una amplia aceptación de opiniones que sitúen en lo biológico, en lo genético o en la raza las causas de la marginación, los altos niveles de fracaso escolar o el desempleo. La genética, en concreto, ha sido la disciplina preferida para dar el barniz seudocientífico a planteamientos ideológicos, insolidarios y antisociales difícilmente digeribles en crudo.
En este sentido, ¿nos pasa lo que nos pasa por dichos factores o mayormente por los condicionamientos ambientales? El sentido común induce a pensar que ciertas cualidades como la estatura o la constitución atlética son en gran parte hereditarias. Pero hay otros en los que no es tan simple encontrar una respuesta convincente a su carácter hereditario como son los resultados obtenidos a través de ciertas intervenciones educativas, ambientales y sociales, en donde se pueden redirigir los estímulos que modifican la conducta. Ahora bien, teniendo en cuenta que la genética no resta libertad, por lo que no condiciona de forma inexorable la conducta, pudiera parecer que los genes predisponen, pero puede que sea el ambiente lo que hace que se manifiesten.
Quién no tiene unas dioptrías de más, o una mancha en la piel fruto del castigo solar, una alopecia galopante o, incluso, si se ha tenido una higiene bucal mejorable, algún principio incipiente de caries. Al final todos tenemos ¿las debemos llamar taras o meramente características? Nuestras aparentes debilidades deben configurarse como nuestros puntos fuertes porque todas las partes tenemos un superpoder que descubrimos en algún momento. Si no, tiempo al tiempo.
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