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La inminente desaparición de la prensa escrita

Teo Mesa

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No es una premonición ni nada nuevo que la prensa en papel esté muy próxima a su finiquito absoluto. Desde hace unos diez años, se viene argumentando la irreparable desaparición de este medio de información de tintas sobre papel: diaria, semanal o mensual. Habían opiniones de los expertos para todos los ánimos, algunos esperanzados en su presencia continuada, que podía convivir los medios digitales; los más, que estaba anunciada su muerte, precisamente, por tener su causa en la rápida información global.

Y así es, que cabeceras como The Independent, con una fuerte tirada de ejemplares y prestigio periodístico, sucumbió el pasado día 12 de febrero. Tiró su última edición impresa, y a partir de esa fecha lo hará digitalmente. Otros periódicos de grandes impresiones sobre papel como lo es El País, con un descenso muy considerable en su tirada, desde hace años, también anuncia su inminente claudicación ante los inevitables desplazamientos de las nuevas tecnologías de la información. El Mundo acaba de anunciar que regulará su plantilla por medio de un Ere. A la zaga le va el diario The Guardian, y el dominical The Observer, de la misma empresa. Y otros medios europeos y mundiales.

La impronta o rapidez de las noticias que se suceden en todo el globo terráqueo, además de por las redes sociales, no tienen espera para ser conocidas al día siguiente, en días sucesivos o en una semana, si se da el ejemplo. El mundo actual de la información es de absoluta inmediatez de las noticias, y éstas suben de inmediato y con el mayor frescor a las páginas digitales del medio para ser servidas al lector. Esa es la demanda del consumidor de información en la actualidad, que está acorde con los modos de vida que llevamos. Y porque todos poseemos los soportes electrónicos para su lectura.

Todos ellos han comenzado por sacrificar sus plantillas de profesionales del periodismo, ante la evidencia de las catastróficas cifras de números rojos de sus cuentas. Esta es la parte más trágica de la prensa escrita, que ha cercenado el noble trabajo de tantos y buenos profesionales de la información, con las drásticas reducciones de sus números de empleados. Lo harán tantos de ellos, por medio de la reconversión en la información digitalizada, con dos condicionantes: que sean jóvenes, por contratación basura y estén muy diestros en el manejo de las informáticas.

La nueva era de Internet, y de Google, en la cual nos informamos con la inmediatez de minutos, por la que tardamos sólo en clicar los elementos de los ordenadores, ha hecho que las gentes tengan predilección por este tipo de información inmediata, desde casa u otro lugar, sin molestarse en ir al kiosco, ni gastarse un euro y poco por la compra del papel de un periódico (precio que no es equiparable en absoluto a la cantidad y calidad de información recibida, ni tan siquiera se paga el papel del soporte). Todo lo paga la publicidad insertada en esos medios.

Precisamente, esa publicidad se ha modernizado y ha preferido los medios digitales. En ellos están los futuros clientes; entre otros, porque tienen mayor acceso a estos medios un mayor número de lectores que en la edición impresa actual. Pero lo más favorable de la publicidad digitalizada es la dinamización de los anuncios que se cuelan durante la lectura de los artículos o junto a éstos, con todo tipo de interacción: movimientos, florituras, músicas e imágenes varias, para la captación del lector-cliente. Información comercial que en gran medida sigue y seguirá siendo el gran sustento de los medios de información. Aunque en el periódico (¿cambiará este término también?) digital tenga subscritores que ayuden en los costes de la edición y que haga posible la subida a la red del medio.

No cabe duda, de que es una tristeza la pérdida del papel impreso de la información en la lectura calcográfica. Todos los que nos hemos criado y educado por el papel impreso, se nos ha hecho cuesta arriba el cambio con pena y claudicación ante la modernidad hemos tenido que aceptar a duras penas, para no quedarnos obsoletos y bogar en el misma travesía de la información y el presente informatizado. Para todos los románticos, añorantes del aroma del papel y de la tinta calcográfica, de la sensualidad que produce el papel en su tacto, y de la información estática que podemos releer físicamente, sin hacerlo a través de la pantalla de píxeles, verlo agonizar es una lamentación. Y mientras se publiquen libros impresos remaremos en sus aguas.

La era digital de la información —y de otras muchas resoluciones de la vida actual—, es ya una realidad y quien no la acepte estará en una antigualla conceptual y de práctica acción en la vida diaria, y especialmente en los medios de información. Para los inversionistas los números cantan, y cuando otean que sus cuentas se tiñen de rojos y pérdidas, se arriman al ascua que más calienta. Ya sabemos que en estos ejemplares, sus sentires están en las cuentas corrientes, y que por su corazón no circula sangre, por ser pétreo.

Pero en este cambio que ya hemos asumido, no todo son congojas para los que amamos la prensa escrita y los libros sobre papel. La gran alegría es la carencia de cortes de ingentes toneladas de árboles para la fabricación de celulosa de papel; además, del gran consumo de metros cúbicos agua potable para la crianza de esa forestación. Máxime en tiempos que tanto escasea el agua potable sobre la Tierra. Un papel que solo lo vamos a tener en nuestras manos durante unos minutos y luego lo tiramos a la basura (y tantos que no lo reciclan, para más inri). De positivo tiene que en lo digital todos es irreal, todo es virtual. Solo consumismo la electricidad del momento de la lectura —además de la cuota al periódico y al servidor de la red—.

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