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Iván, Ricardo, Octavio...

Antonio Morales Méndez / Antonio Morales Méndez

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Frente a los que defendían el ser agresivo del hombre por naturaleza, recogido así en sus genes como instinto de supervivencia, aparecen los teóricos que afirman que la violencia es fruto de la frustración y su consecuente respuesta frente a la inconformidad. Hoy en día los científicos del pensamiento y la psicología afirman que los grados de violencia son asimilados desde el entorno y la sociedad condiciona por tanto nuestras actuaciones.

Al margen de que, sin ningún tipo de dudas, nuestro componente genético pueda condicionar algunas de nuestras actuaciones agresivas y que muchas de nuestras frustraciones las liberemos desde la violencia ejercida en mayor o menor grado, está sumamente claro que esta sociedad alienante en la que vivimos está generando un alto grado de violencia que palpamos día a día en agresiones de género -con miles de mujeres asesinadas a manos de sus parejas- y en distintas maneras de violencia juvenil que se han vuelto cotidianas y que en las últimas semanas han sembrado de muerte y dolor nuestras calles.

Muchos son los factores que nos han llevado en volandas a esta situación, pero todos tienen que ver desde luego con los déficit de este sistema socioeconómico en el que estamos instalados, que hace aguas por todas partes y que amenaza con un desplome generalizado, a manera de catarsis colectiva, y del que no estamos seguros que pueda surgir un cambio positivo y real para la humanidad.

Si bien el sistema económico se tambalea, fruto de la especulación salvaje y la voracidad de los mercados que han propiciado profundas desigualdades sociales en las sociedades avanzadas, daños irreversibles a este planeta, enormes diferencias entre países y continentes, al tiempo, se ha ido consolidando un modelo social basado en el consumismo y el hedonismo más superficial que ataca frontalmente y en primer lugar a los sectores más desfavorecidos y deprimidos según su condición social, de sexo o de edad.

Aparece así el fenómeno de la violencia juvenil con más virulencia que nunca y aparecen fenómenos nuevos propiciados por las tecnologías emergentes. Aparecen así ante nuestros ojos cada día el maltrato entre jóvenes iguales, el síndrome del emperador, el ciber acoso, los jacckas -un fenómeno que consiste en difundir por el móvil situaciones violentas consentidas-, los happy slappers -grabar y difundir agresiones a otras personas- y un largo etcétera de situaciones que, cuando profundizas un poco en ellas, empiezas a vislumbrar la terrible influencia del nuevo papel de la familia agobiada por el trabajo y condicionada por el horario de los padres que se ven obligados en muchas ocasiones a dejar la educación de sus hijos en manos de la sociedad; empiezas a ver la falta de respuestas y recursos ante los distintos modelos de familia y convivencias desestructuradas; las situaciones de maltrato en el propio entorno familiar. Te das cuenta del papel devaluado de una escuela sin medios, sin recursos, con los profesores desautorizados y desprestigiados socialmente. Percibes el papel de la generalidad, con algunas excepciones, de los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales, donde a lo banal se suma una enorme carga de violencia a cualquier hora, inundando hasta los informativos más pretendidamente serios y rigurosos. Valoras las enormes desigualdades que se producen en tu propio entorno. El enorme daño del paro que afecta a numerosas familias y a muchos chicos en particular; la falta de horizontes; la falta de viviendas que propicia el hacinamiento; el consumismo voraz como religión imperante; la utilización de las drogas como huída hacia delante. Los valores sociales se han transmutado sin solución de continuidad por un egocentrismo vacuo, carente de la menor solidaridad y respeto para con los demás.

Es verdad que necesitamos que se cumplan las leyes, que se repriman los delitos, que se separe de la sociedad a los delincuentes, que paguen por sus fechorías, que hayan más fuerzas de seguridad que garanticen un sistema de libertades públicas, pero también es absolutamente imprescindible que nos paremos y analicemos el papel de la familia, la escuela, la educación en valores, la prevención, las políticas de igualdad, las políticas sociales que garanticen la dignidad de las personas y la igualdad de oportunidades y posibilidades y, sobre todo, que nos permitan creer y luchar para hacer posible un modelo distinto de sociedad más allá del mercado y la podredumbre de un sistema perverso y pervertido que sólo busca la satisfacción de unos pocos, muy pocos, a costa de los demás.

El papel que corresponde al Estado de procurar medidas correctoras de estas situaciones de desequilibrio y marginación social no puede darse por satisfecho con castigar a una madre con la separación de su hijo por haberle dado un pescozón. Las medidas deben ser profundas, rigurosas, prioritarias, dotadas de recursos económicos suficientes, efectivas. No se pueden quedar en la anécdota y el populismo, y menos en Canarias, donde tenemos el mayor índice de fracaso escolar, las cifras más altas de paro, el mayor consumo de cocaína, el mayor consumo de alcohol, las cifra más altas de embarazos juveniles, etc.

Está claro que las muertes de Ricardo Gallego, Iván Robaina, Octavio Santos y tantos otros no serán las únicas. El sistema está podrido y seguirá propiciando coletazos mortales, pero el dolor y las pérdidas nos deben servir para rearmarnos y abrir brechas a la esperanza de que podemos conseguir un mundo mejor para todos.

Es necesario que nos pongamos a ello y paremos esta aceptación irresponsable, cómoda y cómplice, de lo que esta sucediendo y de lo que obstaculiza un futuro distinto al que todos tenemos derecho.

*Antonio Morales Méndez es alcalde de Agüimes

Antonio Morales Méndez*

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