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A Joaquín Sagaseta, desde el recuerdo y el más acá

Joaquín Sagaseta.

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En esto tiempos de pandemia, la distancia entre la vida y la muerte parece difuminarse, basta dar la mano a un amigo o un paso en falso aspirando un invisible bacilo para entrar en el reino del otro mundo, del más allá.

Hoy como un mazazo me duele y sorprende, pese a lo esperada, la noticia de que Quino Sagaseta, convaleciente desde hace mucho tiempo de un ictus y hospitalizado después de que un segundo ictus atacase la parte anteriormente no afectada, ha fallecido.

Y me vienen los recuerdos de nuestros encuentros.

Quino era unos 12 años más joven que yo y estaba en las Juventudes Comunistas. Yo militaba en el Partido Comunista de España. Eran los años de la dictadura pura y dura franquista.

Su tío Fernando había salido de la cárcel y yo, por indicación de Germán Pírez, le había puesto en contacto con mi camarada Augusto Hidalgo Champsaur para que Sagaseta pudiera ejercer legal, pero encubiertamente, la abogacía. Así se hizo y luego se incorporarían Carlos Suárez (el Látigo Negro) y Félix Parra. Los Alféreces Provisionales y otras fuerzas “vivas” del régimen trataron por todos los medios de impedir inútilmente la incorporación de Fernando Sagaseta. Quino le visitó un día, muy orgulloso, para decirle que había ingresado en las Juventudes Comunistas.

Yo había dado unos cursos clandestinos de marxismo cerca de la calle San Bernardo a los que asistió Quino. De ahí y de visitar la casa de su tío nos conocíamos. Era un muchacho entusiasta y arriesgado, con el que era imposible no simpatizar.

Algunas aventuras vivimos juntos tirando octavillas o haciendo pintadas en calles que ahora han perdido sus nombres.

Pero un momento recuerdo con especial nitidez porque del mismo me resultó un juicio y una condena. Había pasado casi un año de la represión brutal de Sardina de Norte del 15 de septiembre de 1968, de la que yo pude escapar, pero otros pagaron con heridas de bala y largos años de condena.

El 17 de Julio de 1969 se había celebrado la boda civil ( no religiosa: pecado mortal en aquella época de cerrado nacionalcatolicismo en que ser español equivalía oficialmente a ser católico), la boda civil, repito, de Alexis García Bravo de Laguna. Y Alexis nos había invitado a celebrar su boda aquella tarde en la calle San Diego de Alcalá, esquina Mister Blisse en que había un amplio local vacío, posiblemente un almacén en desuso. Estaba al lado del entonces existente Barranco Seco, cerca de la Plaza de las Ranas y del Puente de Piedra del que hoy solo quedan las 4 diosas que custodiaban sus dos orillas.

Habíamos ido llegando y el local estaba lleno. Joaquín, yo y otro joven cuyo nombre no recuerdo estábamos fuera, en la calle San Diego, tomando unos refrescos y apoyados en la pared del local cuando de pronto un coche llega a toda velocidad, frena estrepitosamente y salen unos hombres de paisano. Se dirigen a mí y me interpelan gritando: Identifíquese, carnet de identidad.

Yo comprendo que son policías, quiero avisar a los otros y digo: Lo tengo dentro, y hago un gesto de dirigirme al local. Dos de ellos me agarran de los brazos y un tercero, Domingo Perdomo Leal, empieza, sin que yo hubiera dado motivo, a darme puñetazos y golpes en estomago y pecho. Yo tenía entonces 29 años y estaba entrenando Judo, así que contraje los músculos del estómago y tirando de los que me agarraban de los brazos me incliné y luego de repente volví a alzarme y tiré con fuerza de los brazos hacia arriba logrando así soltarme de los agresores cogidos por sorpresa y salí corriendo en dirección al Puente de Piedra. Uno o dos de ellos salieron detrás de mí, uno con pistola en mano me dio el alto o disparo, pero yo doblé a la izquierda en la callejuela inmediata. El de la pistola siguió detrás de mí corriendo y dándome repetidamente el alto, pero sin lograr alcanzarme. Llegué a la Plaza de Cairasco y ya por la calle Malteses cogí un taxi.

Mientras tanto a Quino le habían metido en el coche, pero como estaban ocupados con mi resistencia y con los otros invitados que habían salido al oír los gritos, no pudieron impedir que Quino se escapara por la otra puerta.

Según la sentencia del posterior 3 de octubre de 1969, firmada por el Juez Municipal titular, la Comisaría Provincial del Cuerpo General de Policía había recibido “una llamada telefónica” denunciando un “acto clandestino” de carácter político. No podemos saber si hubo tal llamada pero si “clandestino” significa “oculto, secreto”, hemos de suponer que tal denominación no correspondía al bullicio y conversaciones en voz alta de nuestra reunión, sino más bien a elaboración de la Brigada Social, lo cual se demuestra por la presencia del conocido Inspector Eliodoro Pérez Díaz.

En cualquier caso y siguiendo la letra de la Sentencia (que no reproduce la verdad de los hechos, sino la invención malévola de la Gestapo española )“los agentes de la autoridad al tratar de identificar al citado grupo de personas, éstas se dispersaron en distintas direcciones, con excepción del citado Emilio Diaz Miranda, que opuso resistencia a ser identificado y conducido al coche oficial, forcejeando con los inspectores que trataban de detenerlo y cuando acababa de ser reducido, salieron del interior del local otro grupo de personas, entre las que se encontraban los denunciados Pedro Bravo de Laguna Macías y Fernando Sagaseta de Ilurdoz Cabrera”, que creyeron que se trataba de una pelea y Fernando Sagaseta “como observase que uno de los inspectores esgrimía una pistola, inquirió, en estado de excitación, la razón porque empuñaba el arma, siendo, seguidamente, ambos detenidos sin ofrecer resistencia aprovechando Emilio Díaz el alboroto y confusión formado con la salida de los asistentes a los indicados festejos de la boda para darse a la fuga, habiendo sufrido el inspector Pedro Cortés López herida incisa en hemitorax izquierdo y también el inspector Pedro Pérez Navarrete contusión traumática con dolencia en ligamento en muñeca derecha, de cuyas lesiones curaron los primeros cinco días, durante los cuales no necesitaron más que la primera asistencia, sin que estuvieran impedidos para sus ocupaciones habituales y sin que les quedase defecto físico o deformidad alguna”. Pasados ya 52 años de aquellos hechos Quino se hubiera reído a mandíbula batiente al releer el cúmulo de incoherencias y visibles mentiras contadas por los agentes deformados psiquicamente que, cobardemente, pese a su número no fueron capaces de detenerme y deformaron la narración para no reconocer que el detenido Emilio Díaz se les escapó delante de sus narices y pese a que esgrimían pistola, cosas que no se atrevían a confesar a sus superiores.

Joaquín y los otros detenidos, según la sentencia, no ofrecieron resistencia ni adoptaron una postura agresiva contra los inspectores y fueron absueltos, mientras que el fiscal solicitó, de acuerdo con el apartado 6º del artículo 570 del Código penal, que se condenara al denunciado Emilio Diaz Miranda a las penas de quinientas pesetas de multa y reprensión privada, así como al pago de la parte proporcional de costas y con declaración de oficio de la parte proporcional de costas, y que se absuelva a los demás denunciados.

Curiosa sentencia, como muchas otras de aquellos tiempos políticamente oscuros.

Contra aquel tipo de “justicia” nos rebelábamos y ese impulso fue el que como hilo conductor hizo de Joaquín Sagaseta el excelente abogado que llegaría a ser, y él podría haber preguntado a los sicarios cómo sabían que yo era Emilio Diaz si no me quise identificar y escapé de sus manos. La respuesta clara sería que sabían quién era yo y por eso fueron hacia mí y empezaron a golpearme. Isabel Allende ha escrito que la muerte no existe si el recuerdo permanece. Tanto Joaquín como yo, como tantos otros, creíamos en otra vida, pero no de ultratumba sino sobre la Tierra.

El otro mundo o el más allá es un concepto religioso surgido de la mitología que permanece en nuestra lengua y cultura. El término procede del latín orbis alius (otro mundo/Tierra), que usó el poeta romano Lucano en su descripción del Otro Mundo celta. Otherworld en inglés, oltremondo en italiano o Jenseits en alemán. En la mitología greco-romana el hogar de los dioses era el monte Olimpo (Grecia) mientras que las almas viajaban al inframundo o a las Islas Afortunadas al morir.

A los que vivimos en las Islas llamadas Afortunadas debería sernos familiar ese Allá, pero nos aferramos tozudamente al Acá.

Si habitásemos en el Olimpo y fuéramos inmortales, nuestra mirada divina nos permitiría ver el pasado y el presente junto al futuro. Ayer y hoy se confundirían. A mí, desde las Afortunadas, pero sin estar en el Olimpo, me vienen los recuerdos de Joaquín Sagaseta. Y desde la lucha por un mundo mejor que compartimos siempre, aunque no siempre pisáramos el mismo camino, desde esa lucha desde este inmediato y cercano MAS ACÁ buscábamos un MAS ALLÁ que no era el mítico griego, aunque como a Sísifo la roca se nos resbalase antes de llegar a la cima y tuviésemos que empezar y recomenzar una y otra vez la tarea cotidiana. Podríamos repetir lo dicho por Gabriel García Márquez : “He aprendido que el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada”

El Más Allá de Otra Vida y Otro Mundo Nuevo que deseábamos no estaba fuera de nuestro planeta ni de nuestra sociedad, sino que coincidía con lo que decía Ernst Bloch en Das Prinzip Hoffnung (El principio de la Esperanza) dentro del pensamiento marxista. Frente al criterio mecanicista que cree que el socialismo vendrá inevitablemente por sí mismo, creíamos y actuábamos en el aquí y ahora por un despertar de las conciencias y los cambios políticos y sociales. Cualquier esperanza real de triunfar sobre una sociedad deshumanizada y de alcanzar una sociedad humanista libre de las cadenas de la explotación, de la opresión y de las discriminaciones.

Los últimos años de Joaquín lastrados por el ictus que le paralizó físicamente fueron, sin embargo, acompañados de los frutos de las semillas solidarias que él sembró, en el pensamiento de sus amigos y compañeros de combate, y en los cuidados y el amor de su esposa y de sus hijos. El Amor nos mantiene vivos, como afirma Erich Fromm :“Sin amor, la humanidad no podría existir ni un día más.” Y el Amor le acompañó en sus últimos momentos como antes en sus combates y en la educación de sus hijos, en la dulce y solidaria compañía de su esposa.

Joaquín, compañero tan sentido, te seguiremos viendo en las futuras luchas y en los actos de humana solidaridad. Te recuerdo y me vienen a la mente los versos de Bertolt Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.”

Quino Sagaseta, tú formaste parte de las menguadas filas de los imprescindibles. Te seguiremos viendo gritando: ¡Hasta la victoria, siempre!

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