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¿Justicia ciega?

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Están quienes piensan que los males de esta sociedad son producto de una pérdida de valores y de unos avances que terminan por contaminarlo todo. Sin embargo, cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos históricos y un poco de curiosidad, a estas alturas, ya debería estar curado de espanto.

En mi caso particular, tuve la enorme fortuna de contar con un sobresaliente profesor de historia, una vez empezado el bachillerato, el cual me ayudó a entender y estudiar la historia. Y eso que, anteriormente, había sufrido los embates de un pésimo profesor de historia, carente de toda dinámica y el más mínimo juicio crítico. Su único interés -apoyado en un no menos lamentable libro de texto- era pasar el tiempo y que solamente aprendiéramos los preceptos del antiguo régimen franquista y el papel de la iglesia en la sociedad.

Para aquel esperpento de educador, un sátrapa como Augusto Pinochet era un ejemplo a seguir, una vez que el general Franco ya había desaparecido de escena. Imagino que para él, la foto en la que aparecían dos niños italianos vestidos con la camisa negra del partido fascista y haciendo guardia ante un monumento del Duce era uno de los sueños que, de haber podido, hubiera llevado a la práctica con nosotros, sus alumnos.

Las cosas cambiaron para mejor cuando empecé el bachillerato, aunque admito que con el cambio, aprobar historia se convirtió en una tarea casi titánica, y descubrí que estaba frente a una asignatura capital si no se quieren repetir los errores del pasado, una y otra vez.

Descubrí que había que conocer tanto la historia de los vencedores ?cargada de demagogia y medias verdades- como la de los vencidos, muchas veces teñida de un victimismo que escondía sus propias miserias. Descubrí que cuantas más fuentes consultes, mejor, por cansino que esto pueda parecer. Y, sobre todo, descubrí que la historia es un elemento vivo y que cambia, a cada segundo, por mucho que algunos se empeñen en querer parar el tiempo a su conveniencia.

Fueron unos años muy duros, pero que me ayudaron, tremendamente, en mi formación. A partir de entonces, la historia y sus protagonistas se convirtieron en mis libros de cabecera y, con el paso de los años, en mi trabajo diario, aunque sea hablando de la historia del cómic.

Por todo ello, tengo claro, desde hace tres décadas que la justicia podrá ser muchas cosas pero no, precisamente, ciega. El ideal para que muchas cosas cambiaran sería que la justicia nunca hubiera recuperado la vista, pero los ideales son como los sueños; es decir, cuando te despiertas, la mayoría se tornan irrealizables o, simplemente, quiméricos.

En cada época, el concepto mismo de justicia ha estado mediatizado por quienes, de una manera, más o menos clara, controlan los resortes y los recursos de la sociedad. Piensen en las desigualdades de la Edad Media, en donde un 80% de la sociedad vivía por y para el servicio de unos pocos. ¿A qué justicia podía aspirar un campesino o un sirviente? Su mayor aspiración era no morirse de hambre tras entregar el diezmo al señor del castillo y a la iglesia, tan corrupta y despreocupada de los problemas del hombre como los reyezuelos que poblaron buena parte del mundo.

Con el paso de los años, el sistema cambió, pero las grandes monarquías, apoyadas muchas de ellas por la iglesia de Roma, mantuvieron un férreo control, salvo en aquellos países ?los menos- que se libraron de la opresión de ambas instituciones. El reloj del tiempo siguió pasando, con guerras, revoluciones, emperadores y libertadores pero los ricos y poderosos, nunca dejaron de mantener, fuertemente sujetas, las riendas de la situación.

Cierto es que avances hubo -y muchos- de los desmanes de antaño, algunos tan sangrantes como la esclavitud, fueron abolidos. No obstante, en el país en donde se abolió la esclavitud, todavía hoy, en pleno siglo XXI, existen desigualdades por el color de la piel de una persona.

Podría seguir poniendo ejemplos hasta el infinito y la conclusión sería la misma. Y no nos engañemos, cada tanto en tanto, algún mandatario, algún gestor, algún empresario sin escrúpulos acaba en la trena, igual que una víctima entregada al sacrificio. Es la forma que tienen los que mandan de aliviar la tensión que, cada cierto tiempo y sobre todo por causa de los medios de comunicación, se desata en la sociedad. Es su manera de demostrar un paternalismo que permite, por otro lado, que personajes totalmente nocivos, presuman de manejar nuestro futuro como si de su patio de recreo se tratara.

Lo peor es que, cada vez, se está perdiendo el miedo a demostrar que no todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Cada vez son más los cargos electos que demuestran “sus influencia en las altas esferas” y logran evitar cualquier tipo de reprobación a comportamientos impropios.

Cada vez las desigualdades son más palpables y la justicia, esa vieja dama cansada, se muestra incapaz de lograr que las cosas mejoren.

Cada vez quedan más al descubierto los intereses de aquellos que juraron defender el bien común y no los privilegios de unos cuantos, desnudando las esperanza de quienes solamente cuentan con su virtudes y defectos para sobrevivir y no una holgada cuenta bancaria en un paraíso fiscal.

Thomas Edward Lawrence ?Lawrence de Arabia- declaró, al terminar la Primera Guerra Mundial, que quienes habían luchado le dieron la oportunidad al mundo de comenzar una nueva etapa y que, tras el tratado de Versalles, los vencedores se empeñaron en reconstruir el mundo que ya existía antes de la guerra. Si, por entonces, la justicia hubiera estado más ciega, no sólo hubiese juzgado los desmanes de los vencidos, sino de los vencedores empeñados en esconder sus vergüenzas a costa de lo que fuera. De haber sido así, hoy el mundo sería distinto, y muchos de los episodios que nos tocó vivir a los ciudadanos, décadas después, se podrían haber evitado.

Sea como fuere, la realidad que vivimos hoy en día ya no puede esconder que quienes mandan siguen empecinados en evitar que el mundo cambie, que su status quo varíe lo más mínimo. Y para lograrlo, no les queda más remedio que cortejar, una y otra vez, a la justicia, haciéndole ver cuál es SU REALIDAD de las cosas, para que todo siga igual.

¿Cómo terminará todo esto? La verdad es que lo sé, pero me empieza a dar la sensación que la sociedad cada vez está más cansada de ver tanta insensatez y prepotencia suelta, sin que nadie le ponga freno. Aunque, al final, siempre nos quedará la telebasura y el deporte rey para calmar los ánimos, tal y como viene ocurriendo desde hace mucho, mucho tiempo.

Eduardo Serradilla Sanchis

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