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¿Cómo hemos podido llegar a esta situación? por Rafael González Talavera
Por eso se puede decir, que El Bufadero ha tenido una gran capacidad articuladora del territorio -se cultivó, construyó y habitó su cauce- y que los vecinos siempre nos habíamos sentido seguros en esta convivencia con el barranco que se expresaba en forma de pequeñas huertas, tan bajas y cercanas al cauce que parecía imposible que no fueran arrastradas.
En inviernos intensos las aguas del barranco fluyen casi constantes y si su cauce estuviera bien conservado y cuidado, María Jiménez tendría una preciosa autopista ecológica entretejiendo conexiones entre los espacios naturales del propio barrio. Pero en las últimas décadas se ha maltratado el barranco desviando su cauce natural con obras impactantes de hormigón y cubriendo su desembocadura, en definitiva, aumentando su deterioro ambiental y sus riesgos, y poco a poco los vecinos hemos visto como las administraciones se han ido olvidando de su importancia y de su uso fundamental, irrenunciable e insustituible: transportar el agua y los sedimentos desde la cumbre.
A cinco minutos, en la propia Santa Cruz, ésta olvidada, e infravalorada arteria vital de las Cumbres de Anaga que constituyen los valles de Brosque, Crispín y Grande ?quien quiera puede echar un vistazo en Google Maps- han ido soportando intervenciones cada vez más traumáticas que han acrecentado su fragilidad ecológica, que junto al impacto de las últimas obras realizadas para la ampliación del Dique del Este, pronostican un incierto futuro para el barranco y para el barrio, porque un entorno tan frágil está expuesto a efectos negativos y en cadena que luego son muy difíciles de paliar.
El efecto barrera que ha producido la construcción de tres azudes, la desviación de su cauce en algunos tramos y el cubrimiento de la desembocadura, ha supuesto una ruptura en su equilibrio generando un riesgo donde anteriormente no presentaba problemas, lo que ha facilitado el desbordamiento que se produjo el pasado mes de febrero. No se ha respetado lo básico ¡Es imposible domesticar totalmente el barranco!
Vistos los riesgos que producen las intervenciones mal planificadas, estamos en un punto que no es suficiente con reponer lo dañado, es necesario restaurar, corregir los errores. Pero ¿cómo lo hacemos?
El primer objetivo que deberíamos marcar es la recuperación de su cauce natural con un corredor continuo de arriba abajo, ancho, con ausencia de defensas e infraestructuras que puedan encorsetar el cauce, que esté bien estructurado y bien conectado con su desembocadura para un buen proceso de desagüe y para conseguir que el caudal sólido llegue hasta su desembocadura sin retención alguna, tratando de lograr el equilibrio suficiente para que el barranco, cumpla con su función principal de movilización y transporte de sedimentos. El segundo objetivo sería conseguir un mínimo ecosistema con presencia de vegetación natural que ejerza sus diversas funciones de filtro y controle la fuerza del agua.
Somos conscientes de que no vamos a lograr una réplica perfecta de lo que era y ahora desgraciadamente no es, pero tenemos que tratar de restablecer en lo posible su estructura original y su función principal, centrarnos en la recuperación del cauce.
Dice la directiva europea de evaluación y gestión de riesgos de inundación que “las estrategias tradicionales de riesgos de inundación la mayoría de ellas centradas en la construcción de infraestructuras para la protección inmediata de las personas, las propiedades y los bienes no han logrado garantizar la seguridad prevista”.
En definitiva, dos meses después hay que preguntarse cómo hemos podido llegar hasta esta situación y reflexionar sobre otro principio básico: lo que se hace y no funciona debería poder deshacerse, porque la restauración del barranco es un difícil reto, pero no es imposible, y entre todos, administración y colectivos vecinales, ahora deberíamos empezar a hacer bien la tarea con respecto a nuestro barranco, porque actuar contra él es costoso, inútil, y deberá ser corregido en el futuro.
* Presidente de la Comisión de María Jiménez
Rafael González Talavera*
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