Dicha serie, emitida por el canal YTV de la televisión finlandesa es Los Serrano, la cual descubrí en España cuando ya se había comenzado a emitir la segunda temporada. Por ello, al principio anduve bastante perdido. Después, al ver la manera de tratar a los personajes y las tramas, no me supuso gran problema ponerme al día. Cuando me senté por primera vez a verla debo admitir que lo hice por sus dos actores principales, por lo menos, en aquellos días, Belén Rueda y Antonio Resines. Unos capítulos después, era partícipe, como el resto de los espectadores, de las peripecias existenciales de la pareja Eva y Marcos, empeñados en demostrar que su amor estaba muy por encima de ser un capricho de adolescentes. Lo que me ocurrió después fue una reacción lógica contra la mala costumbre que se tiene, por parte de los guionistas, de querer estirar los estereotipos propios de nuestro país hasta límites insospechados. Con ello lo único que se logra, además de un claro estancamiento, es no darle a la inteligencia una pequeña oportunidad para demostrar que también hay neuronas en nuestra tierra. Da la sensación de que el español medio es un garrulo sin ninguna sensibilidad, falto de motivaciones para nada que no sea el deporte rey y que concibe la vida en pareja como una especie de acuerdo mercantil, con primas cada fin de semana. Además, su marcado enconamiento para evolucionar en algún aspecto de su vida lo sitúa muy lejos de las personas que viven en un mundo globalizado y sujeto a cambios continuos.Tampoco es que las féminas salgan mejor paradas. Está claro que son superiores en líneas generales a los varones, pero, por una extraña maldición, acaban al lado de su peor enemigo, el cual se termina por convertir en un lastre que hay que abandonar. En medio de todo están unos hijos que terminan dando bandazos entre los vaivenes de sus progenitores, tan despistados como ellos mismos, aunque sin admitirlo. No me interpreten mal, siempre existe un momento en la trama de los capítulos en los que los personajes pueden redimirse. Todos tenemos una segunda oportunidad y tres y cuatro. Lo que ocurre es que, después de meter la pata, raramente aprenden de sus errores, estando condenados a equivocarse en el mismo lugar del camino. Cada cual es muy libre de equivocarse cuantas veces quiera. Muy distinto es no medir los efectos de tus acciones –los llamados daños colaterales- sobre todo cuando hay personas a tu cargo. Sé que no hay manual de instrucciones a la hora de criar a un hijo, un sobrino o un primo. Muy distinto es repetir, hasta la saciedad, argumentos como el supuesto incesto que sólo ve Diego Serrano, cuando ni Eva ni su hijo Marcos tienen ningún lazo de sangre en común. Admito que una relación dentro de una casa con tanta familia –y tan disparatada- puede acarrear problemas de convivencia. En el extremo contrario está el lanzar, una y otra vez, un falso mensaje a los espectadores, muchos de los cuales se creen lo que se cuenta en las series como si se tratara del evangelio, una tarde de domingo. Lo mejor del caso es que cuando todos los implicados dejan de gritar como posesos -uno de los grandes estigmas de las producciones españolas- y se sientan en una mesa a hablar como seres más o menos racionales se suele llegar a un acuerdo. Da la sensación de que Los Serrano tiene un guionista para las secuencias en las que todo el mundo grita –muchas de ellas totalmente estériles para la trama final- y otro para los momentos, pocos, en los que los protagonistas dialogan en voz baja, sin más asidero que sus sentimientos y la experiencia que llevan dentro de si mismos. Incluso hay momentos mágicos en los que las palabras dan paso a los gestos, acompañados de una música que aporta el tempo narrativo preciso y necesario para que todo funcione con la precisión de un corazón bien engrasado. Lo peor de todo es que de la serie se pueden extraer conclusiones tan poco del gusto de muchos de los ciudadanos de nuestro país –quienes enarbolan la bandera de la “vida familiar”- como que, para llegar a vivir la vida que uno quiere, hay que poner tierra de por medio y dejar, como dice el refrán, a los parientes y a los trastos viejos, muy, muy atrás.También que si de verdad estás seguro de algo debes luchar, pase lo que pase, y pierdas lo que pierdas en el camino, algo que muchos no están, ni siquiera dispuestos a plantearse. Y tras esta disertación sobre una serie como Los Serrano se preguntarán a qué viene –además de no poder solucionar nada sobre el tema de los guiones- todas estas palabras. Pues a que, tras ver unos cuantos capítulos, en orden, y leer, escuchar y sacar mis conclusiones sobre el nuevo gobierno de la comunidad autónoma canaria, tengo la misma sensación: en ambos casos están sujetos a un mal guión. Si en Los Serrano se estiran los estereotipos hasta aburrir al más templado espectador, en las declaraciones institucionales las palabras siguen sonando a hueco, a rancio, a lo que ya estamos cansados de escuchar. Si hay personajes que siempre aparecen igual de desdibujados, carente de atractivo y lógica, qué les puedo contar de unos parlamentarios que dan señales, inequívocas, de estar más despistados que un pingüino en un garaje o que sus intereses están muy lejos del bien común. Si las trabas que pone la misma relación entre los seres humanos se exageran para crear una tensión que, como diría Mario Moreno Cantinflas, de pura exageración acaba siendo ridícula, qué les voy a contar del uso torticero que de las normas de la cámara se ejerce por quienes consideran que sólo ellos conocen la solución a nuestros problemas. Si tan claro lo tienen, después de tantos años en el poder, cuál es la razón de no haber puesto en marcha esas mismas soluciones, en la anterior legislatura. Los problemas que llenan las primeras páginas de los diarios, por lo menos, los de la provincia de Las Palmas, huelen a viejo y hasta ahora nadie parece querer enfrentarse a ellos. Y tengo muy claro que hay muchas personas tratando de buscar una solución para los problemas de los que hablo. Mi pesimismo reside en el conocimiento de que mientras el poder de decisión esté en manos de los mismos, aquellos que se rigen por un muy mal guión, poco hay que esperar. La cortesía parlamentaria “obliga” a conceder cien días de confianza para después hacer un análisis. Cierto es que, al igual que con una serie de televisión, donde los guionistas cambian –a veces para bien- en el nuevo ejecutivo hay caras nuevas y, supuestamente, un nuevo talante. Talante que, por ahora, tarda poco en dejar paso a las actitudes que algunos tanto detestamos. Y si en Los Serrano fueron capaces de encontrar alguna buena opción, entre tanto estereotipo recalcitrante, a lo mejor el ejecutivo va y nos sorprende. Aunque, ahora mismo, no apuesto por ello. Eduardo Serradilla Sanchis