El mayor desafío

José Miguel González Hernández

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En materia de cambio climático, el futuro sí se puede predecir. De hecho, como generación, junto con la erradicación de la pobreza, nos enfrentamos al reto más importante, entendiendo que las soluciones no se han de basar en actuaciones cortoplacistas, sino de cambios de hábitos y tendencias, asumiendo que la aportación individual tiene un alcance limitado, pero que unidas todas ellas, conforman la integridad de las actuaciones.

Tengamos en cuenta que el cambio climático amplificará los riesgos existentes y creará nuevos riesgos para los sistemas naturales y humanos, asumiendo que los efectos se distribuirán de forma desigual y, en general, serán mayores para las capas sociales más desfavorecidas. Desde esta perspectiva, el cambio climático frena el crecimiento económico, por lo que el número uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible se aleja en el tiempo y en el espacio. De hecho, se prevé que se incremente el desplazamiento de personas y, como hay poblaciones que carecen de recursos para una migración planificada, experimentarán mayor polarización y vulnerabilidad.

Por ello, la toma de decisiones eficaz para limitar el cambio climático y sus efectos deberá valorar riesgos y beneficios haciendo uso de información procedente de una amplia gama de enfoques multidisciplinares. Las decisiones deberán tener en cuenta las cuestiones relacionadas con la gobernanza, la dimensión ética, la equidad, los juicios de valor, las evaluaciones económicas y las diversas percepciones y respuestas al riesgo y a la incertidumbre. Por ello, las estrategias y acciones para combatir el cambio climático deben apuntar hacia un desarrollo sostenible siguiendo sendas resilientes al clima que al mismo tiempo ayuden a mejorar la producción de alimentos, el bienestar social y la gestión ambiental. En definitiva, respuestas integradas y estrategias combinadas.

No hay negacionismo posible ante el incremento de las temperaturas, la elevación de los niveles del mar, la tropicalización de zonas fuera de los trópicos, el deshielo de los polos o las sequías acumuladas en zonas donde el agua fluía sin complejos. El calentamiento del sistema climático es inequívoco. De hecho, muchos de los cambios observados desde la década de 1950 no tienen precedentes en décadas ni en milenios. Porque siempre se ha mutado, pero nunca a la velocidad de ocurrencia actual.

No es por meter miedo que los estudios indican que, en Canarias en cien años, el nivel del mar se ha incrementado en casi veinte centímetros. De hecho, los diez años más cálidos de la historia, desde que hay registros, pertenecen al Siglo XXI. Tendremos precipitaciones extremas junto a sequías y olas de calor por lo que se incrementarán los retos en lo que a la adaptación se refiere. De hecho, dicha necesidad aumentará de forma inexorable, así como los desafíos asociados. Ahora bien, existen opciones de adaptación en todos los sectores y regiones, con enfoques y potenciales diversos en la reducción de la vulnerabilidad, la gestión del riesgo de desastres o la planificación de la adaptación proactiva porque no solo es eficaz no tirar los papeles al suelo. Seguro que algo más se puede hacer.

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