Espacio de opinión de Canarias Ahora
Entre el mercado y la farmacia
Llevo varios días confinado, enclaustrado, y me paso el tiempo entre leer, el ordenador, la radio y la televisión. Y escribir, claro. El otro día salí “armado” de la bolsa de basura, de la tarjeta de crédito, de las listas de medicinas, y del carrito de la compra. Primero a los contenedores de basura, luego al cajero, seguidamente a la farmacia, y enfilé mi camino hacia el Mercado Central. Me gusta más que los súper, verdura y fruta más fresca, carnicería, pescadería, charcutería, panadería, en fin, más calidad y cantidad de cosas. En mi trayecto hasta el mercado no me encuentro con ningún agente de la autoridad. Al llegar hay cola para entrar, de uno en uno, y guardando el metro de distancia. Por fin puedo acceder y tranquilamente me dedico a comprar. Termino y vuelvo a casa, y me sorprendo al llegar a la Plaza de España: hay un destacamento de la Unidad Militar de Emergencia (UME) con dos tanquetas y más de veinte soldados que me paran y me piden la documentación. Afortunadamente no es el estado de guerra, es el estado de alarma. Un amable sargento traba conversación, muy amable, muy profesional, y le hago preguntas por las restricciones de salir a la calle, aunque ya las conozco, por paliquear un poco con el militar, que me produce una grata impresión. “Usted es una persona social, muy ciudadana, se ha dirigido a mí con el carnet de identidad en la mano, ha tratado incluso de enseñarme el contenido del carrito de la compra, que no ha hecho falta. Hay otras personas antisociales que no colaboran con las disposiciones del estado de alarma, más bien las entorpecen, incluso muchos con muy poca educación”. Hablamos incluso del trabajo de la UME, de la gran labor humanitaria que hacen, en los incendios, en los graves accidentes, en las inundaciones, y ahora combatiendo al coronavirus. Un Ejército del pueblo y para el pueblo, ya no es aquel Ejército fascista/franquista que en vez de servir al pueblo lo oprimía, y veía a la gente como enemiga. Ahora ayuda, está inmerso en el pueblo.
Llego a mi casa y me llama al rato mi nieto Iker, el más pequeño, pero que tiene un palabrerío, una dialéctica que en muchas ocasiones me sorprende por las cosas que dice, por las recomendaciones que me da. “Abuelo, ya te he dicho que no salgas a la calle, que hay muchos virus, y dicen que las personas mayores se pueden contagiar con más facilidad”. Le respondo que fui a comprar medicinas y al mercado, y de entrada va y me dice “¡bueno, si comes menos he oído por la tele que es mucho mejor, es más sano, pero de todas formas, derechito a casa cuando termines de hacer la compra!”, y como hablamos por videoconferencia, veo su sonrisa de pícaro, y se me ocurre decir “bueno, tú sabes que a mí el coronavirus es difícil que me contagie, y tú sabes el motivo”, y me contesta riéndose “sí abuelo, porque tú eres republicano y las coronas incluidas la de los reyes salen corriendo cuando te ven, qué chachi, qué chachi”, dice el muy gracioso con otra carcajada. Llamo a mi nieta Adriana, que está muy enfadada porque se le chafó muy a última hora un viaje a París, y me dice “¿abuelo, cuando va a terminar este suplicio?”, y le digo que tenga paciencia, pero que su generación tiene la ventaja de tener móviles, audioconferencias, PC, no sólo teléfono fijo, como en mi época y en la de sus padres, que son mis hijos, menuda diferencia. “Vale abuelo, pero estoy encerrada en casa y es muy duro”. De repente me llama un amigo y me plantea que se va a organizar un grupo “antiborbónico” porque mucha gente está indignada con Juan Carlos Borbón y sus comisiones y también con su hijo Felipe, que ha renunciado a la herencia del padre cuando sabe que no puede hacerlo hasta que muera el Rey emérito. Y eso que algunos le dicen “Felipe el preparao”. Mi amigo vuelve a la carga y me dice que “hay que gente que hasta hace poco no criticaba a la monarquía y ahora hay un vuelco tremendo, tengo muchos amigos que están por la labor, y están pidiendo a gritos un referéndum entre Monarquía y República. ¿Te apuntas al grupo?
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