Y molduras
Hasta ayer fue el relato. Que no el Verbo. El relato lo explicaba todo, carencias y presencias. (Una mala traducción de un término marquetiniano anglosajón.) No digamos nada cuando iba unido a “como no podía ser de otra manera”. Algunas siguen así, y otros persisten: con su limitado vocabulario de politólogos periodistas, de analistas politólogas, de periodistas analistas y de echadores de cartas aficionados.
En una ocasión, escuché al actual presidente del Ateneo de Madrid -¡manda carallo en La Habana!-, que agrupa todas las categorías profesionales anteriores y más, decir en la SER que de los juegos de magia aprendía mucho para su trabajo, en especial del ilusionista Juan Tamariz. (Me encanta Tamariz, en lo suyo, por supuesto.) Sus interlocutoras, dos periodistas de reconocido prestigio y algún que otro despiste, le escuchaban atónitas, es un suponer por sus silencios y onomatopeyas leves. Era peor “a nivel de”, me recuerda Leonardo, que regenta una tasca en Coruña. “Y se ha generalizado puntual y ”puntualmente“ como si todos llegaran a la hora, o en hora, o sin horario.” Leonardo es muy puntilloso y educado: “lo más lamentable, para mí, aparte del ilusionismo de ese que mencionas, es el abuso del verbo ”gestionar“.
Es probable. Corrían otros tiempos cuando acudía a la calle Claudio Coello de Madrid y a la calle Viera y Clavijo de Las Palmas de Gran Canaria, a sendas tiendas de marcos y molduras para ennoblecer un poco mis láminas y cuadros. La madrileña me avisaba, hasta hace muy poco, de las ofertas especiales: las molduras son muy caras.
Las tiendas han cerrado pero los marcos inundan las tertulias. Deberían darles un premio. A ver en cuál de ellas, por ejemplo, se pronuncia más veces al día “puntual”, o a los que “gestionen” con mayor frecuencia. “Es la ausencia total de sinónimos. Si ellos hablan así, imagina los políticos a los que pretenden analizar. Y la gente.” “No” le espeto a Leonardo “la gente no habla así porque no pervierte el lenguaje. Le faltará conocimiento, sintaxis y ortografía pero no sustituyen su ignorancia por una sádica relación con las palabras.” Y me quedé tan fresco. Porque comprendo a colegas, y excolegas, que se buscan la vida como pueden, todos hacemos lo mismo. Pero todas y todos se la podrían ganar igual, o mejor, con precisión morfológica y disyuntivas lingüísticas enriquecedoras.
Hay otras muletas y muletillas, infinidad. Irrita especialmente la utilización como único enlace entre frases, párrafos, ¿ideas?, del consabido “dicho esto.” “Y los políticos solo saben hablar en infinitivo, como los indios norteamericanos en las películas;” insiste Leonardo. Una periodista conservadora, o que trabaja en un medio conservador, es capaz de pronunciarlas casi todas en una misma frase: “Se trata de gestionar el marco, no de forma puntual” –dice a propósito de las próximas elecciones generales- “sino eficaz como no podía ser de otra manera. Lo que antes se llamaba el relato a nivel de campaña.” Y mira a cámara o al micrófono, o se atusa los auriculares, o nada porque está pontificando desde su casa mientras su pareja acude a recoger a los niños “puntualmente” al colegio.
“Tiré el periódico y encendí la televisión. Después de la página de sociedad, hasta los luchadores pueden parecer buenos.” Se dice a sí mismo Marlowe en El largo adiós de Raymond Chandler.
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