Page encuentra “en lo personal” un punto en común con Pedro Sánchez tras años de tensiones
Espacio de opinión de Canarias Ahora
Justo en la víspera de unas celebraciones que llenan nuestros cementerios para, desde lo más profundo, honrar a los seres queridos que ya no están con nosotros y que guardamos y amamos en nuestra memoria; justo en las fechas en las que nos reservamos momentos de complicidad familiar para recordar a los que tanto nos quisieron y tanto seguimos queriendo, se nos intenta introducir una especie de mascarada y fantochada -bufona y superficial- que desvía la atención de niños y mayores hacía monstruos, vampiros, zombis y brujas de tres al cuarto.
En estas fechas, en las que recordamos con más intensidad a los que se nos han ido, en las que más sentimos como “arden las pérdidas” que escribió Antonio Gamoneda, quiero hacer un artículo distinto en su memoria y compartir con ustedes algunos de los versos de los poetas que más me han conmovido al cantar a sus seres queridos, desaparecidos físicamente.
No podemos permitir que lo más frívolo de nuestra sociedad se acomode en esa “misteriosa puerta que abre a la muerte el olvido” como dijo José Bergamín.
Dice Luis Cernuda en su poema Dos de Noviembre:“las campanas hoy/ ominosas suenan./ Aún temprano, el aire,/ frío acero, llena/ por tu sangre adentro./ Recuerdas los tuyos/ idos este año/ dejándote único.
Como Lord Byron nuestros muertos nos cantan cada día: “Acuérdate de mi/...cerca de mi tumba./ No pases, no, sin regalarme tu plegaria:/ para mi alma no habría mayor tortura/ que es saber que has olvidado mi dolor”.
Es imposible que no nos revelemos contra el vacío que combate Miguel D´Ors cuando afirma: “las yerbas del olvido/ empiezan a crecer sobre su tumba,” frente a los versos de José Mª Carreño:“aquí descansa el cuerpo, / su alma no:/ transeúntes del aire/ sigue en vilo”, que nos abre presencias sin renuncias.
Cuanto dolor expresado ante la desaparición física de los hijos, como el de José Ángel Valente: “Me parecía ahora como si quedase suspenso el amor. Y no era eso. Tan sólo tú no volverías nunca” o “Ni la palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras”, o el de Stephane Mallarmé en su poemario inconcluso “Una tumba para Anatole”: “puedes, con tus /pequeñas manos, arrastrarme/ a tu tumba/ tienes el derecho/ yo mismo/ estoy siguiéndote, yo/ me dejo llevar”.
“¿Amanecerá y atardecerá, por siempre, en su tumba?”¿Adónde van los muertos, Señor, adónde van? se pregunta la poetisa árabe Al-Janza ante la muerte de su hermano Sakr; y Jorge Ferrer Vidal le ruega al suyo: “Si al menos nos quisieras/ decir por que caminos marchas/ o en qué bosque te asilas/ o en qué estrella de la noche te hospedas?”; es el mismo doloroso desgarro de José Antonio Labordeta por la ausencia de su hermano mayor: “Miguel:/ mamá te vuelve a descubrir/ cada mañana/ y mira tus camisas,/ tus viejos pantalones,/ tu boina de domingo,/ tus zapatos de campo y de paseo/ y te gesta de nuevo,/ esta vez a lágrimas y llanto”; o el de César Vallejo: “hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,/donde nos haces una falta sin fondo..” / oye, hermano, no tardes/ en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá“, y el de Luis Artigle: ”voy a dejarte escrito este poema/ antes de que se enfríe:/ que te enfríes./ Mamá ha llorado mucho y aunque tal vez podamos recoger lo derramado/ cuando vuelvas./ Sí, tal vez“.
Llanto, desde la más absoluta entrega, el del hijo Juan Ramón Jiménez que dice a su madre muerta: “Desde que eres la muerte, / estás en todas partes, como un Dios./ Eres mar, soledad, cielo, infinito,/ y te fuiste a elevar tu gran amor./ Eres inmensamente envolvedora,/ aprietas desde todo el corazón”.
“Hoy ya no oigo las voces de aquel tiempo/ ni abuela/ ni abuelo/ Totónio Rodríguez/ Tomásia/ Rosa/ ¿dónde están todos?/ están todos durmiendo/ están todos acostados/ durmiendo/ profundamente”; evoca así todas sus pérdidas el brasileño Manuel Bandeira.
“Acaso está muy sola. Tal vez mientras yo pienso/ en ella, está muy triste: quizá con miedo esté” dice Amado Nervo, ebrio de incertidumbre y duelo por su amada Ana Daillez.
Que grito tan desgarrador el de W.H. Auden: “parad todos lo relojes, cortad el teléfono, / no dejéis que ladre el perro ante su sabroso hueso, / silenciad los pianos y con amortiguado tambor/ sacad el ataúd, que vengan las plañideras”
Frente a la mascarada, los versos de Alejandra Pilarnik: “golpean las sombras/ las sombras negras/ de los muertos.” Y la de Francisco Brines: “misericordia extraña/ ésta de recordar cuanto he perdido, / y amar aún su inexistencia” y la de Harold Alvarado Tenorio: “valiente y hermoso/ no pudo la muerte/ malgastarte./ Mis labios/ te hacen inmortal: / te he amado mucho”.
¡Cuantos sentimos la nada de Alfonso Costafreda. “Ha muerto mi padre./ Se repite su ausencia cada día/ en el hogar vacío”! y repetimos los versos de Pedro Casariego: “Los gusanos y el estiércol/ sólo ellos te desean/ con la torpeza horizontal del/ amor” o el frío glacial de Roque Dalton:“Desde ayer que te fuiste / hay humedad hasta en la música”.
Frente al carnaval de los zombis, los versos de José Bergamín: “Si alguna vez sintieras todavía,/ cuando yo me haya muerto,/ arder como una llama temblorosa/ en tu alma mi recuerdo,/ piensa que más allá de los espacios infinitos,/ perdido entre las llamas infernales/ yo te sigo queriendo”.
Frente a la sustitución del recuerdo y la presencia de los seres queridos por una fantasmada vacua, las palabras de Roberto Juarroz: “Quienes se olviden de llorar/ deberán algún día,/ a pesar de su apremio,/ regresar a la fuente./ sentirán algún día/ que la falta de lágrimas/ termina por borrar cualquier rostro/ aunque sea el de dios.”
Hoy es el día para recordar con Manuel Ruiz Amezua a “ Los que más nos amaron”, título de su poema que dice: “Miraban por nosotros,/ sufrían con nosotros/ y amaban nuestra vida./ Miraban a los ojos/ nos protegían siempre/ de todos los dolores y de todas las lagrimas/ de todas las desdichas./ Pero un día se fueron para siempre./ Pasaron las horas, llegó la noche,/ y un día y otro, y otro,/ y nunca más volvieron./ Me dejaron solo frente al mundo:/ Sin saber adónde ir:/ Sin querer la soledad./ Mirando a todas partes y a ninguna./ Buscando mi verdad, y amparando la suya”
No podemos aceptar que este Halloween superficial y consumista dé la razón al poeta: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”
*Alcalde de Agüimes Antonio Morales Méndez*
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