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Padre del moderno nacionalismo canario

Fernando Ríos Rull

Hace muchos años que Victoriano Ríos tiene asignada esa etiqueta, no tanto por su labor ideológica, que también, sino desgraciadamente por la escasez de intelectuales que hayan construido eso que a él le gustaba denominar el moderno nacionalismo canario. Su reciente fallecimiento es una nueva oportunidad para volver a dedicarle un particular homenaje a su figura y su legado, ahora que ya no me lo pueda reprochar.

Mi padre, médico de formación y docente de vocación, fue un humanista que profesó el nacionalismo cuando muy poca gente lo hacía, en el sentido de que tenia la firme convicción de que, ante la lejanía e insularidad de Canarias, se requería de gente que la defendiese frente a incomprensiones y olvidos de los que gobernaban desde la distancia, así como que dicha defensa de nuestra tierra se conseguiría al ser capaces de arraigar una conciencia colectiva de nuestra identidad como pueblo diferenciado, que debía manifestarse a través de una inequívoca voluntad de autogobernarnos (es sorprendente cómo al cabo de los años ese pensamiento político sigue teniendo una extraordinaria vigencia).

Abrazó esa forma de entender el nacionalismo cuando casi estaba prohibido pensar, en los estertores del franquismo, alertado de ver cómo la Nación española maltrataba a una de sus teóricas provincias, el Sáhara, dejando a sus habitantes, españoles con DNI, tirados a su suerte. El temor a que eso mismo pudiera volver a repetirse con Canarias motivó, en un momento de profundas transformaciones políticas derivadas de llegada de la democracia, que Victoriano empezara a teorizar sobre el nacionalismo desde una perspectiva inédita hasta ese momento: la construcción tricontinental del País canario, dada su vocación europeísta; ese enfoque es distinto -incluso complementario- al decimonónico nacionalismo americanista de Secundino Delgado y al colonialista-africanista de Cubillo. Esa fue, junto a una concepción archipelágica de Canarias -célebre es su Islas o Archipiélago en la lucha por el reconocimiento de las aguas canarias-, su principal contribución intelectual al nacionalismo canario. Ese europeísmo es, sin duda, el germen del moderno nacionalismo canario, que ha servido de base a formaciones como el Partido Nacionalista Canario, las Agrupaciones Independientes de Canarias o Coalición Canaria -a las que ayudó a crear y consolidar- para construir su ideario político, y que consiguieron erigirse, quizás por contribuciones de personas como él, en la ideología gobernante en Canarias durante los últimos 20 años.

Que ese nacionalismo canario fuese tricontinental -que después Juan Manuel García Ramos denominó atlantista- impedía que fuera independentista, porque fue construyéndose a la vez que el nuevo espacio de integración europeo en el que no cabían deserciones sino adhesiones, en la creencia de que precisamente esa construcción europea supranacional y un estatus singular en su seno servirían de dique de contención que impidiera que se repitiera en Canarias lo del Sáhara. También contribuiría a corregir olvidos y maltratos, máxime cuando ese proceso de convergencia europea coincidió con la construcción del Estado de las Autonomías, que mi padre contribuyó a apuntalar, primero como presidente del Parlamento de Canarias (1987-1995), y después como senador de designación autonómica (1995-2003).

Durante su vida política, su sabiduría y su saber estar han cautivado a muchos canarios de distintas ideologías por su sentido de Estado, por su laboriosidad y por su rectitud. He tenido la inmensa suerte de vivir a su lado durante todos estos años y de aprender todo de él. Me quedo, sobre todo, con su generosidad y con su forma de ser canario -la canariedad- siempre en positivo y nunca contra nadie. Estuvo convencido hasta el final de la necesidad de que el pueblo canario se debía articular a través de formaciones políticas que no se plegasen a intereses ajenos a nuestra tierra. Si acaso, tras casi 40 años años de autogobierno, evolucionó, casi en la intimidad, hacia posiciones mucho más reivindicativas por el agotamiento, por no decir involución, del Estado de las Autonomías (lo que sucede en Cataluña es una muestra de ello). Insistía frecuentemente en la necesidad de una Canarias fuerte, unida y cohesionada que, sin necesidad de dejar de formar parte de un Estado español plurinacional, pudiera controlar sus aguas archipelágicas, tuviera una hacienda propia, gestionara sus puertos y aeropuertos o se relacionase directamente con los países de su entorno geográfico y cultural. Eso, aunque se parezca mucho, no es independentismo… Ese es su legado político (el humano es mucho mayor), que los que creemos en esta tierra tenemos la obligación de difundir en pos de una Canarias mejor. Solo espero que no se haya ido con él…

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