Por pedir, que no quede
Algo tendrá el agua cuando la bendicen, no tanto por la antigua creencia de que podía estar embrujada sino por las enfermedades que se contraían por beberla contaminada. Es reconocido por el propio Instituto Cervantes que la expresión se suele utilizar cuando se menciona a alguien o algo que no viene al caso o cuando se le atribuye alguna culpa sin causa apreciable. Con el Régimen Económico y Fiscal (REF) de Canarias pasa algo parecido y nos vale la similitud al estar compuestos de agua en una proporción aproximada al 70%, lo que significa lo importante y crucial que es, idéntico que el REF, al estar rodeados de él en un 100%. Lo sentimos desde que nos levantamos por la mañana y encendemos la luz hasta que usamos el agua para tomar un reconfortante baño, pasando por abonar un IVA reducido cuando compramos, como es el IGIC, cuyo tipo general a nivel nacional se sitúa en el 21%, mientras que en el Archipiélago se ubica actualmente en un 7%, entre otras muchas cosas que conviven día tras día con nuestras ocupaciones. Ahora bien, preguntémonos que, si realmente nos afecta de forma tan positiva ¿por qué aparentemente no se percibe su bondad generalizada por parte de la sociedad, existiendo incluso el pensamiento de que se trata de un instrumento solo al servicio del tejido empresarial? Llegados a este punto, tal y como supuestamente decía Jack el Destripador, vayamos por partes.
El propio acrónimo REF es indicativo que hay una parte económica (E) y otra fiscal (F). Es cierto que la parte económica nos afecta de forma transversal mientras que la fiscal solo lo hace a determinadas figuras tributarias que afectan principalmente a la estructura económica del Archipiélago. Por esa razón, hay que reconocer que el sambenito puede que sea merecido. Ahora bien, es innegable que dicha parte fiscal ofrece oportunidades importantes para el resto, como bien podría ser el fijar la inversión al territorio con el consiguiente proceso de autofinanciación de las empresas con sus propios beneficios, disminuyendo su vulnerabilidad, fomentando la inversión y, por lo tanto, el empleo.
Pero (siempre hay un pero) las normas no son ni deben ser inmutables. Estas deben evolucionar con la sociedad junto a la trayectoria de la eficacia de los instrumentos. De lo contrario, todavía mantendríamos la redacción establecida por la propia realidad que coexistía en la época de los Reyes Católicos. Por esa razón, es necesario aprovechar las circunstancias actuales para reclamar un verdadero Estado cohesionado económica y socialmente viendo que, desde 1999, donde estábamos prácticamente en la media nacional en relación con el PIB per cápita, nos hemos convertido en un cuarto de siglo en una región más alejada y más vulnerable, social y económicamente, con tasas de paro de dos dígitos que harían enrojecer de vergüenza a cualquiera. De ahí que sea pertinente el debate para establecer que la parte fiscal afectara de forma compensatoria a toda la ciudadanía a través de un considerable descenso de la presión fiscal y así rescatar ese merecido diferencial que poco a poco se nos ha ido esquilmando. El devolver esfuerzo tributario y su compensación, ya no solo al tejido productivo, sino a la sociedad en general con un mejor tratamiento de las rentas del trabajo a través de una tarifa menor, a la vez que progresiva, del IRPF junto con una exención a las cotizaciones a la seguridad social que estuvieran referenciadas al salario y la duración de los contratos, puede configurarse como un buen punto de partida para poder decir de una vez por todas que, nada más y nada menos, somos Europa. Por pedir, que no quede.
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