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El petróleo, según Soria

José A. Alemán / José A. Alemán

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Era entonces Soria vicepresidente del Gobierno y perseguía a tantos que no se le ocurría quien pudo ser el osado que lo puso en el piso tan limpiamente. Fue partigazo violento, pero comprobó que todos los huesos estaban en su sitio y no tenía más daño que la chamusquina parcial del bigote; así que se tomó el incidente, cuenta la leyenda urbana, por advertencia de que se le iba a caer el pelo si no cambiaba el chip.

Continuó viaje repasando mentalmente la lista de perseguidos y concluyó que solo Repsol, cuya era, en efecto, la intimidante voz en off de la luminaria, disponía de tecnología suficiente para el sofisticado montaje. Por aquellas fechas, recuerden, el hombre se oponía a las prospecciones petroleras y aunque no lo reflejen las crónicas, hay quienes aseguran que la voz agregó, persuasiva: “¿No ves, bobito, que te interesa más estar de la banda de acá?”

Razones, se dijo Soria de pronto sabedor de lo que se esperaba de él. Así que cambió su hoja de ruta, rompió con Paulino y se fue del Gobierno canario. Trataría de ser califa (petrolero, claro) en lugar del califa y compró, por si acaso, un billete de Lotería, que no conviene poner todos los huevos en la misma cesta. El número resultaría premiado con un ministerio y licencia para incordiar a los mudéjares isleños (o mozárabes, si las cosas vienen al revés) con la encomienda de hacerles sentir que el PP gobierna sin complejos mediante decretos puñeteros anticanarios, en la seguridad de que el masoquismo nativo lo hará presidente la próxima vez que toque.

Sus subordinados, que no compañeros de partido, carecen de acceso a la sobrenaturalidad creativa que eligió a Soria para sus designios (in)escrutables. Si Ana Oramas manejara las claves de tanta limitación no se hubiera sorprendido de los “chillidos” en el Parlamento de Australia Navarro, provocados, sin duda, por su temor a quedarse en las antípodas si contraría las conveniencias personales del Jefe.

Tampoco se hubiera visto José Miguel Bravo en la tesitura de improvisar la descalificación de la sugerencia psocialista de referéndum petrolero. Porque no puede ser sino la dificultad de adaptarse al modo de hacer soriano que hombre presuntamente documentado como él dijera que las consultas populares fueron práctica franquista. Con olvido de que es un mecanismo constitucional homologado de frecuente utilización en países europeos históricamente menos a merced de los espadones; y de que, nuevo olvido, en Suiza convocan referéndums hasta para recabar la opinión ciudadana acerca de si las estruendosas ventosidades de las frisonas que decoran sus campos impolutos, a los que les pasan a diario la cortadora de césped, influyen en el calentamiento global vía ceodós. Cabe disculpar que no apreciara Bravo estas circunstancias, que ya es mucho desentrañar los movimientos del Jefe en sus alturas astrales; pero no el olvido de que, frente a los dos referéndums ordenados por el dictador (1947, sobre la ley de Sucesión en la Jefatura del Estado;1967, sobre la ley Orgánica del Estado), desde 1976 a esta parte se han celebrado cuatro estatales y siete autonómicos.

Me pareció, desde luego, una majadería la ocurrencia refrendataria del PSC, que se esmera en dar palos con el rabo, pero ese es otro asunto: lo que interesa destacar es que Australia con sus chillidos (Oramas dixit) y Bravo con tamaño desliz estadístico evidenciaron desconcierto ante los prontos que le dan a Soria según vaya la verbena. Así vemos que si ayer los peperos secundaban al Jefe en su oposición a las prospecciones, hoy las apoyan con igual entusiasmo monolítico y prietas las filas; lo que convierte en información interna del máximo interés para el partido saber cada día de qué lado de la cama se levantó Soria o con quien se va de viaje para no correr el riesgo de caer en desgracia.

Habla tanto Soria de los inmensos beneficios del petróleo que no se entiende que no aplique igual fervor a las prospecciones en Valencia donde tan necesitados están de fondos para tapar los agujeros dejados por Camps, Gürtel, etcétera. Le hubiera ahorrado al Gobierno central poner los cuartos para el rescate de aquella comunidad desfondada por la eficiencia pepera. Sin embargo, se ha plegado a sus ínclitos cofrades Esteban González Pons y Rita Barberá que no quieren ni por nada prospecciones en su tierra porque el petróleo, dicen, acabaría con el mar y el turismo y solo beneficia a la multinacional agujereadora. Lo mismo los llama Paulino y hacen un sindicato.

Para aliviar la contradicción ya han deslizado, con la boca chica aunque sea sonora traca fallera, que no es lo mismo Valencia que Canarias. Como no quiero pensar que la diferencia radique en que los isleños somos indios subperiféricos trabados en añoranzas imperiales, se me ocurre si no le habrá dado a los peperos el ramalazo poético de pensar que el mito de las Afortunadas pone a las islas a salvo de accidentes petroleros. O sea, que aquí los derrames no nos dejarían sin agua y sin turismo, como le ha ocurrido a 500.000 habitantes menos afortunados de Monagas (Venezuela) que han de suministrarse mediante cisternas; o el que aconsejó a la corte federal brasileña impedir la salida del país a 17 ejecutivos de la Chevron USA y de su contratista de perforaciones para presentar imputarles cargos criminales. Esto por mencionar un par de casos poco aireados y sin entrar en comparaciones odiosas que lleven a la conclusión de que los afortunados son los políticos españoles, impunes de casi todo. Y pongo el “casi” hasta ver qué ocurre por último con Jaume Matas.

Porque me sigue sorprendiendo que a los ladrones de gallinas los envíen a prisión a la primera y a los que calzan por todos los gallineros de la comarca los dejen, a ver.

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