El Plan Nado frente al Plan Nada
En mi opinión, a las elecciones del Club Natación Metropole concurren dos plataformas que han demostrado dos formas diferentes de ver y sentir el club. Una, que ve y piensa en un club de todos y para todos -socios y deportistas en este orden-; y la otra, con una visión estatutaria del club, en la que prima lo deportivo.
Entre las cualidades de un dirigente debe estar la de saber adaptarse a las circunstancias, no resistirse a los inevitables cambios, renunciar a vivir del pasado y de la historia por muy gloriosa que esta haya sido.
2008 representó el punto de inflexión en la historia del CN Metropole. Ya no se va a vivir lo vivido hasta entonces: casi 7.000 socios de pago, siendo el club dueño y señor de la práctica y enseñanza de la natación, casi un monopolio.
No se va a vivir lo mismo, pero se puede intentar hacer mejor, adaptándonos a los tiempos, ya que mimbres nos sobran: reconocimiento de marca, instalaciones, profesionales de muchísimo nivel, deportistas con una enorme proyección y un largo etcétera.
A partir de ese fatídico año, el Club debió reajustar su estructura de gastos adoptando medidas estructurales que paliaran la pérdida de socios fruto de la crisis financiera, pero sobre todo, tras la recuperación económica, no tuvo capacidad de reacción por la salida de muchos más socios ante la irrupción de cadenas de grandes gimnasios con piscinas e instalaciones nuevas y modernas, sin cuotas de entrada, con pagos mensuales reducidos y a la carta, con un personal formado por técnicos deportivos cualificados, con salarios competitivos y seleccionados por sus empresas con un único objetivo: la satisfacción de sus abonados o clientes.
De habernos adaptado a los cambios, de haber querido o sabido hacerlo en su momento, seguramente ahora disfrutaríamos de solvencia financiera, de unas instalaciones de primer orden y mucho mejor palmarés deportivo.
Hasta 2008, el superávit del Club estaba garantizado, lo dirigiera quien lo dirigiera, se contratara a quienes y cuantos se contratara, y se pagasen las nóminas que se pagasen.
A partir de ese momento, de forma constante e imparable, el patrimonio que durante tanto tiempo había generado el Club fue reduciéndose debido a la caída de ingresos en términos relativos a menos de la mitad sin que se ajustaran los gastos, en especial los de personal que suponían con diferencia la mayor partida de gastos corrientes.
En 2015 hubo un primer cambio de timón en el CN Metropole, una nueva directiva que no frenó la sangría económica, lo que provocó un nuevo y precipitado cambio en la dirección en 2017, ya que seguir en esa línea de deterioro patrimonial nos abocaba a un inminente concurso de acreedores.
Con la nueva directiva al frente, que ahora aspira a continuar cuatro años más al timón, se elabora, se aprueba y comienza a ejecutarse en 2018 un plan de viabilidad cuatrianual.
Este plan supuso la reestructuración jurídica y financiera del club, la refinanciación de la deuda, que permitió obtener liquidez suficiente para acometer una importante aunque insuficiente lavada de cara de nuestras viejas instalaciones y -sobre todo- asumir en 2018 la reestructuración de la plantilla pendiente desde 2008 con la impopularidad que eso suponía, asumiendo en ese ejercicio las mayores pérdidas declaradas por el Club en su historia, que de haberse hecho cuando tocaba, se hubiese contado con superávit y liquidez para hacerlo.
El cambio de tendencia de las cuentas del Club deficitarias que presentaba el club año tras año fue inmediato, presentado un modesto superávit en 2019 que se hubiese consolidado en 2020, ya que el presupuesto elaborado por el gerente del CN Metropole -trabajo que tengo en mi poder y que he analizado en profundidad- se proyectó un superávit cercano a los 230.000 euros, el 8% del presupuesto, nada más y nada menos.
Desgraciadamente no hubo oportunidad de someterlo a aprobación de la asamblea prevista para finales de marzo, ya que el 14 de marzo de ese año el Club, la Isla, las Islas, el país y el mundo se paralizaron: había llegado el Covid-19 a nuestras vidas. Todo cambió.
El Club se enfrentaba al reto de garantizar su funcionamiento, pese a que aún no había consolidado su recuperación económica, y lo más importante: salvaguardar la vida de trabajadores, socios y usuarios mientras durara (dure) la pandemia.
Quienes en aquellos momentos fatídicos se mantuvieron firmes al frente de la dirección del Club, asumiendo la responsabilidad que les tocaba cuando el desconocimiento del alcance de la pandemia y la forma de evitar los contagios era total, se jugaron sus vidas diariamente, tomando muchísimas decisiones de responsabilidad vital, condicionados por la evolución de la pandemia y por las decenas de regulaciones legales publicadas.
En esos momentos de incertidumbre, ante una crisis explosiva sin igual, por el bien de todos se debía mantener la unidad de acción contra el Covid-19. El CN Metropole se enfrentaba a algo totalmente desconocido y los objetivos estaban claros: transitar por la pandemia con cero transmisiones dentro del Club, facilitar a los socios el mayor uso posible de las instalaciones, atender las demandas e ilusiones de sus deportistas con el riesgo que supondrían las competiciones y paliando en lo posible el inevitable deterioro de nuestras cuentas.
Esta circunstancia, que debería haber unido a todos, no lo hizo. Cuatro de los miembros de la junta directiva dimitieron en ese momento alegando desacuerdos por otra parte entendibles, pero prefirieron abandonar sus responsabilidades.
Personalmente fue una decisión criticable pero no censurable, ya que cada uno muestra un valor diferente ante las adversidades. Como socio, sí que censuro que lejos de mantener, pese a sus diferencias en la forma de entender el Club, un silencio solidario con sus compañeros que se jugaban sus vidas y con sus decisiones las de todos, desplegaron una suerte de crítica no solo en privado, sino que lo hicieron en público, en redes, que sin duda nos puso a todos en peligro: estábamos, estamos, en una peligrosísima alarma sanitaria mundial.
Estos que abandonaron el barco, acompañados en esta campaña electoral por quien en 2008 no supo reestructurar y adaptar el Club al siglo XXI, abanderan la oposición a la actual junta directiva en el proceso electoral en que estamos inmersos.
En la asamblea celebrada el pasado mes de agosto, en la que se aprobaron las cuentas de 2019 y 2020, llegué a tiempo para escuchar a quien se postula como oposición a la actual directiva a presidente de nuestro club. En su intervención desmereció y afeó que la actual directiva, que él abandonó voluntariamente cuando llegó el Covid-19, no había cumplido el plan de viabilidad que llevaba menos de dos años implantándose y al que en el momento de declararse el confinamiento por la pandemia le faltaban otros dos de ejecución.
No me lo creía, para este candidato el Covid-19 no ha existido ni existe y todo sigue o debió seguir igual. Exigía a sus antiguos compañeros, al menos esta vez públicamente, que el plan de viabilidad se tenía que haber cumplido en la manera y plazo que se había diseñado en 2017-18. Si este es el conocimiento de quien se postula a seguir los pasos de su padre, mala cosa, porque coinciden en entender que al Club no le afectan las circunstancias del mundo en que vivimos. Entiende Carlos Herrera que el Metropole es una burbuja a la que no le han afectado lo más mínimo ni la crisis financiera de las subprime de 2008 ni la crisis sanitaria explosiva de 2020 y, por tanto, exigía en la última asamblea, que lo previsto para un escenario normal tenía que haberse cumplido en las circunstancias actuales.
En vez de criticar y alentar a un grupo de socios a desmerecer el fruto de un esfuerzo titánico por conseguir llegar a finales de 2020 sin contagios y con cuentas malas pero dignas de felicitación -que afortunadamente con la indemnización del pleito del frontón resultaron al menos contablemente positivas y pese al absolutamente explicable fondo de maniobra negativo de 300.000 euros-, en esa asamblea debimos conceder a la actual directiva, que sacó al club de pérdidas y de la mediocridad, como poco una prórroga a su mandato de los dos años que les faltó para terminar de sanear el Club, ya que el 14 de marzo de 2020 el reloj se paró.
Por eso, desde estas líneas, quiero darle las gracias a la directiva, a la gerencia, a los trabajadores que de verdad arrimaron el hombro, pese a los fallos cometidos. ¿Cómo no se iban a cometer -y se seguirán incurriendo- en las circunstancias actuales, teniendo a parte del ‘enemigo’ en casa?
La grandeza del Club Natación Metropole estará en lo que decidamos sus socios y socias, que nada cambia si nada cambia y esta directiva, si se refrenda su fantástico trabajo y los resultados en las urnas muestran una aplastante mayoría, puede y debe cambiar la historia del Club, que es grandiosa pero necesita adecuarse a una realidad diferente y no envolverse en su pasado como única bandera.
De la oposición a Alberto Santana puedo esperar el Plan Nada que esta familia y colaterales propone, deshacer todo lo hecho en este ciclo electoral frente a la actual directiva del Club que ha elaborado otro plan bien distinto, cargado de ilusionantes propuestas de cambios para la modernización y actualización del Metropole que supongan una transformación social y deportiva, que ojalá convierta a nuestro querido Club en uno de los mejores clubes deportivos y sociales del mundo. A ese plan se le ha llamado el Plan Nado, marca registrada por el Club hace más de año y medio y de la que se han mostrado detalles a lo largo de la campaña electoral.
Óscar Jiménez Marcelo, economista, asesor fiscal y empresario independiente.
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