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La plaza de los patos, restaurada de nuevo, vuelve a su antiguo esplendor

Carlos Castañosa

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¡Espectacular! Ha quedado preciosa como era de esperar después de tanto tiempo de deterioro progresivo, por falta de mantenimiento y pasividad ante el vandalismo callejero.

Me gustaría extraer y compartir alguna reflexión: Seguramente ha sido una obra rehabilitadora carísima en la que, como siempre, se habrá disparado el presupuesto inicial de licitación. Dinero público que, alguien dirá, podía aplicarse a otras “primeras necesidades” de cuya presencia y actualidad adolece el panorama político, económico y social donde la ineptitud unas veces; otras, la desidia; desembocan en situaciones extremas que requieren urgente intervención. Prisas e improvisaciones que encarecen el proyecto y perjudican la calidad del producto. (Se ha admitido una recepción, en apariencia poco rigurosa, de la obra con algunas mataduras sin pulir).

Tras demasiados años de abandono, ausencia de preocupación oficial y falta de eficacia para combatir y erradicar el vandalismo urbano, el sentido común y la presión social determinaron que, por fin, las autoridades tomasen cartas en el asunto. Se había convertido en un conflicto prioritario que requería actuación inmediata: el estado ruinoso de un entorno urbano de altísima calidad, destrozado por no haberlo cuidado y protegido desde sus orígenes. Sin duda, la conservación continua y sistemática hubiese evitado el oneroso desembolso actual… con indicios incluso de haberlo presentado como un hito electoralista.

Gran parte de los comentarios que celebran esta noticia coinciden en un denominador común: “A ver cuánto tiempo tardaremos en lamentar un nuevo acto de incivismo cuando algún desalmado sienta el placer de la destrucción porque sí”.

Cierto que hay reductos de ciudadanía carentes de educación cívica y social. Digamos que su falta de calidad humana no es responsabilidad directa de las autoridades; puesto que la formación en valores se genera en el ámbito familiar y en el entorno sociocultural donde se desarrolla. Pero es responsabilidad incuestionable de la jerarquía política, municipal en este caso, aplicar los medios necesarios y suficientes para obligar a todos los ciudadanos a cumplir las leyes, respetar los derechos cívicos y proteger los intereses colectivos de las salvajadas descontroladas de energúmenos residuales que campan a sus anchas ante una aparente pasividad institucional.

A pesar de la proximidad de varios colegios, hay que considerar que la Plaza de los Patos no es un parque infantil. No hay columpios ni las ranas son un juguete. Tampoco, y más importante, los parterres ornamentales no son letrinas para perros.

En teoría, los gobernantes disponen de los medios adecuados para aplicar sanciones ajustadas a la infracción cometida. Pero cuando la reiteración de comportamientos nocivos se recalcitra, deben tomarse medidas con suficiente entidad de solución para el problema planteado. No basta con redactar bandos municipales u ordenanzas de protección de paisaje urbano; ni mucho menos eludir responsabilidades alegando culpas a la generalizada falta de educación del pueblo. Es imprescindible adecuar nuevos medios eficaces que permitan la sanción ejemplarizante que disuada de la reiteración, no solo al infractor, sino a cualquier otro tentado de seguir su mal ejemplo.

En la renovada Plaza de los Patos, y en todos y cada uno de los espacios públicos que configuran la geografía urbana, deben instalarse cámaras de vigilancia que, por definición, para nada atentan contra el derecho a la privacidad de las personas; puesto que esta se ejerce y desarrolla exclusivamente en el ámbito de la intimidad personal. Pero en lugares públicos, al aire libre, nadie está habilitado para comportarse como pueda hacerlo en un recinto privado. Y si se comete una tropelía o delito en la calle, facilita la labor policial para su identificación y posterior actuación administrativa.

En la mayoría de países de nuestro entorno se funciona así. Parece que allí no vale la reticencia política de que imponer una medida drástica de este tipo pueda suponer mengua de votos y, por lo tanto, haga prevalecer los intereses individuales o de partido sobre los derechos ciudadanos.

De forma genérica, no sería juicio temerario suponer que quien se opone a ser vigilado en la vía pública, no debe tener la conciencia tranquila por algo que necesite esconder.

Una vez más se ha confirmado que la sociedad civil es la única capaz de resolver sus propios problemas. Gracias a la perseverancia de la “participación ciudadana” y a la tenacidad con la que durante varios años se ha ejercido la presión popular masiva reivindicando la rehabilitación de esta parte del patrimonio urbano, a través de las redes y otros medios, se ha conseguido que finalmente los responsables no tuvieran más remedio que pasar por el aro. Eso sí, aprovechando la coyuntura preelectoral para celebrar la inauguración como un éxito político.

Como moraleja, del mismo modo que ellos creen que juegan con nosotros contabilizando posibles votos, debemos ser conscientes del poder que tenemos como pueblo soberano; de modo que ante cualquier problema planteado, ejerzamos colectivamente la presión necesaria para, volviendo la oración por pasiva, que sepan que si no lo resuelven pueden perder su poltrona.

Aunque quienes demos la cara frontalmente seamos pocos, con el apoyo de todos se alcanzan logros como esta satisfacción urbana que ya se puede lucir ante los visitantes. Cuando aparque la guiriguagua en el estacionamiento de la preciosa plaza, ya no nos avergonzaremos por tener que mostrarla tan desvencijada como estaba.

Siguiente objetivo: el Parque Cultural “Viera y Clavijo”... Necesita una rehabilitación urgente antes de que se caiga de inanición por sí solo. Para lo que debemos pasar del “estamos en ello” y mareando perdices, a celebrar cuanto antes su reinauguración con todo boato, fotos y medallas por doquier. Debe ser antes de las próximas elecciones, pues para las siguientes es posible que no se mantenga en pie por aquello del paso del tiempo que corre en su contra… Esperemos que no sea ese el deseo de nadie.

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