Quo magis degenerasse eum a civili more

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Si a menudo ya es difícil llegar a conocer cómo realmente pudieron suceder acontecimientos históricos de los que poseemos fuentes escasas y parciales; mucho más complicado aún puede ser tratar de diferenciar lo que algunos han empezado a denominar como fake news de la Historia. En nuestro asumido “presentismo”, tendemos a creer que lo de crear “falsas verdades” o “una verdad paralela”, como se empezó a denominar este hecho hace cuatro años al iniciarse la era Trump, era algo reciente, fruto de las nuevas tecnologías, las redes sociales y su facilidad para crear y difundir un bulo. Sin embargo, podemos suponer que la elaboración de mentiras interesadas sobre las que poder justificar decisiones, acciones o, incluso, negar un resultado electoral son tan antiguas como la propia capacidad del ser humano para usar su imaginación. La transcendencia de estos infundios ha vuelto a saltar a la palestra con la reciente publicación en el BOE del procedimiento aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional para combatir “la difusión deliberada, a gran escala y sistemática de desinformación, que persiguen influir en la sociedad con fines interesados y espurios”. Dejando a un lado el debate demagógico sobre el alcance de las competencias de este reglamento y la reducción ridícula a que se va a perseguir cualquier filfa publicada en los medios, lo importante es que los gobiernos son conscientes de las consecuencias inmediatas y a largo plazo que pueden tener este tipo de campañas de desinformación.

Al echar la vista a atrás, no podemos dejar de pensar en un acontecimiento que mirado desde esta perspectiva supone que el propio origen de lo que acabó convirtiéndose luego en el Imperio Romano tras la caída de la República, se sustenta sobre fake news. O, mejor dicho, en torno a una operación de desinformación y medias verdades orquestada por un genio de la política como fue Cayo Octavio Turino, luego conocido como Cayo Julio César Octaviano y más popularmente como Augusto. La llegada al poder de Octavio viene determinada por la oportunidad que supuso ser adoptado por su tío abuelo Julio César en su testamento y poder capitalizar en su favor su prestigio y dinero. Su mayor antagonista, Marco Antonio, ha quedado como la representación de todo lo anti-romano, en buena medida magnificado por el siempre fácil y clásico argumento de la mala influencia femenina atribuida obviamente a Cleopatra. Pero si bien los vencedores tienen la capacidad para escribir los acontecimientos como a ellos les interesa que se recuerden y no necesariamente como ocurrieron, también es verdad que mientras se encuentran luchando por sus objetivos necesitan construir un relato que les consiga el apoyo del pueblo. Es así como estamos conociendo en estos días, que el propio presidente Trump ha montado un discurso desde antes de la derrota electoral para poder justificarse y justificar su negativa a aceptar los resultados electorales. Siguiendo la narrativa de Trump, la creación de mentiras, medias-verdades y bulos es un recurso que tiene fácil acogida entre quienes estén predispuestos a aceptarlos.

Algo muy parecido ya ocurrió hace 2050 años, cuando se vio que Octaviano y Marco Antonio serían incapaces de compartir el gobierno de la moribunda república romana, el enfrentamiento militar entre ambos se presentaba inevitable. El heredero de César no podía quedar como el agresor, así que había que buscar la forma de que el pueblo romano aceptase que Marco Antonio se había vuelto indigno de seguir siendo considerado un ciudadano romano. Como cuenta Suetonio en su biografía sobre Augusto en Vida de los Doce Césares (XVII): quo magis degenerasse eum a civili more (para dar mayores pruebas de que aquel había renegado de su condición de ciudadano). El culmen de la campaña de difamación que Octavio lideró en las calles y en el foro de Roma fue acceder al templo de Vesta, donde los romanos poderosos depositaban su testamento, para apoderarse del de Marco Antonio y leerlo en público. Según las palabras de Octavio, en ese documento Marco Antonio hacía heredero de los territorios romanos bajo su control a sus hijos habidos con Cleopatra, lo que suponía un delito gravísimo para Roma. El pequeño detalle se encuentra en que solo los ojos de Octavio vieron realmente lo que decía aquel documento. Nunca se publicó, nunca fue reconocido por Marco Antonio que ese fuera su contenido y nunca más se volvió a utilizar el argumento del testamento para justificar el inicio de las hostilidades entre ambos personajes. Las dudas sobre la veracidad del contenido revelado por Octavio han estado presentes en el debate historiográfico durante mucho tiempo. Octavio estaba cometiendo en primer lugar un delito al apropiarse de un testamento sellado y custodiado en lugar sagrado, pero era mucho lo que estaba en juego. La jugada fue maestra, más allá de que la victoria final del futuro Augusto no se debió solo a este hecho, sino también a la errática campaña militar de Cleopatra y Marco Antonio. Pero la relevancia de la escena reside en que fue un momento determinante para el desencadenamiento de las siguientes situaciones. De modo que, a pesar del reduccionismo, visto en perspectiva no deja de tener sentido mi afirmación del principio: el inicio del Imperio Romano se sustenta sobre una fake news o sobre una campaña de desinformación, entre otras cosas.

Salvando las distancias, no parece irrelevante el que debamos darle importancia al ruido constante que en las redes sociales y los medios de comunicación produce todo este debate. El resultado de los bulos malintencionados, las campañas orquestadas y las mentiras interesadas no se miden nunca en el corto espacio de tiempo. Son un engranaje más que abre el camino para la normalización de ideas, posturas o actuaciones que sí que pueden poner en peligro nuestro modelo de convivencia actual, por muy en crisis que este pueda encontrarse en estos momentos. Por eso es importante, estar alerta al trasfondo de estas noticias y exigir siempre que después de que nos lean el testamento en el foro, nos lo enseñen para estar seguros de que lo que nos han dicho es cierto.

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