Rendirse o prepararse

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Dicen que quienes no se enfadan, viven más. O al menos, lo que viven no lo hacen con la presión y angustia de parecer que tienen la ropa interior excesivamente ajustada, asumiendo que el enfado suele mezclarse con los nervios, el miedo y la frustración, por no hablar de los complejos. Ahí la susceptibilidad está a flor de piel, de forma que ya sea el vuelo de una mosca o un estruendo continuado tiene el mismo efecto sobre la paciencia, surgiendo de manera espontánea la versión explosiva de la persona. Este tipo de comportamientos, el cual se trata de una reacción impulsiva, puede llegar a complicar mucho la convivencia hasta el momento de mandarlo todo a cierto lugar donde abunda la materia de olor desagradable fruto de la cantidad de desperdicios generados no aprovechables. Ahora bien, el agotamiento no es solo para quien lo sufre, sino también para quien lo emite, pudiendo llegar a provocar una situación insostenible.

Asumiendo que la provocación lo que busca es provocar (parece una tautología, pero si hay paciencia se entenderá el razonamiento), hay que entrar en combate en aquellas batallas que sabemos que tenemos algo que ganar. Ahora bien, también hay enfrentamientos que sabemos que vamos a perder y, así y todo, apostamos por ellas, ya sea por poner en primera línea nuestras convicciones o simplemente porque la autoridad moral que nos orienta nos exige dar un paso al frente. Ni que decir tiene que hay momentos en donde la rendición sería la escapatoria más sencilla, ya sea porque pareciera que, por más esfuerzo que realicemos no se atisba cambio alguno, permaneciendo todo en contra, asumiendo que es más fácil pensar que seremos vencidos en lugar de vencer. Eso no significa que no se sienta el amargo sabor de la derrota o que se olfatee el mal olor del fracaso. Ahora bien, también se aprende porque los conflictos no eliminan el futuro completo, solo lo reajusta.

En consecuencia, cuando vuelve a ennegrecerse el futuro es necesario bajar revoluciones hasta pausar la realidad, no sea que nos engulla. Por ello, antes de decidir, mientras contamos hasta diez, empecemos por respirar lentamente de forma muy profunda. Una vez que se logre poner el ritmo cardiaco a un nivel adecuado, haciendo que baje la inflamación de nuestra arteria carótida, se debe tomar conciencia de los hechos, analizando la relevancia e implicación de nuestras decisiones poniendo algo de raciocinio a lo que está sucediendo y así poder controlar la respuesta frente al estímulo perturbador. De hecho, hay que quitarse de la cabeza que se tiene la razón de forma inexorable para intentar ponerse en el lugar del resto. Fomentar la comprensión es el primer paso para aclarar la situación, alejándose de todo aquello que provoque tensión.

En virtud de tal situación, entendiendo que estamos en medio de una nueva ola pandémica, en medio de una erupción volcánica que no cesa de sepultar sentimientos, con una inflación ciertamente descontrolada o con necesidades de querer más pero sin saber de dónde obtener más, debemos aprender de los errores cometidos, intentando no matar moscas a cañonazos, sabiendo compatibilizar la salud pública con la económica a la vez que se agilizan los procedimientos. Así que tengamos cuidado con las medidas que se pudieran llevar a cabo, tanto en tiempo como en el espacio, porque la paciencia empieza a desaparecer y, ante una tribu cabreada, pocos argumentos son eficaces.

 

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