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El riesgo de ser el primer país

Óscar González Morera

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Hace unos días me acerqué hasta la librería de El Corte Inglés con la idea de comprar el libro, que por casualidad había visto con anterioridad, titulado Fascismo- Una advertencia, escrito por Madeleine Albright, secretaria de Estado por el partido Demócrata en el gobierno del ex presidente de los Estados Unidos Bill Clinton, y cuando voy a pagar en la caja me encuentro con un señor que, al ver la portada del libro, me dice: “Va usted a entrar en profundidades”. “No, yo solo es por ver el comentario de la señora, ya conozco las profundidades, no en vano he tenido que vivir buena parte de los 40 años que duró la dictadura en España”, le respondí. “Bueno fascismo ha existido en muchas partes”, me replicó dirigiéndose ya hacia la salida. Y como no era el momento ni el lugar de entrar en debate, con un lacónico “ya” de mi parte, nos despedimos. Inmediatamente pensé: “Este señor va a ser de los que cree que el golpe de estado de 1936 fue necesario ante tanto desorden que había en la España de entonces; ¿o será de los que se sentirán incómodos al saber que su país es uno de los señalados por haber sufrido el fascismo?”.

El fascismo es un movimiento que se origina en Europa después de la Primera Guerra Mundial para oponerse a la democracia y a los movimientos reivindicativos de los trabajadores. Se caracteriza por la exaltación de la nación, la raza, el militarismo y excluye a todo aquello que sea contrario a sus fines. Así, por ejemplo, comunistas, judíos, homosexuales, masones, gitanos o las influencias incómodas que proceden del exterior son rechazados por él.

El fenómeno se ha presentado en varios países con vestimentas distintas y esto unido a las graves consecuencias que tuvo la Segunda Guerra Mundial en la que murieron decenas de millones de personas quizá sean las razones por las que no se haya alcanzado un acuerdo de consenso para definirlo. Dejó tanta huella que se ha usado para calificar a otras personas con las que no se está de acuerdo, y esta impronta llevó a Madeleine Albright, profesora de Diplomacia en la Universidad de Georgetown, en Washington D.C., a preguntarle a sus alumnos qué es el fascismo. Resultó que un alumno pensaba que “es la mentalidad del nosotros contra ellos”; otro creía que “es nacionalista, autoritario y antidemocrático”; un tercero consideraba que “es violento”; alguno se preguntó “¿por qué es considerado siempre de derechas cuando Stalin fue mas fascista que Hitler?”; otro afirmó que “suele aparecer en poblaciones con problemas económicos temerosas de que la situación evolucione a peor”. Finalmente, la mayoría de los alumnos coincidieron en describir al fascismo como una forma extrema de gobierno autoritario. Al contrario de lo que sucede en las democracias donde los ciudadanos ceden el poder al Estado para recibir derechos, en el fascismo el poder nace en el líder y los ciudadanos carecen de derechos, limitándose solo a obedecer. No dejaba de tener razón el alumno que se preguntaba si a Stalin se le podía calificar como fascista. Tanto es así que en la Italia de los años 20 del pasado siglo, se presentaban como fascistas individuos que pretendían alcanzar una dictadura impuesta por los pobres.

A la ex secretaria de Estado le preocupan más las acciones que las etiquetas y para ella un fascista es alguien que se identifica en grado extremo con un grupo o nación, que dice hablar en nombre de ellos, que no respeta en absoluto los derechos de los demás y que está dispuesto a utilizar incluso la violencia como medio para alcanzar sus objetivos.

España fue uno de los países europeos en donde el fascismo se hizo con el poder tras el golpe de estado de julio de 1936 y la posterior guerra civil, que duró casi tres años. En 1931 se había proclamado la Segunda República después de la renuncia del Rey Alfonso XIII. Más tarde, en febrero de 1936, los partidos de izquierda ganan las elecciones y constituyen un gobierno que duró hasta julio de ese mismo año, momento en el que un grupo de militares apoyados por algunas de las familias mas ricas del país deciden levantarse contra el régimen democrático.

Desde Roosevelt hasta Obama, Estados Unidos ha defendido como principios básicos de su ideario la libertad, la justicia y la paz. Para ellos, ayudar a los países amigos es una forma de defenderse a sí mismo, porque si se descuidan los problemas de los demás podrían convertirse en uno propio.

En su afán por ser líder internacional, Estados Unidos ha hecho esfuerzos constantes para que los países asuman esos valores. Tanto es así que en 1991 George Bush llegó a declarar en el Congreso de la Nación que el fin de la Guerra Fría contra la Unión Soviética había sido una victoria para toda la humanidad con el liderazgo de los Estados Unidos. Madeleine Albright también cree que los Estados Unidos deben seguir ostentando ese liderazgo para que esas ideas puedan estar presentes en todo el mundo.

Ahora se pregunta la Sra. Albright ¿por qué la democracia se encuentra en nuestros días amenazada? ¿Por qué hay tantas personas con poder tratando que los ciudadanos no tengan confianza en las elecciones, en la justicia, en los medios de comunicación o en algo tan fundamental para nuestro planeta como es la ciencia? Y en definitiva, ¿por qué en pleno siglo XXI se vuelve a hablar de fascismo? Cree que una de las razones por las que esto sucede es Donald Trump, quien desde su llegada a la Presidencia se ha manifestado en un lenguaje duro contra las instituciones y principios sobre los que se fundamenta un gobierno democrático.

Es fácil estar de acuerdo con las ideas expresadas por Madeleine Albright a lo largo de cada una de las páginas de su libro, excepto cuando afirma que los Estados Unidos deben seguir luchando por ser los primeros. Nosotros pensamos que lo ideal sería que continuaran luchando por ser mejores. Ser los primeros conlleva el riesgo que ella misma acaba de desvelar.

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