Treinta años hace desde que las nuevas generaciones pueden mirar al futuro sin el temor de que alguien les imponga lo que tienen que hacer, por la fuerza. Treinta años hace desde que las personas no deben sufrir el argumento de “obedecer por obedecer”, so pena de terminar con sus huesos en la cárcel o en un camposanto. Aún así, muchas personas no han olvidado los modos y las maneras que durante casi cuarenta años formaron parte de la vida cotidiana de los españoles de pie, tratando de perpetuar el dicho “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Para esas personas, aquellas décadas nunca debieron quedar en el olvido y se esfuerzan por recordarlo, a la mínima ocasión. Según ellos, quienes no pensamos así carecemos de cualquier principio ético y moral y sólo buscamos la desintegración de la sociedad española. De ahí que para la “vieja guardia” el fin justifique los medios y no se paren en barras para lograr cumplir con su cometido.Lo mejor de la historia es que nadie les ha nombrado salvaguardas de unos principios que, da la sensación, que sólo ellos conocen. Está claro que para que una sociedad funcione se deben cumplir y respetar una serie de normas. Otra cosa muy distinta es controlar los “corazones y mentes” de los habitantes de una nación, bajo justificaciones que ya suenan a rancio y no aportan nada bueno. No hace tanto que la anti-natural censura campaba a sus anchas en la sociedad española. Cada imagen, cada pensamiento, cada creación, debía pasar por la criba de una mentes, tan estrellas como podridas, las cuales filtraban lo que, según su portentosa inteligencia, era adecuado para la sociedad.Poco importaba la doble moral que imperaba en la misma sociedad que los censores habían prometido defender. Lo que sí importaba era controlar a los ciudadanos y perpetuar el régimen partidista que gobernaba en nuestra nación. ¿Y saben qué es lo que más le fastidiaba al régimen, además del manido complot judeo-masónico? Pues que las personas se rieran abiertamente de la vida que llevaban. Que descubrieran que tras una buena carcajada se liberan muchas de las tensiones acumuladas durante el día. Que no merece la pena tomarse las cosas demasiado en serio, en una tragicomedia como es la vida cotidiana.Cierto es que la picaresca, la bufonada, el chiste fácil forman parte de la idiosincrasia del español. Lo que ocurre es que, todavía, hay parcelas que parecen estar rodeadas de un halo de impenetrabilidad que las mantiene al margen de la vida cotidiana. Y nadie habla de saltarse las reglas, los preceptos y las buenas maneras. Hablo de que el respeto no se logra con normas impuestas por las fuerzas. Hablo de que el cariño no se consigue, aunque muchos lo piensen, haciendo llorar a las personas. Hablo de que secuestrando una publicación, algo habitual en los años de la dictadura, es ir en contra de la misma naturaleza de la libertad de prensa. Cuando se toman estas decisiones, el efecto, en una sociedad de la comunicación como la nuestra, es el contrario. La especulación pasa a ser el motor del comportamiento de las personas y muchos, ajenos a la mentada publicación secuestrada, se convierten en “arqueólogos” de lo imposible, en busca de un ejemplar. La burbuja de aire se transforma en acontecimiento mediático, el cual logra que la publicación censurada se conozca en los rincones más recónditos del planeta. En esos momentos, quieras o no, te acabas enterando de que una publicación determinada ha sido secuestrada por orden judicial, en pos de defender nuestro escaso intelecto de los perniciosos efectos de la mentada publicación. Sólo les queda recomendarnos los libros que leer, las películas que ver y los pensamientos que almacenar en nuestra mente. Lo mejor es que tan iluminados personajes nunca parecen reparar en los efectos de sus decisiones. Como en otros tantos casos, los demás somos los equivocados y sólo ellos tienen la razón. Admito que no soy una persona divertida y sonriente, como sí lo son muchas de las personas que me rodean. Sin embargo, tengo claro que hay situaciones, muchas, que merecen una sonora carcajada como mejor respuesta. Una carcajada tan lúcida como la del sargento Rolf Steiner en la película de Sam Peckinpah La cruz de hierro. Una carcajada que coloca las prioridades vitales de una persona en su orden lógico, lejos de imposiciones artificiales y vanas. Por todo ello, no puedo estar más en contra del secuestro de una publicación como El Jueves y con los argumentos vertidos por la autoridad competente. No seré yo quien cuestione los valores de la Casa Real española en nuestra sociedad, aunque considero que, como personajes públicos, están tan expuestos a la crítica pública como cualquier otro ciudadano de nuestra nación. Además, la misma Casa Real ha demostrado mucho más sentido del humor que quienes defienden la imagen de la corona española, en multitud de ocasiones. Por añadidura, reverdecer los modos y maneras que detallo en la primera parte de esta columna me parecen del todo inadecuados y un flaco favor para nuestra sociedad, en pleno siglo XXI. A lo mejor es que quienes continúan manejando los hilos de nuestra sociedad no terminan de aceptar que las cosas han cambiado y que ya no hay preceptos sagrados, como ocurriera antes. No debe ser plato de gusto, para los prebostes, que alguien -un dibujante de tiras cómicas- le recuerde al común de los mortales que estamos sujetos a los caprichos de unos pocos. Coincido, además, con lo expresado por un responsable de El Jueves cuando comentó que “lo mejor de una tira de prensa, una viñeta o un dibujo es que logra despertar la neurona que, a primeras horas de la mañana, todavía está dormida, logrando arrancarte una sonrisa con la que comenzar el día”. Por lo demás, sólo puedo terminar esta columna, mostrando mi apoyo a todas las personas que trabajan para que El Jueves “siga llegando a los quioscos los miércoles”. Eduardo Serradilla Sanchis