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Siempre me han dado náuseas

Eduardo Serradilla

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Ser varón en un país tan torticero y mediocre como lo es España es casi tan fácil como ser político. Puedes hacer prácticamente de todo, sin tener en cuenta las consecuencias de tus actos -para eso eres el HOMBRE- y siempre tendrás un “coro celestial” a tu alrededor que glose tus andanzas cual florido caballero andante del medievo.

En lo único en lo que te diferencias de los mencionados cargos electos es que, si llegas a infringir la ley, no tendrás el escudo protector que supone el aforamiento, ni tendrás a ninguna formación político-nacionalista y/ o independentista que page los gastos ocasionados por tus desmanes ante la justicia. Como en cualquier otra faceta de la vida cotidiana, las clases, castas y/o estamentos terminan por marcar las diferencias en una sociedad que, día tras día, trabaja con ahínco para consolidar la enorme brecha que separa la riqueza de unos pocos de la pobreza de la mayoría.

No obstante, y salvo por ese pequeño detalle relacionado con los posibles que maneja cada uno, el mero hecho de ser un varón supone poseer una posición de privilegio frente al sexo contrario, aunque estas últimas suelen ser más sensatas, inteligentes y trabajadoras que los varones que ostentan el poder. Es más, la zafiedad, la ignorancia y la memez de la que hacen gala muchos de los engendros con los que he tenido la desgracia de compartir buena parte de mi vida terminan por ser un plus en mundo machista y lamentable como el que vivimos.

Poco importa que dichos comportamientos sean una lacra para una sociedad que debería pugnar por una igualdad real entre los sexos, basada en la capacidad intelectual y profesional de cada persona. En el mundo actual, lleno de niñatos bonitos malcriados -sin ninguna cortapisa moral, e hinchados con los prejuicios que sus descerebradas progenitoras les han metido en sus minúsculos y atrasados cerebros- cuanto más lascivo e impresentables seas, mucho mejor.

El resultado de todo esto es que las hembras, normalmente transmutadas en víctimas circunstanciales de toda esta panda de espantajos, son las que deben demostrar ante los ojos de los varones que son castas y puras, en vez de las “zorras” y las “putas” que se cruzan en su camino para “ponerlos como motos” y después, pasa lo que pasa. Luego, cuando se habla de los abusos y de las violaciones resultantes ante tales comportamientos, todo se enmascara en una suerte de “leyendas urbanas”, las cuales perjudican, y mucho, el normal devenir las cosas, en una maloliente sociedad machista como en la que vivimos.  

Seamos claros. En nuestro mundo, los hombres tienen derecho a descargar sus tensiones dentro y fuera de una mujer, porque alguien, merecedor de ser catapultado fuera de nuestro universo, debo añadir, dijo una vez que, así debería ser. Por eso, zurrarle a una mujer NO es maltrato, sino una ley universal dentro del desorbitado ego varonil español. Y si la mujer no quiere tener relaciones, se la FUERZA, porque, para eso está, y no hay más que hablar. ¿Además, para que se tiene calzoncillos para fo… si no se pueden utilizar tanto como uno quiera? ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Es cierto, por otra parte, que quienes presumen de este tipo de prendas no suelen “triunfar” tanto como alardean, pero el cálculo probabilístico dice que, de tanto en tanto, el resultado de la ecuación es positivo y de ahí que abunden tanto este tipo de expresiones entre la fauna varonil que llena ciudades, pueblos, aldeas y cualquier espacio susceptible de ser considerado como su territorio de caza.

Al final, lo único que les queda a las mujeres es tratar de defender su territorio, aunque ello suponga terminar entre rejas, dado que hasta un maltratador tiene sus derechos y cuando alguien se convierte en juez, jurado y verdugo, debe responder ante la justicia.  Otra cosa es que cuando se juzga a un varón, los argumentos suelan ser diferentes a los que esgrimen los leguleyos a la hora de defender a una hembra y eso se nota. Hay sentencias que deberían figurar en el archivo del museo de los horrores por lo torticero, sesgado y machista del enfoque, pero, por otra parte, su misma redacción confirma el desequilibrio que existe en una sociedad que sigue sin querer aceptar ese mismo desequilibrio y prefiere mirar para otro lado en vez de asumir su parte de responsabilidad.

Dice el refrán que “la culpa es tan fea que nadie la quiere”, pero empieza a ser necesario que se revisen los modos y las maneras utilizados por las familias para educar a sus hijos varones, en especial las madres que los toleran, consientes y malcrían hasta extremos inaceptables. Los errores que se comenten entonces terminan por ser los causantes de las muertes que día tras día se suceden en todas partes del mundo y que, por lo general, tienen como víctima a una mujer.

No pienso entrar en consideraciones sobre la panda de… que están siendo juzgados por un acto tan cruel como punible. Lo que sí me aventuro a formular es sobre la pena que se les debería imponer, si son considerados culpables del crimen del que se les acusa. Según mi criterio, la cárcel NO es el mejor lugar para ellos. Si el mundo tuviera alguna lógica, deberían ser condenados a seis meses de trabajo en una casa de acogida para mujeres maltratadas y entonces serían conscientes de los resultados que generan comportamientos como los suyos. Es más, puede que, incluso, un día llegara hasta una de esas casas, una madre, una hermana, una tía, una sobrina o una amiga de cualquiera de los “machitos guardapolvos” en cuestión. Ese día buena parte de su discurso se derrumbaría como la supuesta hombría que dicen tener en grupo, pero que, en solitario, ignoran.

Y miren que solamente he dicho seis meses y no cinco años. ¿La razón? Pues que, si ésta fuera la sentencia dictada por el juez, dudo mucho que llegaran a soportar tal ambiente los seis meses originales. Para estar en un sitio así, hay que ser muy valiente y, en mi experiencia, todos estos individuos son muchas cosas, pero valientes, lo que se dice valientes… ¡Ni en el más loco de sus sueños!  

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