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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Sociología de bar II 

Terraza en el Parque de El Retiro, en Madrid.

Ana Tristán

Desde que trabajo en un bar ya no pongo la tele, en vez de eso pongo la oreja con disimulo y me entero, sin moverme de la barra, de los dimes, los diretes y otros juicios de actualidad.

Igual que los pasillos del Congreso o campos de golf son el auténtico centro de decisión política, y no el Parlamento. Son los bares y sus barras el inequívoco meollo de todo debate trascendental.

Durante los meses de verano, además, la gente acude con más frecuencia y gramos de alcohol en sangre, lo que como todos sabemos alarga la lengua y levanta las barreras de la prudencia y el autocontrol.

En los últimos días vengo escuchando voxianos argumentos en defensa del joven que mató a golpes a un ladrón de Fuengirola, así como el razonamiento opuesto en defensa del Estado de Derecho para todos (incluidos drogadictos, violadores y políticos ladrones) y la resolución de las condenas en competencia judicial, que no política ni vecinal.

Tantos años de aprendizaje con Salsa Rosa y su homólogo La Sexta Noche han educado a toda una generación de tertulianos e insignes opinólogos, como esta que escribe en este rincón.

-Por favor, un café con leche vegetal o sin lactosa, templadita, en vaso grande y con sacarina. Ah, ¿tienes pan sin gluten?

Cada vez hay más urbanitas concienciados con el medio ambiente y la producción ecológica, en contra de la explotación intensiva agrícola y ganadera que condena a nuestro mermado entorno natural a la química y la extenuación.

+ Lo siento, sólo tengo leche normal.

¿Qué es lo normal? Lo normal es comer plástico y llenar el planeta de mierda, eso es y ha sido siempre lo normal. Qué se habrán creído estos come-algas ¿Van a salvar el planeta comiendo lechugas? Venga, hombre. Viva el pollo hormonado, la Coca-Cola y el CO2.

Lo normal es que uno opine sobre la vida y las decisiones alimentarias o ideológicas del vecino porque todos somos jueces de todo el mundo, sólo indulgentes con nosotros mismos y nuestra manada. Todos tenemos un abogado, un juez y un inquisidor conviviendo en nuestro interior, en algún punto entre el cerebelo y los intestinos. De repente algo se inflama dentro de uno, se le hincha la razón y la hemos liado; vienen los gritos y las peleas, luego los llantos y los abrazos. Esto es mejor que la televisión.

-Otro cubata, por favor.

Con los gin-tonics y sus efectos aparecen en la conversación las grandes palabras. Uno se vuelve intrépido guerrillero de cualquier causa, experto en derecho, feminismo, ecologismo e inmigración. En los bares, a diferencia de lo que ocurre en redes sociales, uno se expone cara a cara a su adversario, a la réplica de carne y hueso, incluso a la afrenta y el bofetón.

La conciliación de posturas contrapuestas, cada vez más polarizadas en cantones independientes de intereses y opinión, no es un asunto sencillo, o como diría Rajoy, es un asunto complicado. Uno tiene que bajarse de su burra particular e intentar mirar con los ojos del otro, deconstruirse lo llaman ahora, como si en lugar de carne y hueso estuviésemos hechos de ideologías de hormigón.

El caso es que en España hay veinte bares por cada biblioteca, amigos míos, y veinte jueces espontáneos por cada caso, y veinte tipos diferentes de gin-tonics, y más de veinte focos distintos de confrontación. Como dijera el poeta Ramón de Campoamor hace ya más de un siglo “y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

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