Tenerife: el paraíso de la especulación urbanística

Manifestación en Tenerife contra los macroproyectos urbanísticos. (Dácil Jiménez)

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La historia de Tenerife en las últimas décadas se podría resumir en base a dos hechos, que van unidos: la especulación urbanística y las protestas sociales. La primera ha garantizado un modelo basado en el desarrollo de infraestructuras vinculadas al sector servicios a través de una ocupación destructiva del territorio para favorecer el turismo de masas; la segunda ha consistido en la denuncia reiterada de que es necesario impedir esta vía porque no solo constituye un atentado ecológico, sino la causa de muchos de los daños irreversibles sobre los espacios naturales, que conllevaban además la pérdida de nuestras señas de identidad.    

No estoy aquí para satisfacer las necesidades del turismo, ni mucho menos, como tampoco contribuiré a que mi Isla y el archipiélago canario sea el negocio perfecto con el que empresarios y políticos sigan frotándose las manos. Las generaciones cambian, pero todo sigue igual y bajo el mismo discurso: unos defienden que el desarrollo se mide por la cantidad de infraestructuras que tenga una comunidad; otros planteamos la necesidad de coexistir con el medio natural de una manera equilibrada.

Por eso, considero que el presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, no estuvo acertado en su intervención en la reciente gala de entrega de los Premios Canarias 2022, donde dijo que “Aspiramos a ser punta de lanza del turismo más sostenible”. De nuevo, la eterna pleitesía para contentar siempre al sector empresarial, enmascarada ahora con la moda de la sostenibilidad, a la cual se apuntan desde las empresas de carburantes hasta las hidroeléctricas. Me pregunto qué entiende el Presidente por “turismo sostenible”, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos centrados en el macroproyecto urbanístico denominado Cuna del Alma, que se pretende efectuar en Adeje y que se suma a la larga lista de actuaciones desorbitadas sobre el territorio tinerfeño, desembocando en otra movilización social. 

No se trata de denunciar un nuevo intento de especulación urbanística y de destrucción, bajo la falsa bandera del progreso, la creación de empleo y la mejora de las condiciones de vida de los tinerfeños, como si el incremento de edificaciones remediase la asfixia y la presión humana patentes en este escenario. Por el contrario, se trata de reafirmar que nos siguen tratando como una colonia, donde una serie de personas llegan a Tenerife o a cualquiera de las otras islas Canarias como inversores y con la idea preconcebida de que están por encima de la ley y de que todo se compra, simplemente porque su dinero les confiere el poder para señalar el lugar que más les apetece para edificar proyectos de enorme envergadura.

Estamos muy mal acostumbrados a recurrir constantemente a Coalición Canaria (CC) como el referente histórico en los procesos de especulación urbanística que ha sufrido Tenerife y no queremos admitir que ese problema de fondo afecta igualmente a otras fuerzas, que actualmente utilizan su presencia en las instituciones públicas como medio para crear el mismo tipo de negocio a costa del suelo insular. 

Por eso, no deja de ser contradictorio que siga dominando la misma tónica, ahora que CC no es ese referente. Los culpables son todos los partidos que han encontrado en la defensa y la conservación de la Naturaleza el discurso perfecto para rellenar sus programas electorales con ideas de un progreso verde, utilizando términos como sostenibilidad, ecosociedad y huella ecológica baja, entre otros. Luego, esa hipotética directriz la cambian intencionadamente en la práctica por la continuidad del patrón tradicional del bloque y el cemento, continuando así con la actitud depredadora sobre nuestro territorio, con lo cual se demuestra que cualquier argumento vale con tal de llegar y mantenerse en el poder y que las fuerzas políticas antagónicas convergen en multitud de aspectos.

Un ejemplo es el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que gobierna en Adeje y en el Cabildo Insular de Tenerife, reproduciendo ese relato de la política verde, donde insiste en las cuestiones medioambientales para la protección del entorno y el mantenimiento de una idiosincrasia única, pero que en realidad solo son ideas vacías para buscar la empatía necesaria que generen el rédito de los votos. Como siempre ha comercializado con todo, también concibe el medioambiente como otro producto de mercado. 

Después, bajo cuerda o a plena luz del día, los empresarios, los devoradores de cada centímetro de esta Isla, los que se creen todavía dueños de nuestra tierra y de nuestras vidas, llaman a las puertas de los políticos precisos porque siguen contando con su complicidad y su respaldo para intitularse una vez más como propietarios de aquella. Esos falsos ecosocialistas los reciben con el mismo ritual de la alfombra roja que sus homónimos de CC practicaban en su momento: les dan la mano y garantizan que nos arrebaten hasta espacios naturales públicos, que pasan a tener un carácter privativo y excluyente, destruyendo enclaves que además deberían estar protegidos. 

Por eso, todos esos empresarios llegan como si fuesen jefes de Estado porque en sus pretensiones nocivas sobre el territorio descansa la presunta concepción del desarrollo insular, como el caso del chino Marco Wang, que quería construir hoteles de lujo en los barrancos de Güímar, apoyado en este caso por la entonces alcaldesa del Partido Popular, Carmen Luisa Castro Dorta.

Al mismo tiempo, considero que la sociedad se está equivocando. Ya no se trata de recurrir a manifestaciones, comunicados de prensa, foros y debates para denunciar esta forma de proceder porque este planteamiento lleva realizándose desde hace muchos años y no ha impedido que este procedimiento se institucionalice. Se trata de dar un paso más allá: la ciudadanía debe despertar de una vez por todas y articular medidas para defender la Isla. No basta con gritar en la calle que no queremos este modelo, sino de erradicar de las instituciones públicas a quienes siguen contribuyendo a esta forma de proceder; a reequilibrar el sistema económico, que nos ha colgado una soga al cuello al depender del sector turístico y que, a día de hoy, justifica el discurso del turismo de masas como motor económico; y a una acción que supere la aprobación de una moratoria turística, prohibiendo construir más infraestructura hotelera porque es innecesaria. 

No deja de ser paradójico que esos mismos políticos estén invirtiendo esfuerzos y recursos públicos en difundir y defender el contenido de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, entre cuyos objetivos está reducir las desigualdades entre los territorios y la defensa de la Naturaleza, y luego actúen de esa manera tan contraproducente. Se trata de papel mojado, otra fotografía de cara a la galería, que incluso les lleva a utilizar la figura de César Manrique como elemento recurrente por la defensa que este último hizo del medio insular y ni siquiera tienen en cuenta que este artista fue precisamente el que denunció la actitud que ellos están desarrollando ahora.

La oposición a los desastres ecológicos, a los atentados contra el suelo y la configuración espacial, solo pueden provenir de la sociedad, que de nuevo se articula como la única fórmula para intentar frenar este asesinato premeditado de la Naturaleza. No caigamos en el error del relato que está apareciendo en determinados medios de comunicación, que presentan al Gobierno del PSOE en el Cabildo de Tenerife como el garante de la paralización temporal del desarrollo del macroproyecto en Adeje porque la realidad es que esto ha sido producto solo de la movilización social.  

No hemos aprendido absolutamente nada de todo el daño que le hemos causado a Tenerife con este arquetipo, que comenzó en los años sesenta del siglo pasado con un proceso intensivo y extensivo de ocupación del suelo con infraestructuras del sector servicios y con áreas residenciales, privatizándose grandes franjas de costa. La cultura del bloque y el cemento nos sigue condenando al argumento del poema La maleta (1980), de Pedro Lezcano, que en voz de Taller Canario de Canción nos recordaba la obligación de bajar la cabeza y decir “Sí señor, no señor, lo que usted mande, servida está la mesa”.  

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