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Una tierra que enamora

Carlos Castañosa

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Canarias se introduce sin ambages en el corazón de quien lo abre para emocionarse con sentimientos que separan los pies del suelo, elevan el espíritu a espacios donde acomodar pasiones, nostalgia e ilusiones, y dan sentido al concepto profano de vida y a su utopía favorita: la felicidad. Siempre buscada con denuedo, a veces encontrada eventualmente, y nunca completa porque suele ofrecerse en pequeñas dosis.

Momentos felices que debidamente engarzados pueden llegar a satisfacer la aspiración de pronunciar in mente un “soy feliz”; pero a sabiendas de que todo es pasajero y nada perdura bajo el palio de la eternidad que, tan infinita como el universo, no se puede meter en una cajita envuelta en papel de regalo, porque no cabría y sería broma de mal gusto presentarla como obsequio material en relicario pagano.

Esta tierra declarada afortunada, con el galardón de paradisíaca, enamora sin paliativos. Tiene todo a favor para ser un punto y aparte en la prosa de un mapamundi sobre el que resalta este poema geográfico, en métrica de archipiélago y rima de juglares.

Desde el primer flechazo estimula una atracción irresistible en formato romántico, que se va consolidando en veneración y pasión fervorosa según progresa el conocimiento físico, pero sobre todo el espiritual. Se consolida la relación amorosa según transcurre el tiempo y sus avatares.

Es un milagro, presentido desde la infancia, para el viajero que transita sobre el tiempo y cree haber culminado su triste andadura asomado al precipicio del final de un valle lacrimógeno. Cuando ya todo parecía perdido, amaneció por sorpresa para iluminarse otro paisaje amable de ilusiones rescatadas para la esperanza de un nuevo trayecto, como premio y privilegio para quien fue capaz de soñarlo, con tanta intensidad que el destino tuvo a bien conjurar todas las fuerzas del universo para que se cumpliera el sueño.

Perdura con los años el equilibrio conseguido con la simple fórmula de darlo todo a cambio de nada. Practicado desde el primer encuentro, da como resultado la emoción de repasar todo lo mucho que se le debe a esta patria. La consecuencia solo puede ser corresponder con la entrega total del enamorado que daría su vida por la mujer amada; no como heroicidad, sino por coherencia racional, pues si ella me faltara, el resto de mis días serían la nada.

Si admirable es aquello digno de admiración, amable es quien merece amor. Ambos sentimientos van de la mano. Se ama lo que se admira y se adora lo que se ama. Si falla uno de los dos pilares, el otro desaparece. Sea un paisaje, una joya preciosa, una obra de arte, la puesta de sol, la mirada sonriente de la mujer enamorada… cualquier motivo de fascinación inspira siempre un sentimiento amable. Y cuando se ama sin reservas, la admiración por el ser querido se expresa en idolatría arrodillada.

Es cierto que la suerte existe. Pero para ganar un premio antes hay que comprar lotería. Lo contrario no sería suerte sino milagro. Significa que la fortuna necesita esfuerzo, riesgo y determinación para merecerla. Es imprescindible luchar por lo que se desea con fervor y poner los medios necesarios para llegar a meta.

Si el final soñado estaba en alcanzar la gloria de estar aquí, así y ahora, ya solo queda ponerle nombre de mujer: ¡Gracias, Ana!

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