Espacio de opinión de Canarias Ahora
En tierra, aún más hostil
Afortunadamente, The hurt locker llegó a las pantallas de todo el mundo, para desgracia de quienes siguen pensando que la guerra de Iraq ha sido uno de los grandes aciertos de la anterior administración norteamericana.
Para su directora, y también productora, Kathryn Bigelow, el premio de la academia supone un reconocimiento, tardío, para una realizadora con más de veinte años de profesión a sus espaldas.
Bigelow, más conocida por haber estado casada con su máximo competidor en la pasada ceremonia de entrega de los Oscar de la academia -el también director James Cameron- que por su valía profesional, siempre ha tenido que superar los prejuicios, tanto de sus compañeros de profesión como por parte de la “crítica especializada”.
Tanto unos como otros tachan a la directora de ser demasiado masculina en su forma de trabajar y de aceptar encargos propios del sexo contrario al suyo.
Bajo mi punto de vista el argumento, además de bastante endeble se me antoja una absoluta sandez.
Cierto es que Bigelow ha dirigido películas como Point Break (titulada en España Le llaman Bodhi, no me pregunten la razón) o la sensacional Blue Steel, protagonizada por una Jamie Lee Curtis en plena forma, ambas películas de acción, aunque con tiempo para el desarrollo de los personajes. Lo que ignoro es si hay un código secreto en el que se especifica que solamente los hombres pueden dirigir películas de acción y las mujeres melodramas, aunque de haberlo, el gran Douglas Sirk lo vulneró al dirigir títulos como Written on the wind o la recordada Imitation of life.
Sea como fuere, la elección de los títulos por parte de Bigelow es tan legítima como la del director británico Ridley Scott, el cual prefirió dirigir Thelma and Louise antes que Point Break, razón por la cual Bigelow se terminó haciendo cargo del proyecto.
Ahora, con una película tan directa como The hurt locker, Bigelow ha demostrado, no solamente su capacidad para sacar hacia delante un rodaje tan complejo y extenuante como éste, sino su claro posicionamiento ante una guerra, tan insensata como costosa.
En su película, nadie queda del todo bien y hay unas cuantas verdades que no se nos deben escapar.
Lo primero es que los habitantes de Iraq -lejos de lo que la propaganda oficial quiso hacer ver en los albores de la invasión militar norteamericana- no están de acuerdo con la ocupación y mucho menos con las condiciones en las que ahora se vive. La consecuencia directa de todo ello es una agotadora y costosísima guerra de guerrillas, la cual no deja de engrosar las listas de fallecidos. Además, los insurgentes no dudan en utilizar a sus propios conciudadanos como devastadoras “bombas vivientes” pensadas para diezmar la moral de las tropas ocupantes.
Por otro lado están los empresarios -en su mayoría afines a las teorías económicas que han sustentado a la pasada administración norteamericana- quienes consideran Iraq un lugar donde prosperar y expandir sus influencias. Reconstruir un país puede ser un inmenso negocio y de ahí personajes como los que se cruzan con los protagonistas de la película de Bigelow.
En último lugar, y no por ello menos importante, están las vidas de los soldados que tratan de sobrevivir en un lugar hostil, peligroso y en donde su vida vale menos que las balas que amenazan con matarles. La película corrobora una máxima escrita hasta la saciedad en los libros de historia; es decir, las guerras las declaran políticos ambiciosos y las libran soldados, los cuales luchan y mueren por los delirios de unos pocos.
Luego, solamente queda ocultar a la opinión pública las fotos de los aviones cargados con los ataúdes de quienes han muerto en pos de una cruzada de liberación contra el eje del mal, y parece que nada está pasando. Y quienes se quejan, se manifiestan o piden el regreso de los soldados son tachados de antipatriotas y otras lindezas, marca de la casa y de la rancia mentalidad conservadora de los Estados Unidos y otras partes del mundo.
Poco importan los esfuerzos de quienes se han alistado para tratar de cambiar las cosas. Pretender que todos los soldados estadounidenses, destacados en Iraq son unos fanáticos republicanos, sin oficio ni beneficio y carentes de cualquier lógica, me suena a una simplificación demasiado conveniente para quienes no son capaces de ver con algo más de perspectiva.
Personajes como el teniente coronel John Cambridge son una clara muestra de que lo dicho anteriormente no es verdad.
Una cosa son los gobiernos y los portavoces oficiales y otra, muy distinta, quienes libran las batallas. Por ello, es lógico que Bigelow le dedicara su premio a las tropas que ahora mismo están destacadas en Iraq y deseara que volvieran sanas y salvas.
Algunos lectores de este periódico criticaron las palabras de la directora por olvidarse de los habitantes de Iraq, anteponiendo el bienestar de sus compatriotas al de los hombres, mujeres y niños que cada día tratan de sobrevivir en su país de origen.
Sinceramente, y después de ver la película y escuchar a la directora, no creo que esto sea cierto. Lo que ocurre es que son muchos los norteamericanos que están deseando que las tropas destinadas en Iraq regresen y se acabe una pesadilla cuyo costo nadie se ha atrevido a calcular, y no solamente estoy hablando en términos económicos.
Con sus seis Oscar, está claro que Bigelow podrá lograr que su película se vea más y acallar muchas de las críticas, aunque el resentimiento conservador permanecerá intacto, sobre todo por la forma en la que la directora ha tratado la aventura patriótica-económica, desarrollada por la administración republicana de George W. Bush.
Dudo, sin embargo, que buena parte de los compañeros de profesión de Bigelow cambie su forma de ver a la directora, al igual que aquellos que piensan que poseen el santo Grial de la crítica cinematográfica. Para unos y para otros, Bigelow ya ha demostrado que sabe sobrevivir en tierras más hostiles, sin mayores avatares, con lo que nos queda directora para rato.
Eduardo Serradilla Sanchis
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