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Triunfalismo electoralista, embaucador y artificioso

Carlos Castañosa

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Tendemos a ver las cosas como deseamos que sean; y a oír, en el discurso político, solo aquello que nos gusta escuchar aunque no se ajuste a la realidad. Ellos lo saben bien y saben cómo confitarnos el oído.

Nos ofrecen los datos actuales de la situación laboral en España, como un éxito de gestión plausible para los políticos responsables de salvaguardar los intereses laborales del pueblo y los derechos fundamentales del ciudadano, como trabajador y asalariado.

Recién presentados los números estadísticos de la EPA (Encuesta de Población Activa), referidas al año 2016, la conclusión oficial más reseñable es que han mejorado con respecto a los números de 2009. Una mínima y ridícula ventaja referida a siete años atrás –¡ya solo faltaba!–.

En fin, medias verdades para intentar camuflar una realidad perniciosa, cual es la gravísima situación social creada a partir de la precariedad impuesta con una terrible reforma laboral que ha destrozado la dignidad de las personas y fomenta la especulación en algunos empresarios sin escrúpulos, a falta de una inspección eficaz que atajase contratos infames, condiciones laborales de miseria y la facilidad de explotación organizada, en un mercado que ha sustituido el derecho fundamental a un trabajo digno por una generalizada situación de supervivencia.

No sirve, por ofensivo e inhumano, el sofisma de que peor que un trabajo basura sería no tenerlo. Una alarmante regresión a la esclavitud que, no demasiado lejana en nuestra historia, se desarrollaba legalmente con la misma naturalidad que hoy asistimos al despido masivo de trabajadores veteranos y expertos, porque sus trienios salen caros, para ser sustituidos por mano de obra barata y precaria. No importa la calidad del producto o servicio. Lo único que interesa es la reducción de gastos y beneficios a toda costa. Con la crueldad añadida de que los trabajadores en paro, rebasada la cincuentena, en plena capacidad de sus facultades profesionales, es casi imposible que puedan reubicarse en un mercado donde ha desaparecido aquella filosofía de “trabajo digno, sueldo digno”, por mor de una ley inhumana y destructiva, a manos de quienes, para más inri, han esquilmado a la nación malbaratando el sector estratégico mediante privatizaciones que nos dejan un estado de derecho vendido, vulnerable e indefenso; con los medios fundamentales para la defensa y supervivencia de un país entregados a la especulación financiera

A pesar de tanto abuso oficial, siguen sin cuadrar las cuentas. Es más; estamos abocados al desastre. Según un sabio proverbio referido a la economía doméstica: “la felicidad está en ganar cinco y gastar cuatro. Y la desgracia es ganar cuatro y gastar cinco”.

Si el PIB (Producto Interior Bruto) sube el 3,5%, pero el Déficit Presupuestario (gastos del Estado, Autonomías, Ayuntamientos, Cabildos y Diputaciones) rebasa el 5,5%; es evidente que estamos perdidos. Y estamos perdidos porque, además, por la Deuda Pública (Letras del Tesoro, Bonos del Estado y Obligaciones), debemos la salvajada de 1.100.000 millones de €; ¡¡¡ el 100,3% del PIB ¡!!, (o sea, de todo lo que ganamos), creciendo año a año y por trimestres. Lo que significa que cada español, incluidos ancianos, niños, suegras y cuñados, debemos 23.800 € por barba. Pasarán cientos de años antes de poder saldar esta vergüenza.

¿Cómo podemos salir de esta? Desde luego, no machacando los intereses y derechos del pueblo soberano, ni mal vendiendo los muebles más caros de la casa. ¿Tenemos claro que el gravoso “estado de las autonomías” solo sería viable en un país rico, que no es el caso, sino que además es incompatible con un pretendido estado de bienestar? El monstruoso gasto público, generado por la multiplicidad de competencias: (gobierno, autonomías, cabildos, diputaciones, ayuntamientos), incidiendo todos sobre cada área de fracasada gestión política, solo sirve para favorecer los intereses abusivos de quienes detentan poltronas, cargos y prebendas, ¿cómo pueden solucionarlo quienes no están por la labor más que de protegerse a sí mismos?

Bueno, al menos, cuando me cuenten milongas, que sepan que a mí ya no me engañan.

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