El vaso

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Las cosas no son como son. Son como cada cual se las imagina. Aunque parezca un trabalenguas, desde el famoso ejercicio de contemplar un vaso colmado a la mitad de su capacidad, existe la percepción ante lo que se le denomina ¿realidad? Dependiendo del estado de ánimo, de las necesidades a satisfacer, de la actitud ideológica frente a las circunstancias u otra razón, el mismo vaso puede generar diferentes sensaciones. Según se vea. A partir de esta hipótesis, podemos afirmar que todas las personas sufren de sesgo o prejuicios basado en sus propias circunstancias. De hecho, se le adscribe al emperador romano Marco Aurelio la afirmación que “Todo lo que escuchamos es una opinión. No un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva. No es la realidad”.

Por otro lado, el filósofo norteamericano John Rawls nos sugiere que deberíamos imaginar que nos debemos situar tras un velo de ignorancia que no nos permite saber quiénes somos ni tampoco identificarnos con nuestras circunstancias personales. Solo de esta forma se podrá ser imparcial ante cualquier situación, en donde la objetividad es exquisita e infalible sin juicio de valor alguno en el proceso de toma de decisiones. Además, toda esta situación ha de estar edulcorada con la más pura racionalidad aparte de la información completa que se detenta.

Pero hasta aquí la teoría porque resulta que todas las partes tienen, tenemos y tendrán ideología porque interpretamos y reinterpretamos los acontecimientos buscando explicaciones basadas, más o menos, en lo que creemos como contraste científico para justificar nuestras creencias y actuaciones. A partir de este punto, asumiendo la desigualdad como algo pernicioso, no lo es menos la posibilidad de la existencia de instrumentos para dejar de ser desigual. O lo que es lo mismo, el concepto de oportunidad y su existencia. Por ello, expresado por el propio Rousseau, el objetivo último es la de poder llegar a tener un sistema en donde la unión se compatibilice con la libertad de pertenencia. Bajo esta premisa, entendiendo que es imposible tener todo de todo y en las cantidades precisas y deseadas, cada cual debe ceder a la vez que intenta conservar lo que tiene.

Pero ¿cómo pueden llegar las personas a aceptar un modelo de convivencia que nos dicte cómo nos debemos comportar? Pues a través de la libertad y de la diferencia. Según el principio de la libertad, se debe asegurar que todas las partes gocen de la máxima cota posible sin infringir en la del resto. Según el principio de la diferencia, se debe garantizar que cada cual tenga la misma oportunidad de prosperar. En otras palabras, si hay algunas diferencias sociales o económicas en el contrato social, debería existir beneficio de la parte más vulnerables. Y cualquier ventaja estipulada debería estar disponible para poder socializarla. De lo contrario, asumir una situación de desigualdad es aceptar el trato desfavorable, el aislamiento y la marginación probablemente generado por la corrupción, sistemas redistributivos inequitativos, servicios públicos indebidamente dotados, acceso desigual al conocimiento, así como otro tipo de conflictos más o menos beligerantes donde se muestran a las personas tanto como armas como escudos en medio del enfrentamiento. Y, dependiendo en dónde nos encontremos, el vaso estará medio vacío porque estimamos que alguien se ha llevado el resto, o medio lleno, para lo cual hay que seguir trabajando porque, lo importante no reside en cómo está, sino si puede volverse a rellenar

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