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Violencia social religiosa

Pedro González Cánovas

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Creer en un Estado laicista es proponer que el poder político no diferencie entre los ciudadanos por su creencia religiosa. Ninguna religión es discriminada, ni positiva ni negativamente. Esto no tiene nada que ver con el ateísmo o el agnostismo, se trata de la separación de poderes y de vetar la influencia religiosa en la sociedad, para que ninguna persona se sienta excluida por las particulares interpretaciones religiosas.

Se trata de conceder la libertad de consciencia para que todas las personas partan de una igualdad en que no se entrometa la creencia espiritual de cada una. Fue esta una idea griega, para aunar las distintas vertientes religiosas ante un Estado unitario. Pero lo cierto es que la sociedad ha degenerado tanto en este aspecto que, en muchas ocasiones, dudamos de que un régimen como el español sea más un sistema eclesiástico (donde se impone el catolicismo) que una propuesta social para todos y todas.

De tal forma, España recauda para la organización católica a través de su sistema impositivo y les da privilegios económicos, como lo de apuntarse propiedades abandonadas. Sin vergüenza de crear una discriminación con respecto de otras religiones o interpretaciones espirituales. Y los católicos ponen la mano sin pega alguna.

Hay que recordar, de este grupo religioso, sus continuos ataques contra la igualdad entre hombres y mujeres. Destinando un papel subordinado en cualquier aspecto social a la mujer. Lo mismo pasa con su tratamiento agresivo con la homosexualidad o intersexualidad. Aunque también hay que admitir que muchas féminas y personas con orientación sexual condenada por la iglesia la apoyan, seguro que por mera tradición, sin valorar como se les insulta y discrimina.

La iglesia cristiana fue la creadora de las cruzadas. Embates sangrientos contra regiones lejanas donde se practicaba otra religión, dando forma a las guerras santas católicas. También participó de las invasiones europeas a África y América, para acompañar a los ejércitos de maleantes y mercenarios con similar ímpetu imperialista. Aún hoy, su odio hacia lo que no domina se hace patente en las propias declaraciones de su mandatario más destacado, el papa Francisco, por ejemplo, cuando se refería a los atentados contra Charlie Hebo justificándolos textualmente cuando dijo “Si insultan a mi mamá, pueden esperarse un puñetazo. ¡Es normal!”. Lo peor es que es muy difícil encontrar voces en la política que pongan en su lugar a estos señores, ya actúen como descubiertos pedófilos o hagan apología de la violencia de género contra las mujeres, insulten a homosexuales o personas con orientaciones sexuales distintas a las marcadas por ellos, o -como en el caso del papa Francisco- se practique una descarada apología del terrorismo religioso. Da lo mismo que existan leyes para juzgar a la iglesia católica y sus cabecillas, al menos en Europa, no hay nadie capaz de juzgarlos con mano dura.

Ahora, como mejor ejemplo, en Canarias asistimos a las declaraciones públicas de representantes eclesiásticos sobre cómo debe de ser una fiesta pagana tradicional, como es el carnaval. No tardarán en volver a decirnos que no nos disfracemos de curas o monjas. Pero seguiremos haciéndolo, como se ha hecho siempre. A ellos no les preocupa que la gente se pueda disfrazar de Zeus, Alá, o de cualquier ente que represente a otra religión, porque entienden que es solo la suya la imperante. Y, sinceramente, no sé si confunden este régimen con el anterior, por la práctica nacionalcatolicista de la corona española o porque se estancaron en esa época y ansían el dominio social de antaño.

Para mí que, en realidad, demasiado poder se les permite tener... ¿Será que guardan tesoros entre sus secretos de confesión de algunos políticos?.

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