La principal preocupación de José Miguel Bravo de Laguna es mantener embridado a su brioso vicepresidente, Juan Domínguez, tránsfuga del pacto CCN-CC al que ha de alimentar con todo tipo de prebendas políticas para que el hombre aguante firme hasta el final. Una docena de asesores y dinero suficiente para prensa y propaganda, así como libertad de movimientos absoluta, han bastado de momento, pero es posible que el grado de exigencia vaya en aumento a medida que se vaya acercando el ecuador del mandato. El segundo desvelo bravista es encarrilar las putadas que el ministro Soria hace a Canarias con una batería de medidas de las que, por supuesto, no se libra Gran Canaria. La flagrante discriminación escenificada con descaro en favor de Baleares con el descuento en las tasas aeroportuarias no es más que el último episodio de la revancha con que José Manuel Soria quiere castigar a los canarios por no haberse producido un pacto de gobierno entre el PSOE y el PP. Su estrategia es tan previsible como dañina y consiste en llevar las cosas al límite para, llegado el momento político que él considere más oportuno, presentarse ante los electores como el que resuelve los mismos problemas que él mismo ha creado. Lo malo es que, como está ocurriendo con los ataques del Gobierno al Estado de Derecho, cuando Soria quiera sanar los efectos de sus actuaciones ya será demasiado tarde: mucha gente habrá sucumbido, muchas empresas quebrado, muchas personas perdido sus empleos, sus haciendas y sus vidas? y muchas administraciones quedarán exhaustas y con poca capacidad para la recuperación, con unos funcionarios desmotivados y enfrentados al poder. Bravo tendrá algo de oxígeno para el Cabildo, pero tendrá muy difícil explicarlo todo desde aquí.