Miguel Zerolo y los que fueron sus cómplices en la operación de Las Teresitas jamás pudieron imaginarse el derrotero que iba a tomar la operación cuando la diseñaron y la ejecutaron de manera tan impune dando lugar a uno de los mayores escándalos de corrupción política y empresarial de la historia de Canarias. Eran aquellos tiempos en los que el hoy senador era intocable, como lo eran (y en gran medida siguen siéndolo) González y Plasencia, Rudi Núñez o Álvaro Arvelo. Nunca se imaginó ninguno de ellos que, de repente, el poder omnímodo de ATI y sus terminales mediáticas, empresariales y orgánicas se quebraría para dejar en la picota a uno de sus más emblemáticos valores. José Manuel Bermúdez, alcalde de Santa Cruz, tiene ante sí la oportunidad única de desmarcarse de Zerolo, de un emblema de la corrupción en su partido, y todo hace pensar que lo va a hacer si las presiones de la oligarquía tinerfeña no amenazan su carrera política. Pero habrá de ser firme, no ceder a los chantajes y exigir la devolución del pelotazo, porque no basta con ponerse de perfil y que nada le roce: hay más indeseables en la operación y no pueden salirse con la suya. Tiene la suerte de contar a su lado con un primer teniente de alcalde y concejal de Urbanismo del que jamás nadie sospechó (ni siquiera él) que accedería a un lugar privilegiado desde el que rematar la tarea que inició hace casi una década, cuando firmó la famosa denuncia de Las Teresitas que dio lugar a la actual y eterna causa penal. José Ángel Martín se convirtió en un proscrito de la política tinerfeña. Él y Santiago Pérez, alma de aquella denuncia, sufrieron el vacío incluso de su propio partido por haber atentado contra esencias inviolables del tinerfeñismo clásico, por suerte en decadencia. Dicen los que vieron sus ojos cuando le mostraron los papeles de la estafa de Las Teresitas que brillaron de emoción y de asombro. Y que fueron los mismos ojos que se le pusieron a la fiscal anticorrupción cuando se los presentaron.