En ese acto de convenio para cocheras del tren de Gran Canaria, el presidente del Cabildo aprovechó para hacer un nuevo brindis por el discurso del agravio y el despojo que ha abrazado aprovechando que su partido no anda por los alrededores del Gobierno de Canarias. Bravo vino a decir que el tren se hará -salga el sol por donde salga- en el supuesto caso de que vaya a haber ferrocarril en Tenerife o en Baleares. Es novedosa, es cierto, la introducción del archipiélago mediterráneo en la trama, lo que quizás responda a un alambicado intento del señor Bravo de sacudirse un poco la caspa insularista y transmitir a su parroquia que él es el macho de las cañadas y pondrá a Rajoy y a quien sea preciso en posición de firmes en caso de una ofensa de tal calibre. Y aprovechando que había chicharras, el presidente aprovechó para largar unas palabritas muy elogiosas sobre el presupuesto insular, que contempla mayor inversión y reducción de gastos del capítulo dos, mayormente personal, cargos públicos y demás aparataje eléctrico. De repente nos acordamos de su programa electoral, en el que aseguró que llevaría a cabo “el adelgazamiento de la estructura política y administrativa del Cabildo” hasta el punto de formar “un Gobierno de un máximo de doce consejeros con competencias” en que se reduzcan “al menos en un 50% los cargos de confianza y de libre designación”. Si los cálculos no fallan, ni una cosa ni la otra ni la de más allá.