Aunque nos familiaricemos cada vez más con la llegada de pateras y hasta con la trágica muerte de muchos de sus ocupantes, siguen siendo durísimas esas imágenes en las costas mismas de la Europa del siglo XXI. Tras cada muerte hay una historia de desesperación y de búsqueda, unos familiares ignorantes del destino del emigrado y, al final, una tapa de cemento en lugar de una lápida. En Fuerteventura se enterraba hace unos días uno de los cadáveres de la última tragedia, y la imagen de ese entierro no pudo ser más triste y elocuente: el empleado de la funeraria, otro del cementerio, un alto funcionario de la Delegación del Gobierno y un conductor de la Dirección Insular del Gobierno en la isla se tuvieron que encargar de mover el ataúd e introducirlo en el nicho. A punto estuvo de ayudar la subdelegada del Gobierno, Carolina Darias, pero se lo impidieron. Ni rastro por los alrededores de algún funcionario, representante, asesor, asimilado o cargo de la Consejería de Empleo y Asuntos Sociales, que se parte la garganta quejándose.